Bajo el mismo cielo roto

21

"El amor nunca muere, vive en nuestros recuerdos"

Paige Gilmore.

El sol se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación con una luz suave. Hoy era un día especial, el cumpleaños de Kaiden, el gemelo de mi novio, que ya no estaba.

Aunque el clima era festivo, en mi pecho se agitaba una tormenta de emociones. Me miré en el espejo, con la mano en el corazón, intentando calmar el cúmulo de sentimientos que amenazaba con desbordarse.

Era 1 de junio.

Para la mayoría de las personas es una fecha común y corriente, para mí, era un día donde no tenía a mi novio conmigo para celebrar su cumpleaños.

Qué giros da la vida en unos segundos.

Y luego estaba Kaiden, como un recordatorio constante de que él ya no estaba.

Era injusta, con Chris, con Kaiden, pero sobre todo conmigo misma.

Los padres de Kaiden habían decidido celebrar su cumpleaños número 21. Trataban de seguir adelante, de que la partida de Chris no significara detener su vida, o eso era lo que creían en el fondo. Yo no estaba segura de eso, al contrario, estas celebraciones solo avivan el fuego en nuestros corazones.

Sabía que debía estar emocionada por la celebración, pero la realidad de su ausencia pesaba mucho. La imagen de mi novio, sonriendo y lleno de vida, me sobrecogía. ¿Cómo iba a enfrentar este día sin él? Mientras me alistaba, elegí un vestido corto, blanco, pero incluso esa pequeña decisión se sentía cargada. ¿Era apropiado vestirme con alegría y ánimo cuando, en el fondo, la tristeza me acompañaba?

Mientras me maquillaba, traté de recordar momentos felices: risas compartidas, historias contadas entre hermanos, sus travesuras. Pero cada recuerdo también traía consigo la sombra de la pérdida.

En la cocina, preparo la tarta que había prometido hacer y que realizaba todos los años, una de las recetas favoritas de mi novio. La masa se sentía fría entre mis manos, y cada mezcla de ingredientes me recordaba el amor que se esparcía en cada rincón de nuestra vida. Pero ahora, ese amor se sentía incompleto.

El tiempo pasaba, y mientras contaba los minutos para el encuentro, la ansiedad se apoderó de mí. No podía evitar sentirme abrumada. La idea de tener que poner una sonrisa y celebrar la vida de Kaiden, cuando su hermano ya no estaba, me resultaba casi insoportable. Pero sabía que debía hacerlo por él, por su memoria.

Finalmente, tomé una respiración profunda y me miré de nuevo en el espejo. Tenía que ser fuerte. La familia de Kaiden contaba conmigo, y aunque mi corazón estuviera quebrado, el amor siempre estaba presente. Con una última mirada al espejo, me dirigí a la puerta, dispuesta a enfrentar el día y a honrar la vida de mi amado, por ambos.

Tan pronto llegue a la casa de los Warren un olor dolorosamente familiar me recibió. Eleanor todos los años cocinaba una tarta de chocolate, la favorita de ambos, era una tradición que ambos habían tenido desde muy pequeños.

Un escalofrió recorrió mi espalda, deje escapar un suspiro tratando de contener mis emociones.

—¡Paige!—el saludo de Eleanor desde la cocina me hizo sonreír.

Al llegar, Eleanor me abrazó fuertemente.

—¿Como estás, Ele?

—Estoy...—hizo una pausa, mientras se daba la vuelta continuando picando algunas verduras —...mejor. Ya me puedo levantar de la cama.

Me mordí el labio inferior con ansiedad. A simple vista se podía notar que no estaba bien, ¿por qué actuaba como si estuviera bien?

—¿De verdad estás bien?—cuestione. Me puse a su lado para ver su rostro.

—Me di cuenta de algo, Paige —dijo Eleanor con un tono serio, casi solemne. Su mirada se perdió en el suelo, y mi corazón comenzó a acelerarse. Algo en la forma en que lo dijo me preocupó.

Guardé silencio, esperando sus palabras.

—Tengo otro hijo. Por mucho que quiera rendirme, recordé que él también me necesita... que todavía necesita a su madre.

Su voz se quebró al final, y la fuerza que intentaba proyectar parecía tambalearse. Asentí lentamente, sin encontrar palabras. Tenía razón.

Pero entonces, una punzada de egoísmo atravesó mi pecho.

¿Y yo?

Yo no tenía a nadie más.

Yo solo lo tenía a él.

Mis pensamientos se desbordaron, caóticos y desgarradores. ¿Por qué me sentía así? Eleanor había perdido tanto, pero al menos tenía algo a lo que aferrarse. Yo, en cambio, sentía que estaba cayendo en un abismo sin fondo, con su ausencia como un eco constante que no me dejaba en paz ni un solo segundo.

Era como si una parte de mí hubiera sido arrancada, dejándome incompleta, rota. Me odié por esos pensamientos. Me odié por ser incapaz de sentirme feliz por ella, por querer que compartiera mi vacío.

Lo sentía tan malditamente parte de mí.

Chris no era solo alguien a quien había amado. Era alguien que había definido quién era yo. Y ahora, sin él, me sentía como un cascarón vacío, un reflejo de lo que solía ser.

Me quedé allí, mirando a Eleanor, queriendo decirle que entendía su lucha, que estaba orgullosa de su valentía. Pero las palabras se atoraron en mi garganta, atrapadas entre mi pena y mi egoísmo.

—Tienes razón, Ele —dije suavemente, observándola mientras seguía cortando las verduras con movimientos precisos. —¿Necesitas ayuda con algo?

—No, querida. Ya casi está todo listo. Ve a relajarte, los chicos ya están en la sala.

—Está bien —accedí, aunque sin moverme de inmediato. Antes de darme la vuelta, vacilé y lancé la pregunta que llevaba rondando mi cabeza desde que llegué. —...¿Puedo ir a la habitación de Chris?

Eleanor detuvo el cuchillo a mitad de camino, su mirada se perdió por un instante en algún punto lejano.

—No quiero que estés triste hoy, Paige.

Ya lo estoy. Siempre lo estaré.

La respuesta se formó en mi mente, pero las palabras no salieron. No podía decirle eso. No a ella, no hoy.



#3503 en Novela romántica

En el texto hay: amor, odio, hermano

Editado: 21.12.2024

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