Adrián Salvatierra
El hospital estaba más silencioso de lo habitual.
El murmullo de los pasillos, los pasos apresurados de las enfermeras, incluso el pitido lejano de algún monitor, se mezclaban con el rumor de mis pensamientos.
Porque desde hace días siento que algo no encaja.
Que Camila no me dice todo.
Que hay un secreto oculto, uno que me quema la piel cada vez que la miro.
Y hoy, Lucía iba a aparecer.
---
La vi acercarse con su bata blanca, el cabello perfectamente recogido, y esa sonrisa que me irrita y cautiva al mismo tiempo.
—Adrián —dijo—, ¿tenés un minuto?
—Claro —respondí, con cautela. Algo me decía que este “minuto” no sería casual.
Nos sentamos en una sala pequeña de reuniones.
Lucía empezó a hablar de manera superficial: protocolos, pacientes, nuevos proyectos.
Pero algo cambió cuando mencionó un nombre.
—Ah, Camila… siempre tan protectora —murmuró, como hablando para sí misma—. No me sorprende que haga todo sola… incluso ocultar cosas importantes.
Levanté la vista.
—¿Ocultar cosas importantes? —pregunté, sin poder controlar la firmeza de mi voz.
Lucía me miró, sorprendida por mi intensidad, y sonrió de manera nerviosa.
—Bueno… ya sabes cómo es ella. Siempre tan misteriosa. Siempre protegiendo a todos, incluso de mí.
—¿De ti? —pregunté, con el corazón latiendo más rápido—. ¿Qué querés decir con eso?
Ella titubeó.
Se mordió el labio inferior y, sin darse cuenta, dejó escapar un detalle que me heló la sangre.
—Bueno… es que algunas cosas… cosas que ocurrieron hace años… podrían sorprenderte.
—¿Qué cosas? —insistí.
—No sé si debería decirlo… —Lucía se llevó la mano a la boca, dudando—. Solo que… hay una niña, Adrián. Una niña que… —se detuvo—. Bueno, mejor que lo veas por vos mismo.
Mi respiración se aceleró.
—¿Una niña? —pregunté, con el corazón golpeando en el pecho—. ¿De quién estás hablando?
Ella evitó mi mirada, y entonces supe que estaba a punto de confirmar algo que ya intuía.
—Valentina… tu… —se detuvo de nuevo—. Bueno, es complicado. Mejor que lo veas con tus propios ojos.
Mis manos temblaron ligeramente.
El tiempo pareció detenerse.
Lucía no necesitaba decir más; la verdad estaba allí, suspendida entre palabras a medias y silencios demasiado largos.
Mi mente empezó a armar las piezas.
El parecido de Valentina con Camila.
La manera en que me miraba… esa conexión inexplicable.
El miedo en los ojos de Camila cada vez que Lucía aparecía.
Todo estaba empezando a cobrar sentido.
Todo me llevaba a una única conclusión que no quería aceptar… pero que no podía ignorar.
—¿Qué me estás diciendo? —logré preguntar, aunque sabía la respuesta.
Lucía bajó la mirada, y por un instante la vi vulnerable, como nunca antes.
—Solo… tenés que descubrirlo por vos mismo, Adrián.
—¿Por qué? —exclamé—. ¿Por qué alguien tendría que protegerme de la verdad?
Ella suspiró.
—Porque algunas verdades… son muy difíciles de enfrentar.
Y entonces me levanté.
Su mirada me siguió, nerviosa.
Salí de la sala con un solo pensamiento rondando mi cabeza: tengo que hablar con Camila. Hoy. Necesito respuestas.