Bajo el mismo cielo

Capítulo 2: El día antes del destino

Adrián Salvatierra

La alarma sonó a las 5:30 am, como cada mañana.
Adrián Salvatierra ya estaba despierto.

Dormía poco desde hacía años. No por insomnio, sino por costumbre. Su cuerpo funcionaba como una máquina bien calibrada: rutina, precisión, resultados. La misma disciplina que lo había llevado a convertirse en el pediatra más reconocido del país, el rostro de campañas médicas internacionales, y el experto al que llamaban cuando todo lo demás fallaba.

Se duchó con agua helada, revisó su correo en el celular y bajó al gimnasio del hotel. Veinte minutos de ejercicio, desayuno alto en proteínas, una llamada con su secretaria en Madrid y otra con el director del hospital en Buenos Aires, donde iba a colaborar temporalmente con un nuevo programa de salud pública infantil.

Todo bajo control. Como siempre.

A las ocho en punto, su chofer lo dejó en la entrada del Hospital Central San Miguel, uno de los más antiguos y desbordados del sistema público. No era el lugar al que solía asistir, pero el convenio con la Fundación lo requería. Y a decir verdad… lo extrañaba.

El caos. Las urgencias reales. La medicina que no se mide en estadísticas ni reconocimientos.
Solo en niños.
Y en salvarlos.

Saludó a varios médicos, se reunió con la nueva directora clínica, hizo una rápida ronda por pediatría, se presentó ante algunos residentes y pidió los expedientes del proyecto que lo había convocado. Todo fluía. Era bueno en eso.

A las 10:15, revisaba unos informes en la sala de reuniones del segundo piso cuando le anunciaron:

—Va a entrar la periodista encargada del programa de comunicación. Ella es quien lidera el material audiovisual que vamos a producir.

Él ni levantó la vista.

—Perfecto. Mientras tanto, ¿tenés los datos del índice neonatal de la zona?

—Sí, doctor. Pero… —La asistente se detuvo—. ¿Paro que ya se conocen.?

Entonces la vio entrar.

Habían pasado siete años, y aún así, cuando la vio, el mundo se detuvo.

Adrián Salvatierra era un hombre acostumbrado a los imprevistos. Había salvado vidas en quirófanos colapsados, enfrentado prensa, decisiones políticas, y padres desesperados. Había recibido premios, dictado conferencias, dado entrevistas que recorrieron el mundo.
Pero nada —nada— lo preparó para verla a ella.

Camila.

El nombre aún dolía, como si se lo arrancaran del pecho con cada sílaba. No porque no la hubiera superado… sino porque nunca lo intentó de verdad.

Aquel día, en la sala de reuniones del hospital central, Adrián se sintió de nuevo como el joven inseguro que no sabía cómo decirle que la amaba. Ella estaba allí, más hermosa de lo que la recordaba. Más madura. Más fuerte. Había una tristeza en sus ojos, una especie de cansancio sereno… y sin embargo, seguía brillando.

Pero ella no lo saludó. Solo bajó la mirada y respondió con la voz más neutral del mundo:

—Trabajamos juntos hace mucho.—

Como si él no hubiera sido su todo. Como si no se hubieran prometido una vida.

Esa noche, Adrián no durmió.

Se quitó el reloj, se aflojó la corbata y caminó en círculos por el amplio departamento del hotel donde se alojaba. Tenía todo lo que siempre soñó: prestigio, dinero, respeto. Era el pediatra estrella de la Fundación Médica Internacional, el más solicitado en América Latina.
Y sin embargo, frente al recuerdo de Camila, todo eso se volvía insignificante.

La conoció cuando aún era un médico residente, en sus años de café recalentado, guardias eternas y pasillos fríos. Ella cubría un informe sobre las condiciones del hospital. Recuerda cómo se metió sin miedo en las zonas de emergencia, cómo hablaba con las madres con una ternura que ningún título enseñaba.

Y luego… rieron. Mucho.
Se enamoraron como dos adolescentes, pero con la intensidad de quienes ya han conocido la pérdida. Camila lo miraba como si él fuera más de lo que creía ser. Le hablaba de lugares lejanos, de reportajes que quería escribir, de niños a los que quería darles voz.

Y él soñó con acompañarla.

Pensaron en mudarse juntos. Buscaron un lugar. Hicieron planes para después de su beca en Madrid. Iban a esperar. Se prometieron eso.

Hasta que un día, sin explicación, Camila se fue.

No una pelea. No un cierre. Solo una despedida breve, torpe, con los ojos rojos y los labios temblando.

Y silencio.

A veces pensó en buscarla. Otras, se juró que no. Que si lo había dejado así, era porque no lo amaba tanto como decía.
Y sin embargo… nunca dejó de recordarla. Nunca amó a nadie como la amó a ella.

Ahora estaba de vuelta. En su ciudad. En su hospital. Y ni siquiera sabía cómo reaccionar.

¿Había algo más?

---

Esa noche, antes de cerrar los ojos, Adrián se hizo una promesa.

> Iba a descubrir la verdad.

Iba a mirarla a los ojos y preguntar por qué.

Porque la mujer que lo había amado, la que lo dejó con una herida que nunca cerró… había vuelto.

Y él ya no era el mismo.

Pero tampoco estaba dispuesto a dejarla ir, no otra vez, sin respuestas.




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