Bajo el mismo cielo

Capítulo 10 – La verdad que dolía decir

Adrián Salvatierra

Nunca pensé que el silencio pudiera doler tanto.
Ni que las palabras que más necesitaba escuchar fueran las que Camila había decidido callar.

Desde que hablé con Lucía, no pude pensar en otra cosa.
Valentina.
El nombre se repite en mi mente como un eco que no puedo detener.
Cada recuerdo, cada gesto, cada sonrisa… Todo tiene sentido ahora.
Esa conexión que no entendía. Esa forma en que la niña me miraba, como si me conociera desde siempre.

Y ahora lo sé.
Porque el corazón, incluso antes de las palabras, reconoce lo que le pertenece.

El departamento de Camila estaba igual que siempre. Ordenado, cálido… con ese aroma a café y lavanda que siempre me recordaba a ella.
Golpeé la puerta con fuerza contenida, sin saber qué versión de mí iba a salir cuando la viera.

Abrió unos segundos después.
Sus ojos se agrandaron al verme, sorprendidos… y asustados.
—Adrián… ¿qué hacés acá?
—Necesitamos hablar —dije. No era una petición; era una necesidad.

Camila asintió, apartándose para dejarme pasar.
La casa estaba en silencio, salvo por el suave tic tac del reloj de pared.
Valentina no estaba.
Solo nosotros dos… y la verdad que llevaba años escondida.

—¿Qué pasa? —preguntó con voz temblorosa.
—Lo sabés bien —contesté. Me costaba mantener la calma—. Ya no podés seguir ocultándolo, Camila.

Ella dio un paso atrás.
—No entiendo de qué hablás.
—De Valentina —dije, y su rostro cambió por completo.
El color se le fue de la cara.
—¿Qué… qué tiene que ver Valentina en esto?
—Todo. Tiene todo que ver. —Me acerqué un poco, sin apartar la mirada—. Lucía habló. No dijo mucho, pero fue suficiente.

Camila se cubrió la boca con una mano.
Un gesto involuntario, de culpa, de miedo.
Y lo supe. Su silencio era la confirmación que necesitaba.

—¿Es mía? —pregunté, casi en un susurro.
Nada.
—Camila… —insistí—. ¿Valentina es mi hija?

Las lágrimas empezaron a rodarle por las mejillas.
Intentó hablar, pero la voz se le quebró.
—Yo… no quería que fuera así…
—Solo respondeme —dije, sintiendo cómo me ardía la garganta—. ¿Sí o no?

Camila cerró los ojos.
Tomó aire, y al fin lo dijo.
—Sí, Adrián. Valentina es tu hija.

El mundo se detuvo.
No sentí alivio. No sentí enojo. Sentí vacío.
Un vacío profundo, helado, que me atravesó el pecho.

—¿Por qué? —pregunté—. ¿Por qué no me lo dijiste?
Ella sollozó.
—Tenía miedo…
—¿Miedo de qué? —Mi voz se alzó sin poder evitarlo—. ¿De mí? ¿De lo que yo iba a decir?
—De que no me creyeras, de que pensaras que lo hice para retenerte. —Su voz temblaba—. Todo fue tan confuso, Adrián… tú te fuiste, y yo… no sabía en quién confiar.

—¡Yo nunca me habría ido si lo hubiera sabido! —grité, golpeando la mesa con rabia—. ¡Era mi hija, Camila! ¡Mi hija!
Ella lloraba sin poder sostener mi mirada.
—No quería arruinar tu carrera… estabas por irte al extranjero, tenías ofertas, sueños. Y yo… no quería ser una carga.

—¿Una carga? —repetí, incrédulo—. ¿Así me ves? ¿Como alguien que habría abandonado a su hija por un trabajo?
Camila negó con la cabeza, sollozando.
—No… pero después de lo que pasó, después de aquella mentira… no podía enfrentar más dolor. Creí que era mejor así.

El silencio se extendió entre nosotros, espeso y cruel.
Yo respiraba con dificultad, intentando no romperme.
Ella se cubría el rostro, como si quisiera desaparecer.

—Quiero verla —dije, al fin, con la voz ronca.
Camila levantó la mirada, sorprendida.
—Por favor —continué—. Quiero ver a mi hija. No como médico. No como un extraño. Como su padre.

Las lágrimas siguieron cayendo, pero esta vez había algo distinto en sus ojos: resignación… y alivio.
—Está en casa de Marina —susurró—. Puedo llamarla.

Asentí sin decir más.
No podía procesar todo lo que sentía.
Ira, tristeza, amor, decepción.
Pero entre todo eso… una certeza me sostenía: Valentina era mía, y no iba a perder más años lejos de ella.

Cuando salí de su departamento, la noche ya había caído.
El cielo estaba cubierto, pero entre las nubes se filtraba una franja de luz.
La miré, y pensé en esa niña de ojos miel.
Mi hija.
Y en la mujer que, a pesar de todo, seguía siendo el amor más grande y más difícil de mi vida.

Porque, aunque doliera… seguíamos bajo el mismo cielo.




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