Bajo el mismo cielo

Capítulo 8 – Lo que intento ocultar

Camila Herrera

Últimamente todo parece temblar.
No el mundo, sino yo.
Como si cada paso que doy estuviera a punto de romper algo que llevo años sosteniendo con las manos.

Desde que Adrián volvió, mi vida se convirtió en un equilibrio frágil entre el pasado y el presente.
Cada vez que lo veo, me cuesta respirar.
Y ahora… después de verlo con Valentina, reír, hablar, mirarla con esa ternura inconsciente… siento que el tiempo se me está acabando.

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—Mamá —dice ella desde la mesa del desayuno—, hoy quiero llevarle mi dibujo al doctor Adrián.
—¿Cuál dibujo, amor? —pregunto, fingiendo una calma que no tengo.
—El del globo —responde, sonriendo—. Le prometí mostrárselo.

Mi corazón se encoge.
Intento mantener la voz firme.
—No sé si hoy lo vas a ver, mi vida. Él está muy ocupado.
—Pero me dijo que podía pasar a saludarlo —insiste, inocente—. Me cae bien.

La miro, y me quedo sin palabras.
Valentina no sabe que está hablando de su padre.
De ese hombre que la observa con una mezcla de asombro y cariño, sin entender por qué no puede dejar de mirarla.
Y no sabe tampoco que, con cada sonrisa suya, mi secreto se agrieta un poco más.

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Ese día voy al hospital con el pulso acelerado.
Llevo los documentos del proyecto de prensa y un miedo que me carcome.
Evito los pasillos donde podría cruzarme con Adrián, pero el destino parece disfrutar de torturarme.

—Camila —su voz me alcanza justo antes de entrar al ascensor.
Me giro despacio.
Él está ahí. Impecable, con esa mezcla de seguridad y cansancio que siempre tuvo.
Y esos ojos que todavía me desarman.

—Hola —respondo apenas.
—Podemos hablar un momento.

Niego, bajando la mirada.
—No es buen momento, Adrián.
—Nunca lo es —dice él, dando un paso más cerca—. Pero necesito entender.

Me quedo quieta.
Su tono no es de enojo, sino de algo peor: dolor.
Y eso me desarma más que cualquier reproche.

—¿Entender qué? —pregunto, aunque sé la respuesta.
—Lo que pasó. Por qué te fuiste. Por qué desapareciste sin decir nada.

Respiro hondo.
Las palabras se me atragantan.

—No puedo hablar de eso —susurro.
—Lucía dijo algo… —empieza, pero lo interrumpo.
—Lucía no sabe nada. —Mi voz suena más dura de lo que pretendía.
—Entonces decímelo vos —responde él—. Porque siento que me estás escondiendo algo, Camila. Y no sé si voy a soportar seguir sin saber qué es.

Lo miro, y durante un segundo, deseo decirle todo.
Que sí, que Valentina es su hija.
Que no le dije nada porque estaba rota, sola, asustada.
Que no podía soportar verlo dudar de mí mientras otra mujer me destruía con sus mentiras.

Pero no lo hago.
Porque si se entera, lo perderé de verdad.
Y esta vez no solo a él, sino a la paz que tanto me costó construir para nuestra hija.

—No hay nada que entender —miento finalmente, forzando una sonrisa triste—. Lo nuestro terminó hace mucho tiempo.

Adrián me observa en silencio.
Parece querer creerme… pero no puede.
Y cuando finalmente se aleja, siento que me dejo un pedazo de alma en ese pasillo.

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Esa noche, Valentina se acuesta con su muñeca preferida y me pregunta algo que me parte en dos.

—Mamá… ¿por qué nunca hablas de mi papá?

Cierro los ojos.
—Porque a veces hay historias que duelen, mi amor.
—Pero si duele es porque fue linda —dice ella, sin saber cuánto acierta.

La abrazo con fuerza, escondiendo el rostro en su cabello.
No respondo.
Solo pienso en esa verdad que late, insistente, debajo de todo.

Y sé que no voy a poder esconderla por mucho más tiempo.
Lucía está de vuelta.

Adrián empieza a sospechar.
Y mi corazón, aunque no quiera, vuelve a sentir.

Porque hay amores que no mueren.
Solo esperan…
el momento exacto para volver a doler.




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