Bajo el mismo techo

CUATRO

Se sabe más rápido una mentira que una verdad.

La mañana llegó con su acostumbrado silencio elegante. El sol se colaba por los ventanales de la mansión, bañando el mármol del pasillo principal en tonos dorados. La señora ya estaba despierta desde temprano, como siempre. No necesitaba despertador. La costumbre y el control eran su única alarma.

Después del desayuno —que tomó sola, como era habitual cuando deseaba pensar—, se dirigió al despacho privado de Elías. No tocó la puerta. No lo necesitaba.

Elías estaba de pie junto al escritorio, revisando unos documentos. Llevaba camisa blanca, sin chaqueta aún, y una leve sombra en la mandíbula que indicaba que se había afeitado con prisa.

—Mamá —dijo al verla entrar, dejando los papeles a un lado—. ¿Todo bien?

—Necesito hablar contigo —respondió ella, cerrando la puerta detrás de sí con suavidad.

El tono no era alarmante, pero sí definitivo. Elías, acostumbrado a la firmeza de su madre, se sentó sin replicar, dándole toda su atención.

Ella no se sentó enseguida. Caminó por la habitación, acariciando la orilla de una repisa con la yema de los dedos, como si ordenara mentalmente las palabras.

—Anoche vi algo que no esperaba —comenzó, sin mirarlo aún—. O quizás sí… solo que no quería confirmarlo tan pronto.

Elías frunció el ceño, atento.

—¿De qué se trata?

—De Marco. Y Blanca.

Hubo un silencio breve, pero pesado.

—¿Viste algo?

—Los vi llegar juntos. De noche. Por la entrada del jardín —dijo, girándose al fin hacia su hijo mayor—. No era una casualidad, Elías. Estaban regresando de algún lugar... íntimo.

Elías apoyó los codos sobre el escritorio, cruzando las manos bajo la barbilla.

—¿Y qué quieres que haga yo?

—Observarlo —respondió ella, con frialdad—. No quiero un escándalo. No quiero rumores entre el personal. Blanca es la hija de Rosa, y Rosa ha estado con esta familia más de lo que muchos han durado aquí. Pero si esto sigue así... las cosas se pueden complicar.

—Marco no es un niño —dijo Elías con un tono comedido, pero sin enfrentarse a ella—. Y Blanca tampoco es una criada cualquiera.

—Precisamente por eso me preocupa —dijo su madre, sentándose finalmente frente a él—. Marco siempre ha sido impulsivo. Y ella... ella lo conoce demasiado bien. No quiero que esto pase a mayores. Quiero que hables con él. Que le hagas entender los límites.

Elías asintió despacio, sin prometer nada. Sabía cómo era Marco. Sabía lo que significaba Blanca para él. Pero también sabía que, en esa casa, la voz de su madre aún pesaba más que la de todos ellos juntos.

—Hablaré con él. Pero no esperes que lo deje fácilmente.

Ella lo miró con dureza, aunque sin levantar la voz.

—Entonces asegúrate de que, cuando lo haga, al menos sea sin escándalos. No permitiré que esta casa se manche con un escándalo... ni con un error del que luego se arrepientan todos.

Se levantó con la misma elegancia con la que había entrado, dejando tras de sí el aroma tenue de su perfume y una carga silenciosa que Elías sintió pesar sobre sus hombros.

Elías se quedó un momento más en el despacho, mirando el ventanal con las manos en los bolsillos. Su madre había sido clara, como siempre. Pero lo que más lo inquietaba no era Marco… era lo mucho que empezaba a parecerse a ella. Y eso le molestaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Salió de la mansión sin hacer ruido, tomó su coche habitual y condujo directo hacia la ciudad. El tráfico era leve a esa hora y el aire fresco de la mañana lo ayudaba a despejarse. Sabía exactamente a dónde iba.

Paola vivía en un pequeño apartamento sobre el bar donde cantaba. No era lujoso, pero era cálido, acogedor. Elías se sentía más en casa allí que en cualquier rincón de la mansión.

Ella le abrió la puerta con una bata ligera y una sonrisa de sorpresa al verlo.

—¿Qué haces aquí tan temprano?

—Necesitaba verte —respondió él, entrando sin esperar invitación. La abrazó por la cintura y le dio un beso en la frente—. Hablé con mi madre.

Paola se tensó un poco.

—¿Sobre nosotros?

—No. Sobre Marco y Blanca.

Ella levantó una ceja y se alejó apenas para mirarlo mejor.

—¿Ya lo sabe?

—No exactamente. Sospecha. Anoche los vio llegar juntos, y no como si vinieran de una simple caminata.

Paola cruzó los brazos, pensativa.

—Siempre lo supimos. Desde que los vimos juntos, había algo... distinto entre ellos.

Elías asintió, sentándose en el borde del sofá.

—Mi madre quiere que hable con Marco, que le haga entrar en razón. Pero no creo que él escuche.

—Tú tampoco lo harías, si estuvieras en su lugar —dijo Paola con dulzura, sentándose a su lado—. Están enamorados, Elías. Puedes verlo en cómo se miran.

—Y tú y yo —la miró, tomándola de la mano—. También llevamos años escondiéndonos.

—Porque tu madre no me aceptaría.

—Porque yo no he tenido el valor de enfrentarla —confesó él, bajando la voz—. Pero eso va a cambiar.

Ella lo miró en silencio, hasta que él sacó del bolsillo interior de su chaqueta una hoja doblada: la cita para una licencia de matrimonio.

—¿Estás seguro? —preguntó ella, con los ojos llenos de emoción contenida.

—Lo he estado desde el primer día. No quiero seguir fingiendo que mi vida gira en torno a lo que ella apruebe o no. Si Marco puede arriesgarlo todo por Blanca, yo puedo hacer lo mismo por ti.

Paola lo abrazó fuerte, escondiendo el rostro en su cuello.

—Entonces hazlo —susurró—. Pero cuando lo hagas, prepárate para la tormenta.

Elías sonrió, acariciándole la espalda.

—Estoy cansado de vivir bajo el mismo techo... donde todo se calla.

-----El comedor estaba bañado por la suave luz de la mañana que entraba por los ventanales altos. El aroma del café recién hecho y del pan tostado llenaba el aire. Rosa ya había dispuesto todo con su acostumbrada precisión y se había retirado con discreción, dejando a los tres hermanos en la larga mesa.




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