Sol supo que el rímel de Ana era una mala idea en cuanto se vio en el espejo del baño con aspecto de mapache insomne, a siete minutos de la presentación que definiría su carrera y definitivamente a punto de vomitar.
—Te ves bien —dijo Ana desde el lavabo contiguo, secándose las manos con toallas de papel—. Profesional e intimidante.
—No es verdad, parezco zombi. Te juro que si no me detienes habría cometido un delito cuando Martha me echó encima su té de matcha.
—Lo sé, pero no tienes tiempo para ir a prisión. No hoy. Hoy, Solange Richmond, es tu día.
Sol sonrió al verla por el reflejo del espejo y se pasó los dedos por el cabello. Fue una decisión terrible, porque ahora tenía el flequillo parado en ángulos que desafiaban la física básica.
—¿Y si lo arruino? —Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas.
—No lo harás. —Ana le dio un golpecito en el hombro—. Trabajaste en cada detalle. Este ascenso es tuyo, igual que ese apartamento en New York en el que organizaremos un bacanal en Navidad. ¿Es un hecho?
Ella asintió, pero no lo dijo en voz alta, porque no estaba muy segura de esos podcast de mentalización. Adoptar poses de superhéroe no le había funcionado desde que lo vio en la serie de médicos. Sin embargo, confiaba en el esfuerzo y estuvo seis meses desarrollando cada detalle de la campaña para una línea de productos de cuidado de la piel orgánico. Marcus aprobó cada paso sin modificaciones, lo que significaba que lo hizo más que bien.
—Hoy se define todo —continuó Ana—. Nueva York aprueba la campaña, Marcus y tú se mudarán y te extrañaré, pero esta noche celebramos con vino caro que ninguna puede pagar.
Intentó sonreír, pero fracasó.
—Ve. —Ana la empujó hacia la puerta—. Vas a destrozarlos.
El pasillo estaba vacío mientras Sol caminaba hacia la sala de conferencias, pero cada clic de sus tacones contra el piso retumbaba en su pecho como una cuenta hacia atrás, y su cerebro, como siempre, eligió ese momento exacto para atacar.
¿Y si la computadora no enciende? Sacó el teléfono y abrió su correo. El borrador con toda la presentación estaba ahí, listo para enviar en caso de emergencia. Había memorizado cada diapositiva, número, y argumento de venta. Tenía la USB en el bolsillo como respaldo. Estaba preparada.
¿Y si hay un terremoto? Atlanta no tenía terremotos, eso era en California. Pero su cerebro no operaba con lógica geográfica cuando entraba en modo alerta. Así que consideró que criar alpacas en Canadá seguía siendo una opción.
—Todo va a salir bien —susurró y respiró hondo cuando puso la mano en la manija y abrió la puerta.
***
La sala de conferencias olía a café recalentado y a la colonia cara que Marcus usaba en ocasiones especiales. Él ya estaba conectado a la videoconferencia con Nueva York, su sonrisa perfecta iluminada por la pantalla gigante.
Sol se deslizó hacia su asiento habitual. A la izquierda de Marcus, para intervenir si era necesario.
—Perfecto, ya estamos todos. —Marcus ajustó su corbata y le apretó la mano debajo de la mesa. Ese gesto le dio la paz que necesitaba—. Señores de Nueva York, gracias por su tiempo. Hoy les presentaré el trabajo que hemos desarrollado estos últimos meses.
Marcus avanzó la primera diapositiva. La estrategia de contenido que Sol había diseñado apareció en pantalla, con sus notas a un lado y su análisis de tasas de participación abajo.
—Comenzamos con una investigación exhaustiva del mercado objetivo…
Ella esperó su turno para intervenir con los datos de conversión, pero él continuó.
—Identificamos a los influencers clave para cada segmento demográfico…
Esa había sido la parte más difícil: tres semanas analizando métricas de autenticidad, revisando comentarios para detectar bots, negociando tarifas. Sol había creado una matriz completa de evaluación.
Marcus mostró la matriz y ella miró alrededor. Jennifer, de diseño, la observaba con el ceño fruncido. Tom, el copywriter, negó con la cabeza y miró a Martha, quien se cubrió la boca para ocultar una risita.
—Y finalmente, implementamos un sistema de automatización de email marketing que ha superado todas nuestras expectativas…
Cada palabra que salía de su boca Sol la había escrito primero en su computadora, y ni una sola vez dijo su nombre.
El ejecutivo de Nueva York, un hombre de cabello gris perfectamente peinado, asintió desde la pantalla.
—Impresionante trabajo. Has superado nuestras expectativas.
—Gracias, señor Whitmore. —Marcus desplegó esa sonrisa que Sol había creído genuina hasta hace tres minutos. Sin mirarla siquiera, se levantó—. Lo tomé como un desafío emocionante.
—Entonces creo que podemos hacer oficial tu traslado. —Whitmore consultó algo fuera de cámara—. Felicidades, Marcus. Bienvenido a Manhattan.
Las palabras de Marcus resonaron de nuevo en su cabeza: «Después de la presentación, tú y yo beberemos champagne mientras planeamos nuestro futuro.»
Jennifer le tocó el brazo, pero ella lo apartó por instinto, mientras Tom miraba hacia cualquier parte que no fuera ella. Se sintió tan estúpida por no haberse dado cuenta a tiempo de que la usó como a una asistente y odió imaginarlo burlándose de ella. Y al parecer, todo el departamento lo sabía, excepto ella.