"Cuando una persona muere, mueren millones de corazones"
Paige Gilmore.
La brisa nocturna soplaba suavemente, arrastrando el crujido de hojas secas que caían de los árboles cercanos. El fuego chisporroteaba, enviando destellos dorados y anaranjados hacia el cielo estrellado, como si intentara establecer un diálogo silencioso con el infinito. Me acomodé en la silla plegable, disfrutando del calor que emanaba de las llamas, un abrazo invisible que me hacía sentir cálida y en paz.
A mi lado estaba Kyle, con su risa contagiosa y esos ojos vivos que parecían reflejar cada chispa de luz. Hablaba con una energía desbordante, gesticulando como si cada historia fuera una obra de teatro improvisada.
—Y entonces el oso... ¡El oso simplemente se detuvo y nos miró!— exclamó, con una expresión exageradamente dramática que hizo que no pudiera evitar sonreír.
Kyle tenía ese don especial para convertir incluso los momentos más mundanos en relatos épicos, y en ese instante, su voz era todo entusiasmo y emoción.
Vicent, en contraste, permanecía más apartado, sentado en la otra esquina de la hoguera. Sus ojos estaban fijos en las llamas, como si intentaran descifrar algún secreto ancestral escondido entre el fuego y el humo.
Su mente siempre parecía estar en otro lugar, reflexionando, ideando, sin prestar mucha atención a lo que lo rodeaba. Sin embargo, cuando lo hacíamos reír con alguna broma, su risa profunda y sólida era como una melodía que llenaba el aire, un lazo invisible que nos hacía sentir más unidos.
Un poco más allá, Aurora manipulaba con cuidado un pincho con marshmallows, girándolos con precisión para asegurarse de que estuvieran perfectamente asados. Era siempre tan meticulosa, tan atenta a cada detalle, que me sentí admirar su paciencia mientras giraba el palo con movimientos suaves y constantes.
—¡Cuidado, Paige! No te acerques demasiado a la fogata, podrías quemarte— me advirtió de nuevo, con una sonrisa serena.
Momentos como estos, aunque simples, significaban todo para mí. El sonido de las hojas, el crepitar del fuego, las voces de mis amigos... Todo se sentía completo. Me sentía afortunada de tenerlos. Cada uno de ellos era una parte fundamental de este grupo, un pequeño pilar en mi propia historia personal.
Mientras observaba las llamas danzar, mi mente me llevó hacia aquel primer verano, cuando empezamos a planear este viaje.
Nos imaginábamos noches como esta: momentos de risa, confianza y complicidad. Me sentí invadida por una mezcla de nostalgia y gratitud al pensar en lo mucho que habíamos compartido: secretos, sueños, preocupaciones, y cómo, a pesar de todo, esos momentos seguían aquí, vivos en mi memoria.
Solo había algo que me faltaba para cerrar este círculo de felicidad, algo o alguien...
De repente, dos figuras se acercaron entre las sombras, tomados de la mano, sus siluetas suaves bajo la luz de la hoguera.
—¿Ese es Kaiden y Zoe?— preguntó Kyle, inclinándose un poco hacia adelante para tratar de identificarlos en la oscuridad.
El simple hecho de verlos hizo que mi corazón diera un pequeño salto. No pude evitar que una sensación incómoda se instalara en mi pecho. Ellos eran tan distintos, tan felices en su propia burbuja, y eso me dolió de una manera inexplicablemente sutil. No era celos, no exactamente; era más bien una punzada de inseguridad, como si sus sonrisas y su felicidad me recordaran lo lejos que me sentía de poder alcanzar algo así.
Cuando se unieron al grupo, su energía era contagiosa. Sus risas se sentían como una melodía, iluminando el aire con su alegría.
—¡Mira quiénes llegan!— exclamó Aurora con entusiasmo, aplaudiendo como si se tratara de una banda de rock. Kyle y Vicent se unieron al gesto, enviándoles bromas y elogios de cariño.
—¡Felicidades! Sois adorables juntos— dijo Vicent, dándole a Kaiden un suave empujón en señal de complicidad.
Me quedé en un rincón, sin querer llamar la atención, tratando de no mirarlos demasiado. No era que estuviera molesta, pero la atención estaba completamente centrada en ellos, en su felicidad, y eso me hizo sentir una especie de distancia, como si estuviera observando una escena desde afuera. Un sentimiento de estar un poco perdida, un poco sola, incluso con todos ellos a mi alrededor.
Mis pensamientos me envolvieron como sombras, ese recordatorio constante de que deseaba esa conexión, ese vínculo tan claro y palpable, pero que parecía estar siempre fuera de mi alcance.
—Paige, ¿estás bien? Pareces un poco distante— preguntó Kyle, mirándome con una expresión de preocupación genuina.
Me obligué a sonreír, a mantener la calma, mientras intentaba ordenar los pensamientos que seguían girando en mi mente como un torbellino.
—Sí, estoy bien—respondí rápidamente, forzando una sonrisa que no llegaba a mis ojos.
Zoe, ajena a mis dudas internas, sonreía radiante.
—Gracias, chicos. Esto es increíble— dijo, mientras Kaiden le lanzaba una mirada llena de amor.
Luchaba con la sensación de ser la única que no encajaba en aquella imagen de felicidad. La euforia a mi alrededor era palpable, pero para mí todo se sentía como si estuviera detrás de un vidrio, observando desde una ventana, incapaz de ser parte de esa alegría tan evidente.
La noche siguió su curso entre charlas y risas, un ambiente que intenté compartir con ellos, pero la incomodidad seguía aferrándose a mí. Todos hablaban de planes, de más noches como aquella, de celebraciones y momentos en pareja.
Y, mientras las palabras se deslizaban en el aire, sentía cómo me perdía en mis propios pensamientos. No era que no me importaran, pero no podía evitar que mi tristeza me hiciera sentir cada vez más distante.
Finalmente, decidí que era hora de alejarme un poco.
—Creo que necesito un momento— murmuré, casi en un susurro, y sin esperar una respuesta, me levanté y me alejé del grupo.