Bianca
A la mañana siguiente bajo las escaleras despacio, todavía sintiendo en mis labios el eco del beso de anoche.
No sé cómo mirarlo hoy.
No sé cómo hablarle.
No sé cómo… existir cerca de él sin recordar el momento en que sus manos tocaron mi rostro.
Llego al final de las escaleras y me sorprende el silencio absoluto de la mansión. Normalmente a esta hora se escuchan pasos, voces, sirvientes moviéndose, el sonido de la cafetera… algo.
Pero hoy, nada.
Solo Vittorio.
Está de pie junto a la mesa, con una taza en la mano y la mirada fija en mí desde el instante en que aparezco. Ese tipo de mirada que hace que mi estómago se tense y mi garganta se quede seca.
—Buenos días —murmuro, sintiéndome extraña, distinta, como si tuviera un secreto enorme estampado en la frente.
Él apoya la taza con calma.
—Buenos días, Bianca.
Camino un poco más hacia él, mirándolo alrededor. La mansión está demasiado tranquila.
—¿Dónde están todos? —pregunto finalmente—. Giuliano… y tu mamá… ¿dónde están?
Vittorio toma aire, como si ya supiera que mi reacción no será precisamente tranquila.
—Se fueron de viaje esta madrugada —responde con voz firme—. Un viaje de negocios que surgió de último minuto.
Parpadeo, confundida.
—¿Y no… no iban a avisar?
—Te dejaron una nota. Está en la cocina —responde, acercándose apenas medio paso—. Pero sí… se fueron temprano. Solo estaremos tú y yo hoy.
“Solo estaremos tú y yo.”
Esas palabras me recorren como un escalofrío.
No debería sentir nada raro.
No debería… pero después de lo que pasó anoche, es imposible no sentir cómo me arde la cara.
Intento comportarme normal. Lo juro.
—Ah… bien —digo, aunque no estoy segura de si de verdad está “bien”—. Entonces… desayunaré algo.
Vittorio me observa con esos ojos que parecen leerme el alma.
—Bianca… —dice, y mi corazón da un pequeño salto—. No tienes que actuar como si nada hubiera pasado.
Trago saliva.
Claro que lo sabe.
Lo sabe porque él también lo sintió.
Aun así, intento sonreír como si mis nervios no fueran evidentes.
—Solo… es extraño. Todo —confieso, bajando la mirada un segundo—. Pero… está bien.
Él no deja de mirarme, y por un instante, me pregunto si también recuerda el beso tanto como yo.
El primer beso.
El que cambió todo.
Y ahora… estamos solos.
Completamente solos.
Me acerco a la mesa intentando fingir que todo es normal, que puedo actuar como si anoche no hubiera pasado nada, como si no hubiera sentido su respiración tan cerca, sus labios sobre los míos, su mano en mi mejilla.
Pero Vittorio no me quita la mirada de encima.
Cada vez que levanto los ojos, ahí está.
Mirándome.
Firme.
Como si estuviera esperando que yo dijera algo… o hiciera algo.
Me pongo nerviosa y miro hacia cualquier lado menos hacia él.
Él deja la taza, cruza los brazos y dice con esa voz que siempre me desarma:
—Bianca… ¿qué quieres para que dejes de evitar mi mirada?
Me congelo.
Mi corazón late tan fuerte que casi me mareo.
¿Qué quiero…?
¿Que deje de evitarlo…?
No lo sé.
O sí lo sé, pero me da miedo admitirlo.
Trago saliva, miro sus manos, luego su rostro… y siento que algo dentro de mí se empuja hacia adelante sin pedir permiso.
¿Qué pasaría si lo besara ahora?
La pregunta aparece en mi mente sin aviso y me deja sin aire.
Antes de pensarlo demasiado, doy un paso hacia él.
Luego otro.
Hasta quedar justo frente a su cuerpo.
Vittorio endereza la espalda de inmediato, sorprendido.
Sus ojos se vuelven más oscuros, expectantes.
Sin pensar —porque si pienso retrocedo— llevo mis manos a sus mejillas, sosteniéndolo con cuidado, sintiendo la firmeza de su mandíbula bajo mis dedos.
Él reacciona instintivamente: me sujeta de la cintura, firme pero suave, como si temiera romperme.
—¿Qué estás haciendo, Bianca? —pregunta en voz baja, la respiración apenas contenida.
Trago saliva. Mi corazón está en llamas. Mis dedos tiemblan un poco mientras sigo acariciando su mejilla.
—No lo sé —respondo en un susurro honesto, mirándolo directo a los ojos por primera vez desde que bajé—. Solo sé que… últimamente mi mente pide otras cosas.
Él entreabre los labios, sorprendido.
Y yo siento que, por primera vez, no estoy huyendo de lo que quiero.
La forma en que me mira…
No hay juicio, no hay prisa, no hay duda.