La siguió a la cocina, consciente de la responsabilidad que tenía de aligerar el ambiente y hacerla sentir bienvenida, como le enseñaron desde pequeño. No importaba que lo único que quisiera hacer fuese enfrentarla. Pero era consciente de que hacerlo después de tanto tiempo parecería desesperado, incluso patético.
Sin embargo, necesitaba decir algo. Lo que fuera.
—Así que... volviste.
Las palabras salieron torpes, inseguras, y provocaron justo lo que no quería: que lo mirara como si acabara de decir la cosa más estúpida del mundo.
—¿Perdón? —preguntó ella con esa facilidad que tenía para hacer sentir inadecuada a la gente con solo un par de palabras.
—A Everwood. —Sonrió, como cada vez que no sabía qué más hacer—. Es bueno. Verte. Digo.
Ella arqueó una ceja y él se aclaró la garganta, pero para su sorpresa, respondió:
—Sí, quise aprovechar las vacaciones del trabajo.
—¿Quieres sentarte? La comida está lista —dijo, señalando las dos únicas sillas del desayunador mientras se movía a servir el estofado de su madre. El aroma familiar debía reconfortarlo, pero en cambio una fea sensación se instaló en su pecho.
Era de esperarse, ¿no? A ella nunca le gustó el pueblo, y sus abuelos batallaron mucho con ella por eso.
Comieron en silencio al principio, pero él se estaba ahogando por saber qué la había traído de vuelta de verdad, porque eso de las vacaciones sonaba raro.
Quizás Robert al fin la convenció de arreglar la casa para venderla. Tenía sentido: su amigo ya había planeado lo que haría con el dinero, y por eso nunca se comprometió a hacerlo sin que uno de ellos estuviera presente. Se negaba a cortar ese lazo del todo con los Richmond.
—¿Cuándo llegaste? —preguntó finalmente.
—Hace unas horas.
—No sabía que venías.
—Yo tampoco sabía que… ¿ahora vives aquí? —preguntó extrañada.
Él se removió incómodo y solo asintió, porque no estaba para tener esa conversación y menos con ella.
Sol terminó y le pidió el plato para dejarlo en el lavavajilla.
—Gracias por la comida.
—No es nada. —Jake la observó un momento—. Debes estar cansada.
—¿Dónde...? —preguntó mirando a las escaleras.
Sabía que tenía que decírselo ahora, pero tal vez si lo veía primero sería menos incómodo.
—Ven. Te muestro.
Subió las escaleras delante de ella con un nudo en la garganta y abrió la puerta de la primera habitación. Una cama tamaño Queen, la única pieza de mobiliario decente en toda la maldita casa.
—Yo duermo en el sofá —dijo cuando ella se detuvo en el umbral sin entrar y la vio negar con vehemencia antes de regresar por el pasillo.
—Puedo dormir en el saco que traje. No te preocupes —Señaló el sofá—. No vas a caber ahí.
—He dormido en peores lugares.
—Jake, mides casi dos metros. Tus pies van a colgar toda la noche.
—Estaré bien.
—No tienes que... —Sol se frotó la cara—. Es más, yo puedo dormir en el sofá.
—No.
—Soy más pequeña que tú.
Sol apretó los labios con esa expresión terca que conocía tan bien y, antes de que pudiera reaccionar, se dejó caer en el sofá.
—Ya está. Problema resuelto.
Titan eligió ese momento para saltar al sofá también, cola moviéndose como hélice, y se acomodó sobre las piernas de Sol con todo su peso.
Ella se quedó paralizada.
—Jake... tu perro...
—Es amistoso —dijo él acercándose, intentando no sonreír—. Solo quiere jugar.
—Pesa una tonelada. ¿Podrías...?
Jake se cruzó de brazos, fingiendo pensarlo.
—No sé. Si lo bajo, va a pensar que rechazas su amistad. Y Titan es un perro muy pero muy insistente cuando decide que quiere hacerse tu amigo, querrá dormir contigo hasta convencerte de que es un buen chico.
—Pero apesta... —gimoteó.
Titan ladró justo en su cara y ella se encogió contra el sofá con un chillido ahogado.
Jake tuvo que morderse el labio para no reírse. Y con cara de decepción chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—Muy mal, Sol. Acabas de ofenderlo.
—Estás mintiendo —soltó con una mirada asesina.
Esa fue su oportunidad. Se agachó, agarró a Titan del collar con una mano y con la otra levantó a Sol del sofá en un solo movimiento. No pesaba nada.
—¿Qué haces? —gritó Sol.
—Te llevo a la habitación. A dormir —dijo de pronto nervioso.
Error. Enorme error, porque ella se revolvió como lince en una bolsa y lo empujó, lo pateó y no estaba seguro, pero creo que también lo mordió.
—¡BÁJAME!
—Deja de moverte...
Intentó ajustar mejor el agarre, pero ella se movió con tanta fuerza que perdió el equilibrio. Y aunque giró en el último segundo para amortiguar la caída, terminó de espaldas, con el aire escapando de sus pulmones por el impacto. Eso lo dejó aturdido por un momento.
Sol se quedó inmóvil y cuando sus miradas se encontraron, sus mejillas estaban color granate y algo cambió en el ambiente.
—Jake... —Su voz sonó extraña. Suave, tan cerca que podía sentir su respiración.
—Lo siento —dijo entre dientes—. Yo no... dame un segundo.
El corazón le latía con fuerza mientras intentaba recuperar el aliento. Por fortuna, Sol reaccionó y saltó fuera de él. Ambos se levantaron en silencio y se pasó la mano por el cabello antes de darle la espalda, arrepentido por lo que había provocado solo por mostrar su punto.
—Lo siento —dijo ella mirando al piso—. No debí resistirme así. Pero esto es ridículo, no voy a poder dormir sabiendo que tú estás incómodo por mi culpa.
—No voy a dejarte dormir en el sofá.
—Entonces, durmamos juntos. —Él parpadeó y ella agitó las manos con rapidez—. No, oye, podemos... no sé, poner almohadas en medio o algo. Es la solución más lógica a menos que prefieras seguir peleando.
Sabía que debía decir que no, que era mala idea, pero su boca dijo:
—Está bien.
—Bien. Yo... Voy a cepillarme los dientes.
Mientras la seguía escaleras arriba, se preguntó qué demonios acababa de aceptar. Pero cuando la vio arrodillarse sobre el colchón para colocar una almohada en el centro, dividiendo el espacio con precisión, casi se rio. ¿Acaso pensaba que treinta centímetros de relleno impedirían que ambos fueran conscientes del otro?