Camila Herrera
El despertador sonó antes de que saliera el sol.
Camila lo apagó con un movimiento torpe y se quedó mirando el techo, intentando ordenar los pensamientos que no la dejaban dormir desde hacía días.
Cada vez que cerraba los ojos, veía la mirada de Adrián.
Esa mezcla de ternura y arrepentimiento que le desarmaba las defensas.
Suspiró.
No podía negar lo evidente: su corazón volvía a latir por él, aunque su mente gritara que era un error.
Bajó a la cocina y encendió la cafetera.
El aroma llenó el ambiente, y por un instante, la rutina le dio la falsa sensación de control.
Valentina apareció descalza, con su osito en brazos.
—¿Soñaste algo lindo? —preguntó Camila.
—Sí. Que fuimos al mar con papá.
Camila sonrió, pero la sonrisa le tembló.
—Quizás algún día lo hagamos —dijo, acariciándole el cabello.
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Más tarde, en la redacción, Camila intentó concentrarse en su trabajo, pero todo le resultaba borroso.
El rostro de Adrián se le aparecía en cada pausa, en cada silencio.
La noche anterior, cuando él tomó su mano, algo dentro de ella cambió.
La puerta del despacho se abrió de golpe.
—¡Camila! —Marina entró sonriente, con un fajo de papeles en la mano—. ¿Sabés quién volvió a la ciudad?
—¿Quién? —preguntó ella, distraída.
—Lucía. La doctora Lucía.
Camila sintió un escalofrío.
El nombre bastó para que el aire se volviera pesado.
—¿Lucía Salvatierra? —susurró.
—La misma. Me la crucé en el hospital esta mañana. Parece que va a quedarse un tiempo.
Camila tragó saliva.
Lucía. La mujer que había sembrado la duda en Adrián años atrás.
La responsable de aquella mentira que los separó.
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Esa tarde, Camila pasó por el hospital. Tenía que entregar unos documentos para un reportaje, pero el corazón le latía con fuerza, temiendo encontrársela.
Y el destino, como siempre, no tardó en jugarle una mala pasada.
Lucía estaba ahí.
Elegante, impecable, con la misma sonrisa ensayada de siempre.
—Camila Herrera —dijo, con un tono suave y envenenado—. Cuánto tiempo.
—Demasiado poco —respondió ella, sin ocultar su incomodidad.
Lucía sonrió con cinismo.
—Veo que Adrián y vos volvieron a estar… cerca. Me alegra. Siempre supe que lo tuyo con él era fuerte.
Camila la miró, tratando de leer entre líneas.
Lucía se acercó un poco más.
—Solo espero que no vuelvas a romperle el corazón —susurró—. Esta vez no lo resistiría.
La dejó allí, helada, con un nudo en el pecho.
Camila comprendió entonces que el pasado aún no los había liberado.
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Esa noche, Adrián pasó por su casa para dejarle unos papeles de Valentina.
Camila intentó actuar con normalidad, pero él lo notó.
—¿Qué te pasa? —preguntó con suavidad.
—Nada… solo fue un día largo.
—Te vi nerviosa desde que llegué.
Camila bajó la mirada.
—Vi a Lucía.
El rostro de Adrián se tensó.
—¿Qué te dijo?
—Nada importante. Solo… insinuaciones.
—Camila, no quiero que ella te moleste. Lucía no tiene lugar en mi vida, ni en la tuya.
Camila lo miró con duda, pero sus ojos eran sinceros.
Entonces, Adrián dio un paso hacia ella.
—Yo te perdí una vez por creer en mentiras. No pienso volver a hacerlo.
Sus palabras la desarmaron.
El aire entre ellos se volvió denso, casi eléctrico.
Camila sintió el impulso de alejarse… pero no pudo.
Adrián levantó una mano y le acarició la mejilla con delicadeza.
—No sabés cuánto te extrañé —murmuró.
—Adrián… —susurró ella, con la voz temblorosa.
—No digas nada. Solo… quedate.
El beso no fue planeado.
Fue lento, contenido, con años de distancia comprimidos en un solo instante.
Y cuando se separaron, Camila se dio cuenta de que ya no había marcha atrás.
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Más tarde, mientras él se iba, ella se quedó mirando el cielo desde la ventana.
Las nubes ocultaban las estrellas, pero ella sabía que estaban ahí.
Como los sentimientos que había intentado enterrar, y que ahora volvían a respirar.
Camila apoyó una mano en el vidrio frío.
—No quiero volver a perderte —susurró, aunque sabía que él ya no podía oírla.
Y en su interior, una parte de ella —la más frágil y valiente— empezó a creer que tal vez, solo tal vez, el amor sí podía tener una segunda oportunidad.