Bajo el mismo cielo

Capítulo 11 – Lo que callé por miedo

Camila Herrera

El sonido de la puerta al cerrarse fue lo más doloroso que escuché en mucho tiempo.
No fue un portazo. Fue algo peor.
El sonido del final.
De ese silencio que deja el alma vacía cuando todo lo que temías se cumple.

Adrián se había ido.
Y con él, el secreto que me había acompañado los últimos siete años.

Me quedé de pie, sin fuerzas, mirando el lugar donde estuvo hace un instante.
Todavía podía sentir su presencia, su voz cargada de rabia, su mirada herida.
Nunca imaginé que ese reencuentro, que en mis sueños era dulce y esperanzador, se convertiría en una tormenta.
La tormenta que yo misma provoqué.

Me dejé caer en el sofá, abrazando una almohada.
El llanto llegó sin aviso, ahogándome.
No era solo tristeza. Era culpa. Era miedo.
Y era amor.
Porque, a pesar de todo, aún lo amaba.
Lo amaba desde aquella primera vez que lo vi en la facultad, cuando hablaba con esa pasión imposible sobre cómo quería cambiar el mundo, salvar vidas, hacer la diferencia.
Yo me enamoré de ese hombre.
Y ese amor nunca desapareció, aunque la vida se encargara de destrozarlo.

—Perdóname… —susurré, aunque él ya no estaba para escucharme.

Recordar el pasado era como abrir una herida que nunca cerró.
El día que supe que estaba embarazada, Adrián ya había aceptado una beca para especializarse en el extranjero.
Estábamos distantes, confundidos, heridos por una mentira que Lucía había sembrado con precisión cruel.
Una foto, un mensaje, una historia inventada sobre una supuesta infidelidad…
Y yo lo creí.
Creí que me había traicionado.

Quise llamarlo muchas veces, contarle lo del embarazo, pero el orgullo y el dolor pudieron más.
Y cuando finalmente tomé el teléfono, ya era tarde.
Había partido.

Desde entonces, cada día fue una lucha entre lo correcto y lo posible.
Cuidar de Valentina sola no fue fácil.
Hubo noches sin dormir, trabajos que no alcanzaban, momentos en que pensé que no podría más.
Pero bastaba una sonrisa de mi hija para recordarme que ella valía todo el sacrificio del mundo.

Y también me recordaba a él.
Sus ojos, su forma de reír, su inteligencia.
Todo lo que Adrián era… estaba también en Valentina.

Por eso lo escondí.
Por eso callé.
Porque temía perderla.
Temía que él quisiera llevarla lejos, que ella creciera sin mí.
Y, sobre todo, temía que me odiara por haber mentido.

Me limpié las lágrimas cuando escuché la puerta.
Era Marina, mi amiga, que volvía con Valentina.
La pequeña corrió hacia mí, con esa alegría pura que solo tienen los niños.
—¡Mamá! —gritó, abrazándome.
Yo la tomé entre mis brazos, cerrando los ojos.
—Mi vida… —susurré—. Te amo tanto.

Marina me miró desde la puerta, en silencio.
Sabía lo que había pasado. Yo se lo había contado todo.
—¿Y ahora qué vas a hacer? —preguntó con suavidad.
—No lo sé —admití—. No sé cómo arreglar esto.
—Tenés que hablar con él. —Su tono fue firme—. No podés dejar que la rabia lo aleje de ustedes.
—Tengo miedo… —dije apenas.
—Lo sé. Pero también sé que Adrián te ama, Camila. Lo vi en su mirada hoy en el hospital.

Sus palabras me hicieron temblar.
¿Amor? ¿Después de tanto? ¿Después de lo que le oculté?
No lo sabía.
Solo sabía que, pase lo que pase, ya no había vuelta atrás.

Esa noche, cuando acosté a Valentina, me quedé observándola dormir.
El cabello enredado sobre la almohada, la respiración tranquila, la pequeña mano aferrada a su osito de peluche.
Era perfecta.
Y ahora él lo sabía.
El secreto que me acompañó tantos años ya no era mío.
Y tal vez eso era justo.

Pero el miedo seguía ahí.
El miedo de que Adrián, en su enojo, quisiera llevársela.
O que simplemente decidiera no perdonarme nunca.

Apagué la luz, susurrando una promesa al aire:
—Haré lo que sea por ti, hija mía… incluso si tengo que perderlo a él para protegerte a ti.

Y mientras el cielo se cubría de nubes, una sola verdad me acompañó hasta que el sueño me venció:
A veces, amar también significa dejar ir bajo el mismo cielo.




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