Bianca
Ha pasado una semana desde que empecé a trabajar como asistente personal de Vittorio, y si alguien me hubiera dicho lo difícil que sería, habría pensado que exageraba.
Pero no.
No exageraban.
Los empleados lo respetan… o más bien, le temen.
Es frío, directo, cero paciencia, y su forma de ver a la gente hace que más de uno se quede paralizado.
Excepto yo.
O al menos, ya no tanto.
No sé en qué momento ocurrió, pero esa actitud suya tan dura… esa frialdad tan marcada… ha empezado a parecerme menos intimidante y más… ¿atractiva?
Ridículo, me digo.
Sin embargo, aquí estoy, parada en la puerta de su oficina, sosteniendo unos informes que tengo que entregarle… y completamente distraída mirando a Vittorio desde la distancia.
Y es que el traje le queda demasiado bien.
Demasiado.
Lleva uno negro, perfectamente ajustado, camisa blanca, corbata gris. Su cabello oscuro, peinado hacia atrás, refleja la luz del ventanal. Se ve serio, concentrado, con su postura impecable mientras revisa documentos de pie junto a su escritorio.
Y yo…
Bueno.
Lo observo.
De pies a cabeza.
Como una tonta.
Mi mirada recorre sus hombros amplios, la línea de su espalda recta, la forma en que la tela del saco se amolda a él como si hubiera sido hecha exclusivamente para su cuerpo.
Luego bajo la mirada a sus manos —sus manos grandes, firmes— pasando páginas con calma controlada.
Trago saliva sin hacer ruido.
No debería mirarlo así.
No debería pensar en él así.
Vittorio es… Vittorio. Frío. Mandón. Molesto. Mi hermanastro.
Y aun así…
No puedo evitarlo.
—¿Vas a entrar o planeas quedarte allí todo el día? —pregunta de pronto sin levantar la vista.
Me sobresalto. Casi dejo caer los informes.
¿Me vio?
No.
No me está mirando.
Pero parece que siempre sabe cuándo estoy cerca.
Me aclaro la garganta, intentando recomponerme.
—E-eh… sí. Ya voy.
Entro, tratando de actuar normal, aunque siento mis mejillas calientes. Ojalá no se note. Camino hasta su escritorio y dejo los papeles frente a él con más cuidado del necesario.
Vittorio por fin levanta la mirada.
Y cuando sus ojos se encuentran con los míos, por un instante, siento que mi respiración se detiene. Él me mira como si pudiera leer cada uno de mis pensamientos…
Incluido que hace unos segundos estaba viéndolo como si fuera una obra de arte.
Me obligo a desviar la mirada.
—Aquí están los informes que pediste —digo, intentando sonar profesional.
Vittorio toma los papeles, pero sigue observándome con esa intensidad tan suya, tan incómoda… y tan fascinante.
—Bien —responde simplemente—. Gracias, Bianca.
Mi nombre en su voz suena demasiado… cercano.
Demasiado.
Me giro rápidamente para salir antes de que mi mente haga más tonterías.
Pero justo cuando pongo la mano sobre la puerta…
—Bianca.
Me detengo.
—¿Sí?
Vittorio guarda silencio unos segundos. Cuando habla, su tono es más bajo.
—No te quedes hasta tarde hoy. Te veré en la mansión antes de la cena. Tengo algo que hablar contigo.
Mi corazón da un pequeño salto.
—O-ok —respondo.
Salgo de la oficina tratando de actuar normal.
Pero por dentro…
Por dentro sé que, en algún momento de esta semana, algo entre Vittorio y yo empezó a cambiar.
Y me aterra no saber hacia dónde va.
Camino por el pasillo con los papeles que Vittorio me dio para revisar más tarde y dejo escapar un suspiro largo, uno de esos que te vacían el pecho.
No es solo trabajar con él.
Eso ya sería suficiente para agotar a cualquiera.
También está la universidad.
Ir por las tardes ha sido un desastre para mi horario: correr entre reuniones, revisar documentos, repasar correos, luego salir volando al campus… y volver a casa tan tarde que apenas me da tiempo de respirar.
A veces siento que mi cerebro se divide en tres:
la asistente personal de Vittorio,
la estudiante de finanzas,
y la Bianca que intenta no colapsar.
Pero hoy…
Hoy no tengo clases.
Y esa simple idea es tan gloriosa que casi me hace sonreír como idiota en medio del pasillo.
Mis días de clases son solo lunes, miércoles y jueves, pero por alguna razón, estas últimas semanas me han parecido eternas. Como si cada una durara un mes entero.