Sol
Algo cálido y sólido se movía debajo de su mejilla, pero Sol se acomodó mejor contra esa firme superficie que olía a jabón y algo más agradable que su cerebro todavía no era capaz de procesar, y suspiró contenta.
Hacía años que no dormía tan bien.
La cosa se movió otra vez, acompañada de un sonido grave que vibró contra su oído. Frunció el ceño y apretó un poco más la almohada sin abrir los ojos, pero al mismo tiempo registró que tenía latidos y con horror recordó dónde estaba y con quién.
Abrió los ojos de golpe y en efecto, estaba aferrada a él como un maldito koala... Dios.
El pánico la golpeó con la fuerza de un camión en plena vía rápida e intentó separarse con sutileza para no despertarlo, porque si él la descubría, moriría de vergüenza. Pero su pierna se enganchó con la sábana y mientras forcejeaba por liberarse, le dio con el codo directo en las costillas y terminó cayendo al suelo con un golpe sordo.
—¿Qué...? —preguntó él, ronco de sueño. Su mano palpó el colchón.
Desde el suelo, se apretó contra la orilla del colchón para ocultarse. Y desde ahí, lo vio incorporarse despeinado y desorientado, parpadeando hacia donde ella había estado hace dos segundos. Miró a su alrededor, entonces la encontró. Frunció el ceño y bostezó cubriéndose la boca antes de preguntar:
—¿Qué haces en el piso?
Ella no pensaba admitir lo que acababa de suceder. Ni muerta. Así que muy digna, intentó flexionar sus brazos enclenques mientras perdía el aliento, sin poder despegar el estómago del suelo y menos incorporarse.
—¿No es obvio? —murmuró de malas—. Ejercicios.
—Sol...
—Voy al baño —lo cortó, levantándose con mucho esfuerzo y casi corrió hacia la puerta, pero no antes de escuchar su voz divertida a sus espaldas.
—Que conste, no me molesta que me uses de almohada.
Ella se detuvo con la mano en el picaporte y giró lentamente para verlo recostado contra el respaldo de la cama, con el cabello apuntando en todas direcciones y una sonrisa de comercial de pasta dental que quiso borrar de inmediato. Entonces entrecerró los ojos y lo apuntó con el dedo.
—Así que lo hiciste conscientemente...
—Un momento… Yo solo seguí la dinámica después de que empezaras a ronronear contra mi pecho.
—¡Yo no ronroneo! —exclamó tras un jadeo.
—Oh, sí lo haces. Y haces un curioso ruidito al acomodarte —dijo, e intentó imitarla exageradamente.
Ja. Ni siquiera quería pensar en la connotación de aquella burla. Y no lo haría. No señor. Aunque en ese momento deseó que la tierra se la tragara. Quería regresar a Atlanta donde la única humillación que enfrentaba era con gente que ni conocía a través de las redes sociales. Si aprendía a vivir sin ellas…, todo se solucionaría.
—¡Vete al diablo, Mitchell! —exclamó cuando su expresión satisfecha aumentó y salió de ahí con su risa siguiéndola hasta que se metió al baño de arriba y cerró de un portazo.
***
Apenas eran las siete de la mañana de un sábado. Le hacían falta al menos dos horas para que su sistema estuviera a tono con su cerebro, porque en su rutina, Ana y ella descansaban hasta tarde los fines de semana, hacían la lavandería, la limpieza del apartamento y devoraban las series de la semana en sesiones maratónicas.
Cómo es que su vida había cambiado tanto en unas horas. Cómo iba a verlo a la cara y fingir que no acababa de pasar una avalancha de momentos desafortunados entre ellos.
—No, chica mala —se recriminó frente al espejo—. Tu mejor opción para salir bien librada de esto es mantener tus manos para ti y convencerte de que Jake Mitchell es… lo que no es. Sí, eso es: No es atractivo, tampoco es un caballero y no tiene secretos tuyos que podrían hundirte.
Gimoteó de manera infantil al sentarse sobre el inodoro. Pero luego de su ducha, de volver de puntillas a la habitación a cambiarse concluyó en que debía ser valiente y bajó resignada. Pero estuvo a punto de subir de nuevo cuando lo vio cocinando, pero fue imposible porque la miró y le mostró su taza de café en un mudo ofrecimiento.
—No digas ni una palabra… —le advirtió ella al sentarse frente a la taza humeante y notar cómo reprimía su exasperante felicidad de siempre.
—No iba a decir nada.
—Bien.
—Aunque creo que, por tu seguridad, necesitas saber que duermes como un pulpo. No sé, podría serte útil para futuros encuentros de cama compartida.
Ella le tiró una servilleta que él esquivó con gracia.
—Y tú babeas… —mintió con descaro.
—¡No es cierto!
—Oh, sí lo es. Tengo evidencia. —Señaló su hombro donde no había nada—. Mi camiseta estaba empapada.
Él entrecerró los ojos como si lo dudara, pero pronto la broma se transformó en tensión cuando ella notó que sus ojos que parecían más azules por la mañana, y sus labios más rosados. Un rosario brillante cayó en su mano, y Titán acomodó su cara en su pierna con mirada inocente.
—¿Ahora quieres ser mi amigo? Aceptaré tu regalo si no vuelves a tirarme al suelo o babeas mi cara como tu dueño.
Tomó el objeto de su mano y negó en dirección al perro. Este empezó a girar en el suelo y hacerse el muerto haciéndola reír.
—¡No, Titan! No puedes seguir haciendo esto.
—Déjalo en paz.
—Le pertenece al padre Collins. Se lo robó hace dos misas y no lo encontraba.
—¿A qué te refieres?
—Titan es un cleptómano. No te rías —le advirtió él mientras luchaba por quitar la tierra del collar bajo el chorro—. No te estoy tomando el pelo. Fue expulsado de los K9 y lo adopté pensando que podía reformarlo, pero se ha convertido en un motivo de vergüenza.
El perro empezó a quejarse y a hacer carantoñas, como si de verdad quisiera congraciarse con él. Aunque dudaba mucho esa historia, le enterneció verlos juntos.
Jake le sirvió el resto del desayuno y comieron en silencio hasta que él dijo:
—Hoy David y yo revisaremos la estructura de tu casa para definir cuál será nuestro cronograma.