Bajo el mismo cielo

Capítulo 12 – Cuando el amor duele y cura

Narración en tercera persona (Camila y Adrián)

La lluvia había caído toda la noche, golpeando los ventanales del departamento como si el cielo también llorara con ellos.
Camila no había dormido. Cada vez que cerraba los ojos, volvía a ver el rostro de Adrián, dolido y confundido.
Y, como si la vida no fuera ya lo suficientemente cruel, esa madrugada el destino le recordó lo frágil que podía ser todo.

Valentina se despertó con fiebre.

Al principio pensó que era solo un resfrío.
Pero su cuerpo temblaba, la piel ardía, y sus ojos, usualmente vivaces, estaban apagados.
Camila intentó mantener la calma mientras le tomaba la temperatura: 39,6°C.

El corazón le dio un vuelco.

—Mi amor… tranquila, mamá está aquí —susurró, acariciándole el cabello.

La fiebre no cedía.
El miedo se apoderó de ella, y antes de pensarlo demasiado, marcó un número que juró no volver a llamar tan pronto.

—¿Camila? —la voz de Adrián sonó al otro lado, ronca, cansada.
—Adrián… —su voz tembló—. Es Valentina. Está muy mal. Tiene mucha fiebre, y… no sé qué hacer.
Hubo un segundo de silencio que pareció eterno.
Luego, su respuesta fue inmediata:
—Estoy en camino.

No pasaron ni quince minutos antes de que él tocara la puerta.
Camila la abrió y se encontró con ese rostro que aún la hacía temblar.
No había rastro de enojo, solo preocupación pura.

Adrián se arrodilló junto a la cama de Valentina.
—Hola, pequeña —susurró, con una dulzura que le quebró el alma—. Soy el doctor Adrián, ¿te acordás de mí?

Valentina asintió débilmente.
Camila lo observó mientras la examinaba con delicadeza.
Su manera de hablar, de tocarle la frente, de tranquilizarla…
Era el mismo hombre que años atrás la hizo enamorarse.
Solo que ahora, verlo así, cuidando de su hija, le revolvía el corazón.

—Tiene una infección viral —dijo al fin, con voz serena—. No parece grave, pero hay que controlarla. Le bajaré la fiebre y me quedaré un rato.

—No hace falta que te quedes, Adrián. Yo puedo—
—Camila, por favor —interrumpió con suavidad—. Déjame quedarme.

No insistió.
En ese momento, más que discutir, solo quería que su hija estuviera bien.

Pasaron las horas.
La lluvia cesó y el amanecer trajo un silencio diferente, más tibio.
Valentina dormía, su respiración era tranquila.
Camila y Adrián permanecían sentados cerca, sin hablar.
El reloj marcaba las seis de la mañana cuando él rompió el silencio.

—Tenía miedo de esto —dijo, sin mirarla—. De conocerla, de quererla… y de perderme todo lo que me perdí.

Camila lo miró con lágrimas contenidas.
—Yo también tuve miedo… —respondió en voz baja—. Cada día. De que me odiaras, de que la buscaras, de que me la quitaras.

—Nunca te habría hecho eso. —La miró, con los ojos cargados de un dolor sincero—. Pero necesitaba saber la verdad. No por mí… sino por ella.

Camila bajó la mirada.
—Lo sé.
—Ella merece tener a sus dos padres —añadió, con voz firme—. No quiero reemplazarte ni arrebatarte nada. Quiero estar.

Esa última frase se clavó en el aire como una promesa.
Camila sintió un nudo en la garganta.
Durante años había imaginado esa conversación, pero nunca creyó que llegaría tan cargada de ternura.

—No sé si pueda perdonarme —dijo ella, apenas audible.
—Eso lo decidiré con el tiempo —respondió él, mirándola con honestidad—. Pero a ti te debo algo más importante que el perdón… te debo mi gratitud. Por haberla cuidado, por haberla hecho tan feliz.

Las lágrimas se desbordaron al fin.
Camila apartó la vista, pero él tomó su mano.
Fue un gesto simple, cálido, y por un segundo todo el pasado pareció desvanecerse.

Valentina se movió entre sueños, murmurando:
—Mamá… papá…

Ambos se quedaron inmóviles.
Adrián la miró con los ojos brillantes.
Camila sintió cómo el corazón se le quebraba en mil pedazos.
Esa palabra, pronunciada por labios tan pequeños, lo cambió todo.

No hubo más palabras.
Solo miradas, lágrimas contenidas y un sentimiento que, pese a todo, seguía vivo.

Porque en esa habitación, mientras el sol tímidamente se filtraba por la ventana, los tres estaban, por fin, bajo el mismo cielo.




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