Bajo el mismo cielo

Capítulo 18 – El peso del perdón

Camila Herrera

La noche era cálida, pero en el aire flotaba algo más que el calor del verano.
Camila estaba en el balcón, con una taza de té entre las manos, mirando la ciudad iluminada.
Desde hacía días, sentía que algo en ella pedía liberarse.

Adrián estaba adentro, leyendo un informe médico, pero su mente —ella lo sabía— estaba tan inquieta como la suya.

Habían pasado semanas desde el hospital.
Valentina estaba bien. Reía, jugaba, dormía tranquila.
Todo parecía volver a la calma.
Y, sin embargo, Camila no podía sentirse en paz.

Porque aún quedaban palabras no dichas.
Y secretos que pesaban más que el silencio.

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—No puedo seguir así —dijo finalmente, sin girarse.

Adrián levantó la vista.
—¿Así cómo?
—Como si todo estuviera bien. Como si el pasado no existiera.

Él dejó los papeles a un lado y se acercó despacio.
—Sé que no está todo bien. Pero quiero que lo esté.
—Yo también —murmuró ella—. Pero para eso… tenemos que hablar.

Adrián asintió. Se sentó frente a ella, en el suelo, con la misma serenidad con la que enfrentaba una cirugía.
—Decime todo —dijo en voz baja—. Sin miedo.

Camila respiró hondo.
Las palabras le temblaban en los labios.

—Cuando me fui, estaba embarazada —empezó—. Y te juro que quise decírtelo.
—¿Por qué no lo hiciste? —preguntó él, sin enojo, solo con una tristeza infinita.

—Porque te vi… —susurró ella— con Lucía.
La voz se le quebró.
—Ella me dijo que estaban juntos, que vos ya habías elegido.
Y yo… no podía quedarme rogando por un lugar que pensé que ya no era mío.

Adrián cerró los ojos.
Un golpe seco en el pecho, como si el aire se le escapara.

—Lucía… —murmuró—. Me dijo que te habías ido con otro. Que no querías saber nada de mí.
—Nos destruyó —dijo Camila, con lágrimas cayéndole despacio—. Y yo… fui cobarde.

Hubo un largo silencio.
Solo el ruido lejano de la ciudad llenaba el espacio entre ellos.

Adrián se acercó un poco más.
—No fuiste cobarde, Cami. Fuiste una mujer sola, asustada, tratando de proteger a su hija.
—Pero te mentí. Te quité seis años de su vida.
—Y yo te lastimé con mis dudas.

Camila lo miró.
En sus ojos no había reproche, solo cansancio y amor.

—¿Podés perdonarme? —preguntó ella, apenas un susurro.
Adrián se inclinó, apoyó su frente contra la de ella y dijo:
—Te perdoné el día que la vi sonreír. Porque entendí que, aunque nos rompimos, hiciste todo por amor.

Las lágrimas los unieron en un abrazo lento, sincero.
Un abrazo que dolía y sanaba al mismo tiempo.

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—¿Y vos podés perdonarme a mí? —preguntó él después, con voz ronca.
—Ya lo hice —respondió ella—. El rencor me estaba robando lo único que me quedaba: la posibilidad de volver a creer.

Adrián sonrió apenas.
—Entonces empecemos de nuevo. Sin pasado. Solo el presente.
—Y el futuro —añadió ella—. Si todavía querés quedarte.

Él la miró con ternura.
—No tengo a dónde ir si no es con ustedes.

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Esa noche, no hubo promesas eternas.
Solo miradas limpias, manos entrelazadas y un silencio lleno de paz.
Por primera vez en mucho tiempo, Camila durmió sin miedo, y Adrián sin culpa.

El perdón no borró el pasado, pero lo volvió más liviano.
Y al amanecer, cuando los primeros rayos de sol entraron por la ventana, ambos entendieron que amar de nuevo era, al fin, posible.




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