Vittorio
Cuando llego a la mansión ya es de noche, y aunque Bianca no quiso que yo interviniera, no me quedé de brazos cruzados.
No hablé con Larissa directamente —Bianca no quería que armara una escena—
pero sí envié un mensaje al departamento de recursos humanos pidiendo una revisión del comportamiento interno del personal.
Formal.
Elegante.
Letal.
Larissa no volverá a abrir la boca tan libremente.
Subo las escaleras con pasos firmes, aflojándome la corbata mientras mi mente vuelve, inevitablemente, a Bianca.
Todo el día estuvo tensa.
Callada.
Molesta por dentro.
Odiando que alguien la mire como si fuera menos.
Y yo… odiando que la lastimen.
Cuando llego a su puerta, toco suavemente.
Nada.
Entro despacio.
La habitación está tenue, tranquila… y ahí está ella.
Dormida sobre la cama, abrazando ese peluche que guardé durante cinco malditos años como un idiota, esperando una niña que nunca regresó.
Y ahora está aquí.
19 años.
Independiente.
Hermosa.
Demasiado hermosa.
La observo unos segundos. El ritmo suave de su respiración, su cabello cayendo sobre la almohada, la forma en que abraza el peluche como si fuera lo más valioso del mundo.
Cierro los ojos un instante.
No vine a verla dormir.
Vine porque tenemos que hablar.
Me acerco a la cama y me inclino un poco.
—Bianca —murmuro, tocando suavemente su hombro—. Despierta.
Ella se mueve apenas, como si quisiera esconderse más entre las sábanas.
—Bianca —repito, esta vez un poco más firme—. Tenemos que hablar.
Sus pestañas tiemblan antes de abrir los ojos. Parpadea varias veces, confundida, abrazando con más fuerza el peluche mientras me mira sin comprender del todo.
—¿Vittorio…? —susurra adormilada.
—Sí —respondo, manteniendo la voz baja para no asustarla—. Levántate un momento. Es importante.
Ella frunce el ceño, aún medio dormida, y se incorpora lentamente, cubriéndose con la manta.
—¿Qué pasa? —pregunta con voz suave, cansada.
La miro unos segundos.
Porque lo que voy a decir no es sencillo.
Porque no quiero que vuelva a sentirse menos que nadie.
Porque no voy a permitir que alguien en esta casa, o fuera de ella, piense que pueden pisarla.
Respiro hondo.
—Tenemos que hablar de Larissa —le digo finalmente—. Y de lo que va a pasar ahora.
Y aunque intento sonar neutral, sé perfectamente que mi tono deja claro algo:
Nadie toca a Bianca.
Nadie la humilla.
Nadie la hace sentir pequeña.
No mientras yo esté aquí.
Bianca todavía estaba medio dormida, abrazando el peluche contra su pecho mientras me miraba con esos ojos grandes y curiosos.
—Bien —digo—. Hablemos de Larissa… pero también de otra cosa.
Ella frunce ligeramente el ceño.
—¿Otra cosa? —pregunta con voz suave, como si estuviera adivinando que no será nada sencillo.
Me acerco un poco más a la cama, manteniendo la distancia respetuosa.
—Ya sé quién tenía las cartas que me escribiste cuando estabas en Estados Unidos —digo con calma—. Las tenía mi madre.
Sus ojos se abren de par en par. La sorpresa se mezcla con algo que parece… nostalgia.
—¿Mi madre…? —susurra.
Asiento.
—Sí. Y las que yo te escribí… las tenía tu padre —continúo—. Las guardé en mi habitación, por si alguna vez querías leerlas.
Bianca me mira fija, sin parpadear. Su respiración se hace un poco más rápida.
—¿En serio? —pregunta—. ¿Puedo… leerlas?
Asiento nuevamente.
—Sí. Están en mi cuarto. Si quieres, podemos ir ahora mismo.
Ella deja el peluche sobre la cama con cuidado y se incorpora un poco, todavía con esa mezcla de sorpresa y emoción en los ojos.
—Me gustaría mucho… —dice bajito, con una pequeña sonrisa—. Quiero leerlas.
Me inclino apenas hacia ella.
—Entonces vamos. Pero primero, hablemos de Larissa. No quiero que creas que la ignoré porque no me importara. Esto también tiene que resolverse.
Bianca asiente, entendiendo sin necesidad de más palabras.
—Está bien… —dice con suavidad—. Hablemos.
Su expresión cambia mientras se incorpora del todo y toma su peluche. Por un momento, la veo tan frágil y al mismo tiempo tan fuerte que siento un nudo en el pecho.
—Después de esto… vamos por las cartas —agrego, cruzando los brazos y con la voz firme—. Para que leas lo que siempre quise decirte.