Bajo el mismo techo

TRES

Una relación inocente convertida en una relación llena de pasión y amor.

+18!!

Marco volvió a besarla, esta vez más despacio, saboreando cada segundo. Sus labios exploraban los de ella con una ternura que contrastaba con la intensidad de su mirada. Blanca dejó escapar un leve suspiro cuando las manos de Marco comenzaron a acariciar su cintura, deslizando sus dedos por debajo del abrigo, buscando el calor de su piel.

—¿Tienes frío? —preguntó él, apoyando la frente contra la suya.

—No contigo tan cerca —murmuró Blanca, sus dedos recorriendo el cuello de su camisa, con los ojos clavados en los suyos.

Marco sonrió, de esa forma tan suya, entre pícara y dulce, y sin apartarse, abrió la puerta trasera del coche. La parte trasera estaba preparada, con una manta extendida, un par de cojines y una botella de vino tinto aún cerrada junto a dos copas de plástico.

—¿Planeaste todo esto? —preguntó Blanca, sorprendida, mordiéndose suavemente el labio.

—Desde esta mañana —respondió él, rodeándola con sus brazos por detrás mientras la guiaba suavemente dentro del coche—. Quería este momento contigo. Sin prisas. Sin que nadie nos interrumpa.

La ayudó a entrar, acomodándose junto a ella. El interior era pequeño, pero el calor de sus cuerpos lo llenaba. Marco tomó la botella y sirvió un poco de vino en ambas copas, entregándole una a Blanca. Brindaron sin decir nada, solo con una mirada que lo decía todo.

—A nosotros —susurró él.

—A esto —añadió Blanca, antes de dar un pequeño sorbo.

El silencio volvió, cómodo y cargado de tensión. Afuera, el mundo parecía detenido. Dentro del coche, la atmósfera era íntima, impregnada de deseo. Marco dejó la copa a un lado y se acercó de nuevo, acariciándole el rostro con la yema de los dedos.

—¿Sabes cuánto he esperado esto? —susurró.

Blanca no respondió. Solo lo atrajo hacia ella con una mano en su nuca, fundiéndose en otro beso, uno más intenso, más hambriento. Sus cuerpos se buscaron sin reservas, y las manos comenzaron a recorrer con más seguridad, con más urgencia.

Marco la tumbó con delicadeza sobre la manta, acomodándose a su lado, sin dejar de besarla. Los abrigos fueron desapareciendo poco a poco, dejando que la piel hablara por ellos. Cada roce, cada suspiro, cada mirada compartida en la penumbra hablaba de todo lo que sentían, de lo prohibido, de lo que habían callado por tanto tiempo.

El frío de la montaña seguía ahí fuera, pero dentro del coche solo existía el calor de ellos dos, entre caricias que temblaban por la emoción y besos que prometían que esa noche no sería olvidada.

Y por primera vez en mucho tiempo, Blanca se sintió libre. Lejos de la mansión, lejos de las miradas, lejos de lo que se suponía que debía ser.

Esa noche, solo eran Blanca y Marco. Y nada más importaba.

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El motor se apagó con un leve clic, y el silencio envolvió la entrada lateral de la mansión. Marco apagó las luces del coche y se giró hacia Blanca, que todavía tenía el cabello un poco revuelto y las mejillas sonrojadas por el frío... y por todo lo demás.

—¿Lista para volver a ser invisible? —preguntó con una media sonrisa, esa que solo usaba con ella.

Blanca asintió, devolviéndole la sonrisa con complicidad. Había algo dulce y peligroso en esa rutina silenciosa que habían construido. No era la primera noche que compartían lejos de todos, y los dos sabían moverse con cuidado, como si cada escapada formara parte de un juego secreto que los mantenía vivos.

Bajaron del coche sin hacer ruido. Blanca ajustó su abrigo y Marco se acercó lo suficiente como para rozarle los dedos, sin que nadie pudiera verlo desde las ventanas. No necesitaban decir mucho. Cada gesto estaba lleno de todo lo que no podían decir en voz alta.

Se separaron a pocos pasos de la puerta. Blanca entraría por la cocina, como siempre, y Marco iría directamente a su habitación por la entrada principal. Justo antes de girar la esquina, él la detuvo con una mirada.

—Mañana, al mediodía. En el invernadero —dijo en voz baja.

Blanca asintió con un gesto suave y una mirada que valía más que cualquier palabra. Después desapareció en la oscuridad del jardín trasero, acostumbrada a moverse entre sombras.

Ya dentro, la casa estaba en completo silencio. Las luces estaban apagadas salvo por la tenue de la entrada. Blanca cruzó la cocina descalza, sin encender nada. A lo lejos, podía oír la madera crujir con el viento de la noche, y su corazón aún latía rápido, pero no por el miedo, sino por lo que habían compartido allá arriba.

Sabía que esa no sería la última vez.

Subió a su habitación sin ser vista, como tantas veces antes, y se tumbó en la cama con una sonrisa suave en los labios, aún con el aroma de Marco en su piel.

Mientras tanto, en el ala principal de la mansión, Marco entró en su habitación con la misma calma, pero al cerrar la puerta, su expresión se suavizó. Se recostó en la cama, mirando al techo, y por un momento, su mundo dejó de estar lleno de exigencias, reuniones familiares y decisiones que no le pertenecían.

Porque al menos con ella, con Blanca, todo era real.

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Desde la penumbra de su habitación, la señora de la casa se mantenía de pie junto a la gran ventana que daba al jardín trasero. Las cortinas de terciopelo oscuro estaban apenas corridas, lo justo para permitirle observar sin ser vista. En su bata de satén y con una taza de té aún humeante entre las manos, sus ojos seguían los movimientos en la oscuridad como un halcón entrenado.

Los vio.

Primero a Marco, bajando del coche, con ese andar tranquilo y despreocupado que solo mostraba cuando pensaba que nadie lo vigilaba. Luego a Blanca, saliendo unos pasos detrás, con los cabellos sueltos, la ropa algo desordenada… y esa expresión en el rostro que no dejaba lugar a dudas.

La señora apretó ligeramente la taza, sin emitir sonido alguno.




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