Cita en la oscuridad.
Todavía con el corazón acelerado por la cercanía de Marco, no tuvo tiempo de asimilar lo que acababa de suceder cuando, de repente, un golpe suave en la puerta la hizo saltar.
—Blanca, ¿estás ahí? —La voz de Dante, el tercer hermano, sonó al otro lado de la puerta, un tono casual pero firme. Ella reconoció al instante el tono que usaba cuando necesitaba algo.
Marco, que se había quedado unos segundos recostado junto a ella, rápidamente se enderezó en la cama, un destello de sorpresa y algo de preocupación cruzando su rostro. Blanca, al escuchar a Dante, se incorporó rápidamente, mirando a Marco con una mezcla de nerviosismo y culpa.
—¡Dios, es Dante! —susurró Blanca, poniéndose de pie con rapidez.
—Cálmate —respondió Marco, con una sonrisa tranquila, como si no hubiera nada fuera de lo común en la situación. Se levantó también, pero no con la misma prisa. A pesar de la urgencia de la situación, su tono se mantenía firme, seguro.
Blanca pasó una mano nerviosa por su cabello, recogiendo las sábanas caídas de la cama en un intento de disimular el caos que acababa de suceder. Sabía que Dante nunca hubiera tocado la puerta si no fuera por algo urgente.
—¿Blanca? —insistió Dante, su voz un poco más fuerte ahora—. Necesito que me planches una camisa.
Blanca lo miró con los ojos grandes, pero no dijo nada. Se acercó a la puerta y, con una mirada fugaz hacia Marco, que parecía perfectamente calmado y… divertido, la abrió lentamente, dejando que Dante entrara.
—¿Qué pasa, Dante? —preguntó Blanca con la voz un tanto temblorosa, tratando de mantener la compostura.
Dante la miró con cierta sorpresa al ver que la puerta estaba cerrada, y luego fijó la vista en Marco, que estaba ahora de pie junto a la cama, con las manos en los bolsillos, como si nada hubiera pasado.
—Nada… solo que necesito que me planches una camisa. La de la reunión de esta tarde, ¿sabes? —dijo Dante, lanzando una mirada distraída a Marco, sin parecer notar nada extraño en el ambiente.
Blanca lo miró, sintiendo que el corazón le latía con más fuerza que nunca. A pesar de la intervención de Dante, Marco parecía tan seguro, tan tranquilo, que le hizo sentir que no había nada de qué preocuparse, como si de verdad estuvieran en control de la situación.
—¿Tienes la camisa? —preguntó Blanca, intentando centrarse en lo que realmente importaba. Dante asintió con un movimiento rápido de cabeza.
—Sí, la dejé en el vestidor. ¿Quieres que vaya a buscar la?
—Si, es mejor si me la traes.. aún quedan cosas por hacer aquí—respondió ella, intentando disimular la incomodidad que sentía al casi ser descubierta con su hermano, que ahora estaba observando la situación con una mirada divertida y tranquila desde la cama.
Dante se alejó un poco para ir a buscar la camisa y Blanca miró a Marco con una expresión que parecía querer decir todo lo que había quedado sin decirse.
—Esto va a ser un problema… —dijo Blanca, sintiendo un nudo en el estómago.
Marco se acercó a ella con una sonrisa tranquilizadora.
—No te preocupes, Blanca. Nadie va a saber nada. No vamos a dejar que nada nos detenga.
Blanca lo miró un segundo, sintiendo una mezcla de miedo y deseo. No sabía qué esperar, ni cómo todo esto terminaría, pero en ese momento, solo quería estar allí con él, sin importarle nada más.
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El día había trascurrido con normalidad, ya era de noche y la casa estaba tranquila, y el silencio se hacía más profundo a medida que los minutos avanzaban. Blanca, después de haber limpiado las habitaciones y hacer algunas otras tareas del hogar, se encontraba ahora en la cocina, terminando de recoger todo. A pesar de que la cena había sido ligera, las tareas nunca se detenían. A medida que pasaba el trapo por la mesa y limpiaba los platos, su mente seguía ocupada con el pensamiento de lo que había sucedido horas antes, en la habitación de Marco. El deseo de continuar aquella conexión que había surgido de manera tan natural aún palpitaba en su pecho, pero el miedo y nerviosismo que sintió al que se había sometido cuando escuchó a Dante llamarla... La dejo pensativa y preocupada.
Sabía que su madre ya se había ido a la cama, como de costumbre. Elena siempre era puntual con sus horarios, y esta noche no había sido la excepción. Blanca, a pesar de lo cansada que se sentía, quería cumplir con todo antes de poder escapar de la rutina y ver a Marco.
A lo lejos, en el pasillo, un suave sonido de pasos la hizo levantar la cabeza. Marco apareció en la puerta de la cocina, su rostro iluminado débilmente por la luz de la lámpara que colgaba en el techo. No había rastro de prisa en su andar, pero sí algo más en sus ojos, una chispa que Blanca reconoció inmediatamente.
—¿Estás lista? —preguntó Marco en un susurro, apoyándose ligeramente en el marco de la puerta. Su tono era bajo, casi como si intentara no interrumpir el silencio de la casa.
Blanca levantó la vista y, al encontrar su mirada, la tensión que había acumulado durante todo el día desapareció un poco. Sonrió, aunque su corazón latía con fuerza, lleno de anticipación.
—Solo un momento más, Marco. —Blanca terminaba de colocar un plato en el estante cuando, de repente, una idea cruzó su mente—. ¿Tienes todo listo?
Marco se acercó un paso más, pero sin dejar de mirarla con esa mezcla de confianza y cariño que siempre la había tranquilizado.
—Todo está listo, cariño. —La voz de Marco sonaba más cálida que nunca—. Es una sorpresa.
Blanca terminó de limpiar la última superficie, dejando el trapo sobre la mesa. No pudo evitar la curiosidad que empezaba a crecer en su interior. Aunque las preocupaciones seguían rondando su mente, algo en la mirada de Marco la hizo sentir que valía la pena dejarse llevar por el momento.
—¿Y si mamá se despierta? —preguntó Blanca, con cierto recelo. Su madre siempre había sido muy protectora, y cualquier cambio en la rutina era algo que la ponía alerta.
Editado: 25.04.2025