Adrián Salvatierra
Adrián no sabía por qué la había seguido con la mirada.
No era algo que hacía. No era su estilo.
Y sin embargo, esa tarde, al salir de la sala de pediatría y ver a la niña sentada en la sala de espera, con las piernas colgando y un libro entre las manos, no pudo evitar detenerse.
Valentina.
Así le habían dicho.
Hija de Camila Herrera. Seis años. Llevaba una campera azul con parches y una mochila más grande que ella. El cabello castaño claro, recogido en dos trenzas… y los ojos más familiares que había visto en su vida.
—¿Estás sola? —preguntó con voz amable, agachándose frente a ella.
Valentina levantó la vista. Lo miró como solo los niños saben mirar: sin miedo, sin prejuicio, con una honestidad que desarma.
—Mi mamá está en una reunión —respondió—. Me dijo que espere acá y que no hable con extraños.
Adrián sonrió.
—Entonces no me hables. Pero puedo quedarme cerca por si te aburrís.
Ella lo pensó por un segundo. Luego asintió con seriedad.
—¿Tenés hijos?
La pregunta lo descolocó.
—No. Nunca —respondió—. ¿Por qué?
Valentina se encogió de hombros.
—No sé… parecés un papá.
Adrián tragó saliva. La observó en silencio. Su forma de fruncir la nariz. Esa manía de tocarse el pelo cuando pensaba.
Era como mirarse al espejo en otra vida.
Camila salió del pasillo justo a tiempo para verlo.
Adrián, inclinado frente a su hija, conversando con una ternura que no sabía que aún podía provocarle.
Sintió cómo todo su cuerpo se tensaba. Como si el tiempo se estuviera burlando de ella.
Él no lo sabía.
Pero su instinto ya lo estaba sintiendo.
—Valen —llamó desde lejos.
Valentina giró de inmediato y corrió hacia ella.
—Mamá, el doctor me hizo compañía porque me vio sola.
Camila acarició su cabeza, sin dejar de mirar a Adrián.
—Gracias —dijo con tono medido—. No hacía falta, pero gracias.
Él asintió, sin dejar de observarlas.
—Tiene tu forma de mirar —dijo en voz baja, antes de darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.
Camila lo miró con los ojos muy abiertos, como si por un segundo el mundo se detuviera.
Pero no respondió.
Solo tomó la mano de Valentina y se alejó.
Esa noche, Adrián volvió al hotel con el pecho lleno de algo que no podía nombrar.
No era solo nostalgia. Ni curiosidad.
Era… certeza sin pruebas.
Había algo en esa niña. En su forma de moverse, de hablar, de mirar.
Algo que su cuerpo reconocía, aunque su mente se negara a aceptarlo.
Se sirvió una copa de vino, pero no la bebió.
Miró su reflejo en el ventanal y se preguntó:
> ¿Y si no estaba loco?
¿Y si todo lo que había pasado… no fue como él creyó?
¿Y si esa niña tenía su sangre? Su historia… su nombre…?
No podía seguir ignorándolo.
Iba a buscar la verdad.
Y esta vez… no iba a permitir que Camila se la ocultara otra vez.