"Aún no sé qué nombre darle a lo que siento, pero sé que mi corazón reacciona cada vez que me miras."
Kaiden
El hospital huele a desinfectante. A sangre. A miedo.
Estoy sentado en una de esas sillas incómodas, con los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas en una presión desesperada.
No puedo dejar de ver mis manos. Todavía hay rastros de su sangre en mis dedos.
Mis uñas se clavan en la piel de mis palmas. No me importa el dolor. Es lo único que me mantiene en este maldito lugar sin perder la cabeza.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que la metieron a urgencias.
No sé cuánto tiempo llevo aquí sentado.
Solo sé que el sonido de los monitores y los pasos apresurados de los médicos están destruyéndome poco a poco.
Cierro los ojos con fuerza.
El recuerdo del bate golpeándola, el sonido del impacto, el grito ahogado que se le escapó...
Me inclino hacia adelante y entierro la cabeza entre mis manos. No puedo perderla. No después de todo.
—Kaiden.
Levanto la vista y ahí está Zoe.
Su melena negra y su postura altiva desentonan con el ambiente lúgubre del hospital. Me mira con los brazos cruzados, como si estuviera evaluándome, como si ya supiera lo que voy a hacer. Y honestamente, no tengo fuerzas para esto ahora.
—No es un buen momento —murmuro.
Ella ignora mi advertencia y se sienta a mi lado, cruzando una pierna sobre la otra.
—Siempre es un buen momento para hablar de nosotros.
El cansancio me aplasta.
—Zoe...
—Escucha —me interrumpe—. No entiendo por qué estás aquí cuando podrías estar conmigo.
Suelto una risa sin humor y me paso una mano por el rostro.
—¿En serio estás diciendo esto ahora?
Ella inclina la cabeza, fingiendo confusión.
—Solo digo la verdad. Mira en lo que te metiste, Kaiden. Casi te matan.
—Paige casi muere —le digo con los dientes apretados. Aprieto los puños, no estoy de humor para soportarla.
—Exactamente. —Sus ojos se oscurecen—. Y si sigues con ella, esto no va a terminar bien.
La rabia burbujea en mi pecho. Me enderezo, apoyando los codos en mis rodillas, y la miro fijamente.
—¿Me estás dando un ultimátum?
Zoe no se inmuta.
—Quiero que elijas. O vienes conmigo y dejamos atrás toda esta locura, o sigues con Paige y te quedas con la vida miserable que estás construyendo.
Mis puños se cierran. No hay elección. Nunca la hubo.
Me levanto de la silla, mirándola desde arriba.
—Ya elegí.
Los ojos de Zoe se entrecierran.
—¿Qué dijiste?
—Me quedo con Paige.
Sus labios se separan en una mezcla de incredulidad y enojo.
—¿Vas a elegir a una chica rota que te va a hundir?
—Sí. —Mi voz es firme, sin titubeos—. Porque prefiero estar con ella y enfrentar lo que venga, que pasar un solo segundo más fingiendo que tú significas algo para mí.
Zoe retrocede como si la hubiera golpeado.
Por primera vez, veo miedo en su mirada.
Se levanta de golpe y me atraviesa con una mirada de odio puro.
—Vas a arrepentirte.
Se gira sobre sus tacones y se aleja con pasos furiosos.
No la detengo. Ni siquiera la veo irse.
Mi mirada está fija en la puerta de la sala de urgencias.
Porque hay algo mucho más importante. Porque Paige sigue ahí adentro y yo solo quiero que despierte.
La cirugía de Paige lleva más de media hora. Treinta minutos eternos. Treinta minutos de incertidumbre.
Mis piernas se sienten débiles, pero no me he movido de esta sala de espera. No puedo. No quiero.
Entonces, la puerta se abre de golpe.
—¡Hermana!
Brandon es el primero en entrar, con Adrian justo detrás de él. Sus rostros están tensos, sus ojos llenos de miedo.
Detrás de ellos vienen sus padres. La señora Elise tiene el rostro empapado de lágrimas, mientras que su Robert camina rígido, como si apenas pudiera mantener la compostura.
—¿Dónde está mi hija? —pregunta, buscando respuestas.
Me pongo de pie de inmediato.
—Sigue en cirugía —respondo con la voz quebrada.
Adrian se pasa una mano por el cabello, desesperado.
—Dios...
Brandon golpea la pared con el puño.
—No puede estar pasando esto otra vez...
Elise llora en silencio, aferrándose al brazo de su esposo, mientras él aprieta la mandíbula con impotencia.
Antes de que pueda decir algo más, otra voz se hace presente.
—¿Cómo está?
Levanto la vista y me encuentro con mis padres.
Mi madre se acerca, su expresión severa, pero hay preocupación en su mirada. Jacob, en cambio, parece agotado, como si esta noche lo estuviera envejeciendo años en cuestión de minutos.
—Aún no sabemos nada —respondo, sintiendo la desesperación filtrarse en mi voz.
Jacob suspira pesadamente y asiente.
—Lo importante es que está en las mejores manos.
Intento creer en sus palabras. Intento aferrarme a algo. Pero entonces, el tiempo se estira.
Cada segundo es una tortura. Cada minuto sin noticias es una sentencia.
Las luces del quirófano siguen encendidas, pero las puertas siguen cerradas.
Y yo...
Yo me estoy desmoronando.
Mis ojos arden, pero no me importa.
No sé si lloro por Paige.
No sé si lloro por mi hermano, quien murió de una manera tan... tonta.
No sé si lloro porque siento que lo estoy perdiendo todo.
Me cubro el rostro con las manos, tratando de contener todo lo que amenaza con salir. Ese día, debí ser yo.
No sé cuánto tiempo pasa.
Pero de repente, escucho pasos apresurados y voces familiares.
Levanto la mirada y veo a Aurora, Kyle y Vincent acercarse con expresiones de pura angustia.
—¿Cómo está Paige? —pregunta Vincent, con los puños apretados.
—No sabemos nada aún —responde Brandon con el ceño fruncido.
Aurora se lleva una mano al pecho, su mirada brilla con lágrimas contenidas.