"La máscara cayó, y en sus ojos solo quedó la verdad oscura que temíamos."
Esa noche, Kaiden y yo no dejamos de hablar sobre lo que vimos. Sentados en su auto, estacionado a unas cuadras de la casa de Connor, intentamos armar el rompecabezas.
—Ese tipo lo amenazó —murmura Kaiden, golpeando el volante con el pulgar—. ¿De qué demonios estaba hablando? ¿Qué es lo que no tiene?
Me muerdo el labio, recordando el miedo en el rostro de Connor.
—No lo sé, pero sea lo que sea, es importante. Y peligroso.
Kaiden asiente, aún con la mandíbula apretada.
—Mañana en la escuela lo vigilaremos más de cerca. No puede esconderse para siempre.
A la mañana siguiente, seguimos con nuestro plan. Connor actúa extraño: está más callado de lo normal, mira a su alrededor con paranoia y revisa su teléfono constantemente.
En la hora del almuerzo, se aparta de su grupo habitual y se sienta solo, con los codos sobre la mesa y la cabeza baja. Kaiden y yo intercambiamos una mirada.
—Está quebrándose —susurra Kaiden—. Si lo presionamos un poco más, hablará.
Pero no tenemos que presionarlo.
Un mensaje aparece en la pantalla de su teléfono, y su reacción es inmediata: se levanta con rapidez y sale del comedor.
No dudamos en seguirlo.
Nos lleva hasta la parte trasera del gimnasio, un área poco transitada durante las horas de clase. Connor revisa su teléfono, luego mira a su alrededor, nervioso.
Kaiden y yo nos escondemos detrás de la puerta de servicio, escuchando con atención.
—No puedes seguir presionándome así —dice Connor en voz baja.
Se hace una pausa. Está hablando por teléfono.
—Sí, pero... yo no quería que terminara así —continúa, su tono tembloroso—. ¡No era el plan! ¡Él no tenía que...!
Kaiden y yo nos miramos con los ojos bien abiertos.
Connor baja la voz, pero alcanzamos a escuchar lo suficiente.
—No voy a hacer nada más. Me estoy metiendo en problemas.
Hace una pausa. Escucha algo al otro lado de la línea y suspira con frustración.
—¡Ya lo sé! Pero si alguien se entera... No, no diré nada. ¿Crees que soy idiota?
Cuelga y se queda quieto por un momento, con las manos en la cabeza. Luego se marcha con pasos apresurados.
Salimos de nuestro escondite, procesando lo que acabamos de escuchar.
—Está claro —digo en voz baja—. Connor estuvo involucrado en la muerte de Chris.
Kaiden se pasa una mano por el cabello, exhalando con furia contenida.
—Pero no actuó solo. Hay alguien más.
Nos quedamos en silencio, sintiendo el peso de la verdad.
No podemos detenernos ahora.
Debemos descubrirlo todo.
Las siguientes semanas nos dedicamos a seguir a Connor más de cerca. Nos turnamos para vigilarlo, sin levantar sospechas. No es fácil, pero después de lo que escuchamos detrás del gimnasio, sabemos que estamos cerca de descubrir la verdad.
Connor se muestra cada vez más paranoico. Mira constantemente por encima del hombro y evita hablar con mucha gente. Empieza a salir antes de clases y a recibir llamadas en los lugares más solitarios de la escuela.
Hasta que finalmente, cometemos un golpe de suerte.
Una tarde, Kaiden y yo lo seguimos fuera del colegio. No regresa a su casa como de costumbre. En su lugar, toma un camino diferente, uno que nos lleva a un taller mecánico en las afueras de la ciudad.
—¿Qué hace aquí? —murmura Kaiden, estacionando el auto a una distancia prudente.
Connor se acerca a la puerta trasera del taller y toca dos veces. Un hombre alto y corpulento abre la puerta y lo deja pasar.
—Ese tipo no es un mecánico —digo en voz baja, sintiendo un escalofrío.
Esperamos. El tiempo parece ir más lento. Pasan quince minutos, luego veinte. Finalmente, Connor sale del taller, pero no está solo.
El mismo hombre que lo amenazó fuera de la escuela está con él.
—Mierda... —Kaiden aprieta los dientes.
El hombre le dice algo a Connor, señalando con el dedo en su dirección con gesto amenazante. Connor asiente rápidamente, metiendo las manos en los bolsillos, como si quisiera desaparecer.
Cuando el tipo se da la vuelta y entra de nuevo al taller, Connor se queda de pie por unos segundos. Luego, con expresión derrotada, camina de regreso a la calle.
Kaiden arranca el auto.
—Vamos a seguirlo.
Pero justo cuando nos preparamos para hacerlo, algo llama mi atención.
Unas cajas apiladas cerca de la puerta del taller mecánico. Una de ellas está abierta y desde aquí puedo ver su contenido: placas de autos.
Y entre ellas, hay una que me resulta dolorosamente familiar.
La placa del auto de Chris.
Siento que me falta el aire.
Kaiden lo ve también. Sus manos se tensan en el volante.
—Ese bastardo...
Connor está involucrado. No hay dudas. Pero ahora, sabemos algo más:
El accidente de Chris no fue un accidente.
El aire se siente pesado, como si todo el peso del mundo se hubiera instalado en mi pecho. Me duele respirar. Me duele pensar. Él no se merecía eso sin importar la razón. Chris era un buen chico, nunca se metía en peleas con nadie.
No puedo dejar de mirar la placa, las letras y los números que reconozco al instante. Es como si alguien me hubiera arrebatado el suelo bajo los pies y ahora estuviera cayendo en un vacío interminable.
Siento un nudo en la garganta. Mis ojos arden. Intento parpadear para contenerlo, pero es inútil.
Las lágrimas empiezan a deslizarse por mis mejillas, una tras otra, sin control.
No es justo.
Chris no merecía esto.
Suelto un sollozo, cubriéndome la boca con las manos para ahogar el sonido. Kaiden reacciona de inmediato.
—Paige... —su voz suena diferente, más suave.
Me rodea con sus brazos antes de que pueda apartarme, y en cuanto su calor me envuelve, pierdo la poca resistencia que me queda.