Bajo el mismo techo

1.Bajo el mismo techo.

NARRA JANE.

(Día 1)

Muchos afirmaban con que llegaba un punto en nuestras vidas adultas, un estadio que llegábamos a alcanzar, en el que podríamos decir que teníamos todo bajo control. Donde éramos los flamantes y orgullosos propietarios de una casa de dos pisos, con un gigante porche, una cocina de diseñador y un labrador retriever corriendo en un jardin repleto de distintas clases de flores. O al menos eso es lo que yo había plasmado en mi plan de 5 años luego de graduarme en la universidad de la carrera de Marketing con honores.

 

Tal vez fue sumamente ingenua y soñadora, y me subí a una nube demasiado pronto que me llevaría al final del arco iris donde conseguiría mi tan esperado y anhelado final feliz. Por supuesto había un joven apuesto preparando la barbacoa durante un día de verano en mi idílico escenario. Lamentablemente esto era pura teoría y palabrerías porque la realidad no podía estar más alejado de ello y lo unico que tenia era un taller en la parte de atrás de mi negocio, repleto de muebles que compre en tiendas de segunda mano y potes repletos de trozos de cera con distintos aromas que utilizaba para crear mis tan adoradas velas, el sustento principal que me permitía llenar mi heladera y poner un poco de alimento en mi estomago.

 

O al menos así era hasta hacia un par de días atrás cuando no tuve otra alternativa más que ocupar el dinero de la renta para pagar uno de mis últimos préstamos estudiantiles y claramente, Geoffrey, mi casero, tuvo cero piedad, créanme mis lágrimas de nada sirvieron para cautivar y conmover a su frío corazón y me tiro a la calle, así que literalmente ahora me encontraba durmiendo en un catre destartalado que tenia aqui, iluminandome con mis propios productos. Unos que hacia con distinto fines: mis compradores podían darles múltiples usos y sentirse embelesados con su olor, había una para cada ocasión:algunas olían como la primavera, otras ser la compañía perfecta para cuando uno quisiera sentarse en la entrada de su casa con una copa de vino y oír a los grillos cantar. Mi favorita era esa que le daba a tu alma una caricia y te hacía sentir bien cuando estabas pasando un terrible momento, era casi como si tuviese el poder de limpiar tu chacra. Honestamente  me hacía falta un arsenal de esas para poder limpiar el mio porque no comprendía cómo podía haber caído tan bajo. 

 

La campanita que colgaba de la puerta principal sonó reclamando por mi presencia al igual que el grito que aquella voz conocida profirió desde el otro extremo de la instancia que apenas cubría unos 30 metros cuadrados aproximadamente.

 

—OHHH, JANEEE— exclamó.

 

A pesar de que no podía verlo sabía que estaba usando sus manos como un megáfono para obtener un efecto más dramático y que pudiese escucharlo desde donde estaba.

 

—Voy — respondí en el mismo tono e hice un enorme esfuerzo para plasmar una sonrisa en mi rostro. Lo último que quería era alertarlo y tener que darle explicaciones.

 

Mis pies se movieron, arrastrándose por el piso, siendo la prueba viviente de cuan miserable me sentía en este instante. 

 

—Tan bella como siempre — dijo en cuanto me planté delante de él y busqué un atisbo de burla en su expresión, soltando un suspiro de alivio cuando no encontré evidencia de esta.

 

Me entregó un capuccino y un croissant que había comprado en una panadería a dos calles de aquí que bien sabía era mi preferida. 

 

—¿Acaso soy yo o el calor cada vez se hace más y más insoportable? —espeto sacando un abanico de su bolso de mano, uno con el cual iba a todos lados. 

 

Por si no se habían dado cuenta… Él era gay. Detalle que me rompió el corazón en cuanto me enteré, en especial porque era la mezcla perfecta entre Brad Pitt y George Clooney. Un híbrido excepcional. No obstante eso no nos detuvo para convertirnos en los mejores amigos y que él fuese uno de mis más fieles adeptos.

 

—No seas tan quejica. El verano es la estación ideal. Puedes utilizar shorts, vestidos, permanecer en la calle hasta altas horas de la noche. Aparte los días duraban más y gracias a ello puedo trabajar hasta tarde— sentencie ganándome unos ojos en blanco de su parte.

 

—Tu y tu adicción al trabajo— masculló— Cuando te  enteraras de que eso te jugará en contra en el futuro, cariño—se inclinó para meter un cabello detrás de mi oreja— Cuando tengas mi edad te arrepentirás de no haber salido a clubes, de no haber probado las citas a ciegas, de haber malgastado tu tiempo en este cuchitril y no con un buen mozo  en finos restaurantes.

 

—Oye—chille apuntando con el lápiz que siempre cargaba en mi delantal— Ten cuidado con tus palabras. No permitiré que te metas con mi bebé— bufé haciendo referencia a mi pequeña compañía— Recuerda que de no ser por esto  tu y yo ni siquiera nos hubiésemos conocido— argumente.

 

Asintió mordiendo su labio, ocultando cuan irritado lo ponía tener quedarme la razón.

 

—De acuerdo, de acuerdo. Solo por esta vez te dejo ganar— gruño— Como sea, ¿en qué estabas trabajando antes de que llegase?

 

—Me agarraste trabajando en una vela que oliese como cuando hallas al  amor de tu vida— comente.

 

Comentario que provocó que estallara en una carcajada, ruidosa como su personalidad.

 

—No me hagas reir— pidio— Tu debes ser  la solterona número uno en mi lista de contactos. La última vez, según tu, que tuviste una cita fue hace 10 años atrás.

 

—Puede que haya exagerado— trate de excusarme— Como sea, por si no lo notas, he estado ocupada.

 

—Si, si, construyendo tu imperio. Desafortunadamente si continuas así no tendrás con quien compartirlo, lo que es auténticamente deprimente. 

 

—Estuve haciendo eso— dije, ignorando lo de recién— Y haciendo lo posible para saldar mis deudas.




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