Bajo el mismo cielo

Capítulo 7 – Algo en su mirada

Adrián Salvatierra

No suelo distraerme en el hospital.
Mi trabajo siempre fue mi refugio.
Entre diagnósticos, informes y casos difíciles, aprendí a no pensar demasiado.
A llenar el silencio con voces ajenas, con responsabilidades, con horarios imposibles.

Pero desde hace días, algo cambió.
No dejo de pensar en ella.
En Camila.
En la forma en que me miró cuando Lucía soltó esa frase maldita: “Deberías contarle algún día.”
Y en esa mirada suya —una mezcla de miedo y culpa— que todavía no puedo olvidar.

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Esa mañana llegué antes de lo habitual.
La ciudad apenas despertaba y el hospital olía a desinfectante y café viejo.
Pensé que el trabajo me distraería, pero apenas abrí mi primera historia clínica, la mente volvió a lo mismo:
Camila.
Su voz.
Su silencio.

Y esa sensación absurda de que algo importante me fue arrebatado sin explicación.

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—¡Doctor Adrián! —una vocecita me sacó de golpe de mis pensamientos.

Giré, y ahí estaba ella.
Valentina.

Sentada en una pequeña mesa, con crayones desparramados y un cuaderno a medio dibujar.
Sus ojos miel me miraron con la misma luz que conocía de otro tiempo.
Esa mirada me dejó sin aire.

—Hola, pequeña —le dije sonriendo—. ¿Otra vez por acá?

—Sí. Mamá está trabajando y yo me aburrí —contestó, encogiéndose de hombros—. Así que vine a ver si usted estaba.

—¿A verme? —pregunté, divertido.
—Claro. Usted es el doctor más importante del hospital. Todos lo dicen.

No pude evitar reír.
—No creo que sea para tanto.
—Sí que lo es —insistió, con esa convicción que solo tienen los niños—. Y además cuenta historias lindas.

—¿Cómo sabés eso?

—Porque me lo dijo la enfermera Sofi. Dijo que cuando los nenes están tristes, usted les cuenta cuentos hasta que se ríen.

Me quedé en silencio unos segundos.
A veces olvidaba que había cosas que no podían verse en un currículum.
Me senté frente a ella.

—Bueno… ¿y qué historia querés hoy?

Pensó un momento, mordiéndose el labio.

—Una donde alguien encuentra lo que perdió.
—¿Y qué perdió? —pregunté curioso.
—No sé. Algo que quería mucho.

No supe qué responder.
Sentí que la respiración se me trababa.
Ese “algo” que uno pierde…
yo también lo conocía.
Y estaba sentado justo frente a mí.

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Mientras hablábamos, Valentina garabateaba figuras coloridas.
De vez en cuando me miraba, concentrada, como si buscara algo en mi cara.
En algún momento, dijo sin levantar la vista:

—Mi mamá dice que el amor no se olvida aunque pasen los años.

Esa frase me atravesó.
No supe qué contestar.
Solo atiné a sonreír.

—Tu mamá es muy sabia —dije en voz baja.

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Cuando Camila apareció unos minutos después, el tiempo pareció detenerse.
Tenía el cabello recogido, el rostro cansado y esa mirada que intentaba no delatar nada.
Pero yo la conocía demasiado.
Aun después de siete años, podía leerla con solo un gesto.

—¿Interrumpo? —preguntó, con una sonrisa tensa.
—Para nada —respondí, poniéndome de pie—. Estábamos hablando de historias.

Valentina levantó el dibujo con orgullo.

—Mirá, mamá. Este es el doctor Adrián y yo viajando en un globo.

Camila se inclinó para verlo, y en su sonrisa había una ternura que me desarmó.
—Es hermoso, amor.

Nuestros ojos se cruzaron unos segundos.
Y en ese instante… lo sentí.
Algo dentro de mí reconocía a esa niña.
No sabía cómo explicarlo, pero era real.
Una conexión invisible, como si la vida me estuviera mostrando algo que todavía no entendía.

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Esa noche no pude dormir.
La ciudad rugía detrás de los ventanales del departamento, pero yo solo podía ver su rostro.
El de Camila.
El de Valentina.
Y esa similitud imposible entre ambas.

Encendí la computadora, abrí un archivo nuevo y me quedé mirando el cursor titilar.
Había pasado años escribiendo informes clínicos, pero esa noche lo que necesitaba escribir no tenía nada que ver con medicina.

Solo escribí una frase.

> “Cuando el pasado vuelve, no siempre es para atormentarte.
A veces… es para recordarte lo que dejaste de amar.”

La guardé sin pensarlo.
Apagué la pantalla y cerré los ojos.
Pero su risa seguía ahí.
La de Valentina.
La misma risa que me hacía sentir que algo muy grande estaba a punto de revelarse.
Y que, cuando lo hiciera, nada volvería a ser igual.




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