"Aún no sé qué nombre darle a lo que siento, pero sé que mi corazón reacciona cada vez que me miras."
El sonido de la puerta cerrándose con fuerza retumba en mis oídos. Unos matones nos rodean, sus sombras proyectándose sobre nosotros bajo la tenue luz del almacén abandonado. El aire huele a óxido, a sudor y peligro.
El hombre que nos atrajo aquí —el dueño del camión— se agacha frente a nosotros con una sonrisa burlona mientras uno de sus secuaces termina de atarnos las manos con gruesas cuerdas.
—No es su noche de suerte, chicos —murmura con una voz grave y rasposa, sus ojos oscuros recorriéndonos como si ya nos viera muertos.
Mis muñecas arden con la presión de las ataduras. Kaiden está junto a mí, su rostro tenso, su mandíbula trabada, pero es Connor el que más me sorprende.
Está en el suelo, atado igual que nosotros, con la cabeza baja y el labio partido. Un hilo de sangre gotea desde su ceja hasta su camiseta arrugada, pero no hace ningún intento por limpiársela.
El dueño del camión se pasea frente a nosotros como un depredador analizando a su presa.
—¿Saben lo que me molesta de los niños ricos? —pregunta con sorna, lanzando una mirada a Kaiden—. Se creen intocables.
Kaiden no responde. Sus ojos oscuros arden con una mezcla de rabia y... miedo. Yo también lo siento.
El hombre suspira dramáticamente, chasqueando la lengua.
—Pero no están aquí por mí. —su mirada se desliza hacia Connor, cuya respiración se ha vuelto entrecortada—. Sino por él.
Todos giramos hacia Connor al mismo tiempo.
Y entonces, él levanta la cabeza.
Sus ojos reflejan algo... algo roto.
—Yo... —su voz es un susurro rasposo, casi inaudible sobre el sonido de nuestra propia desesperación.
El silencio en la habitación se vuelve sofocante.
—¡Habla! —gruñe el matón, propinándole un puntapié en las costillas.
Connor jadea de dolor, su espalda arqueándose con el impacto, pero apenas parece notarlo. Su mirada se posa en Kaiden.
—Chris no era el objetivo —dice con voz quebrada.
Mi estómago se hunde.
Kaiden se queda inmóvil, su respiración entrecortada.
—¿Qué? —su voz es apenas un murmullo.
Connor cierra los ojos por un segundo, como si el peso de las palabras que está a punto de decir lo aplastara.
—La chica que murió... Lily... —traga saliva, sus manos temblando en sus ataduras—. Era mi hermana.
Todo mi cuerpo se tensa.
El aire se vuelve espeso. Los latidos en mis oídos son ensordecedores.
—¿Tu... hermana? —mi voz apenas sale.
Connor asiente con dificultad.
—Mis padres se enteraron de lo que pasó... de lo que la llevó a... —su voz quiebra—. Se enteraron del motivo.
Mis labios se separan para preguntar, para gritar, para hacer algo... pero él sigue.
—Decidieron vengarse.
La palabra resuena como un trueno en mi mente. Connor levanta la cabeza, sus ojos encontrándose con los de Kaiden.
—Tú eras el objetivo.
El silencio cae sobre nosotros como un puñetazo en el pecho.
Mi respiración se detiene.
Kaiden... se queda pálido como un cadáver. Su rostro, tan frío y siempre controlado, ahora es un lienzo de incredulidad y horror.
—No... —su voz apenas es un murmullo, como si se negara a creerlo.
—Pero se equivocaron. —Connor desvía la mirada—. Fue Chris quien tomó el coche ese día. Ustedes eran iguales, se confundieron.
Mis manos temblorosas tiran de las cuerdas instintivamente.
Mi corazón late tan fuerte que me duele.
Chris murió por error. Chris murió porque alguien quería matar a Kaiden.
Siento que el suelo se abre bajo mis pies.
Kaiden baja la cabeza. Su cuerpo tiembla ligeramente.
Nunca lo había visto así.
Nunca había visto a Kaiden... tan devastado.
No hay tiempo para procesar lo que acabamos de escuchar. Uno de los matones se mueve, sacando un bate de metal. El pánico me envuelve como un torbellino.
Van a golpearnos.
Van a matarnos.
Mi cuerpo reacciona antes de que mi mente pueda hacerlo. Me giro bruscamente contra las ataduras, sintiendo cómo la cuerda cede, cómo la piel se rasga en el proceso.
Kaiden lo nota. Sus ojos vuelven a encenderse.
—¡Paige...!
Pero ya lo hice.
La cuerda en mis muñecas cae al suelo. No dudo. Lanzo un codazo al matón más cercano y me lanzo hacia Kaiden, desatando sus manos con torpeza.
—¡Atrápenlos! —grita el líder.
Kaiden se libera justo a tiempo para esquivar un golpe, golpeando con su codo a uno de los hombres. Connor aún está en el suelo, tratando de soltar sus manos.
Pero hay demasiados. Uno de los matones me sujeta del brazo con fuerza, haciéndome girar bruscamente. Pero antes de que pueda hacer algo, un estruendo llena la habitación.
—¡ALTO AHÍ!
Todo se congela.
Los matones se tensan.
Y entonces lo veo. Jacob.
El padre de Kaiden está en la puerta con varios hombres armados, todos con rostros sombríos. Jacob da un paso al frente, su mirada helada.
—Déjenlos ir. Ahora.
Los matones titubean. Pero el líder sonríe con burla.
—Mira nada más. ¿Vienes a salvar a tu hijo?
El aire se carga de tensión. El líder del grupo saca un cuchillo y me agarra del brazo, jalándome bruscamente.
—¡No! —Kaiden da un paso adelante.
Y entonces lo veo.
El brillo del bate de metal. El matón lo levanta. Va a golpearlo.
Mi cuerpo se mueve antes de que pueda pensar.
—¡Kaiden!
Me lanzo frente a él. Y el impacto me golpea con toda su fuerza. El dolor explota en mi costado.
Mis rodillas ceden. El sonido de los gritos se vuelve distante.
Kaiden me atrapa antes de que caiga completamente.
—¡Paige!
Sus brazos me envuelven, su voz suena como un eco lejano.
El dolor me roba el aire.
Miro a Kaiden, veo el terror en sus ojos, veo algo que nunca había visto antes en él.