Bajo el mismo techo

Capítulo 8

Sol no sabía si reír o echarse a llorar contra el hombro de Charlotte mientras la abrazaba con todas sus fuerzas. Cuánto la había extrañado. Pero no podía concentrarse del todo en su amiga, porque no sabía qué diablos acababa de pasar.

Todavía sentía la piel hormigueando justo donde los labios de Jake se posaron y seguía repitiendo en su cabeza, en bucle, la frase que usó: con eco y hasta música angelical de fondo.

La mejor noche de mi vida.

Ella ya no era una adolescente hormonal y sin embargo, en ese momento había reaccionado como si lo fuera. No era posible que hubieran vivido la misma noche de formas tan opuestas y ella hubiera cargado con la vergüenza de esa madrugada como un estigma por años… sin necesidad.

No. Nada de eso tenía sentido. Era como estar en un universo alterno.

—Llevas treinta segundos mirando esa puerta fijamente... —Charlotte se detuvo y entrecerró los ojos—. Espera. ¿Interrumpí algo? Porque si es así, me voy, ¿eh?

—¿Qué? —Sol parpadeó—. ¿De qué hablas? ¿Jake y yo? Pfff. Estás loca.

—Estás hablando conmigo, Solange —dijo cruzando los brazos con la ceja arqueada—. La misma que te limpió la baba por años en el instituto mientras babeabas por el capitán del equipo.

Se sentó en el sofá y palmeó el asiento junto a ella hasta que se dejó caer a su lado.

—Cuéntame. ¿Ya te aprovechaste dela situación?

—¡Charlotte!

—¿Qué? Casi tuve un colapso cuando David me contó que te quedabas en su casa. —Se abanicó con la mano—. Hasta tuve sueños con ustedes dos. Que buena falta me hacían después de los gemelos. Necesitaba algo de emoción vicaria.

Sol abrió la boca para protestar y decirle lo payasa que era cuando su teléfono vibró con el nombre de Ana en la pantalla.

—¿No vas a contestar?

—Es Ana. Mi roommate.

—Ah. Por la que me abandonaste.

Puso los ojos en blanco, porque era una pelea de nunca acabar que ninguna de las dos se cansaba de alimentar.

—Ana, ho…

—¡Hablé con tu hermano! —El grito hizo que apartara el teléfono de su oreja—. ¿Cómo es que terminaste en casa de tu crush? Necesito saber si ya le hiciste el sin respeto.

Charlotte se enderezó como perro de caza detectando una presa.

—Escuché eso y no me digas que escuché mal. —Le arrebató el teléfono a Sol antes de que pudiera reaccionar y activó la videollamada—. Hola, Ana. Como la mejor amiga ORIGINAL te exijo detalles de lo que acabo de escuchar.

La cara de Ana apareció en pantalla.

—Como la amiga que vive con ella y lidia con sus crisis, quiero asegurarme de que está superando a Marcus.

—Espera —dijo Charlotte haciéndole un gesto para que se callara—. ¿Al fin terminaste con ese idiota engreído?

Sol asintió.

—¡Gracias a dios! —Charlotte levantó las manos al cielo—. Ese hombre era insoportable.

—Amén —añadió Ana—. Lo detesto con toda mi alma.

—¡Chicas! —Sol levantó las manos—. Tengo hambre y esto no ayuda.

Se puso de pie, ignorando sus risas, y fue directo hacia los recipientes de lasaña que Charlotte había traído. Necesitaba comer o colapsaría.

—¿Cómo puedes comer en un momento como este? —recriminó Ana desde la pantalla.

Se metió un bocado en la boca y tragó antes de responder.

—Los problemas del corazón no tienen nada que ver con mi estómago. Si voy a tener una crisis, la tendré bien alimentada.

—Esa es mi chica —dijo, pero le arrebató el plato—. Primero hablas, después comes.

—Bueno, él tiene una versión muy distinta a la mía. Dice que le gustó. —Se encogió de hombros.

El grito de Ana casi rompió los parlantes del teléfono y Charlotte se cubrió la boca con ambas manos.

—¡Oh por Dios! No puedo creer que te hayas ido sin contarme. Espera… Solange Richmond, ¡le entregaste tu flor al Halcón Mitchell!

Ana se carcajeó del otro lado y Sol sintió la cara arder, pero Charlotte, aunque también rio, la señaló antes de soltar:

—Ahora quiero saberlo todo. Te lo exijo.

—No hay nada que contar. En la fiesta de la cosecha, antes de irme a la universidad. Bebimos, ¿recuerdas? Me dijo que estaba linda, lo besé y todo salió mal. Hui y fin de la historia. Esto solo es… no es nada. Yo no estoy buscando una relación y menos con…

—Momento, pero quién ha dicho eso —dijo Ana—. Estás de vacaciones, amiga. Aprovecha. Marcus no merece que le guardes luto ni un segundo.

—Estoy de acuerdo —Charlotte asintió y la miró con picardía—. ¿Qué vas a hacer?

—No lo sé. Además… Ni siquiera voy a pensar en ello. Ni siquiera vine preparada.

—¿A qué te refieres? —preguntó Charlotte.

Sol miró a sus dos amigas. A través de la pantalla y en persona.

—He estado trabajando tanto que... —Se cubrió la cara con las manos—. Dios, esto es tan vergonzoso.

—¿Qué? —preguntaron al unísono.

—No me he depilado en tres semanas. Debe ser el Amazonas allá abajo.

El silencio duró apenas dos segundos antes de que ambas explotaran en carcajadas.

—¡No es gracioso! —protestó Sol—. Estoy hablando en serio. No puedo...

—Espera. —Charlotte dejó de reír y la miró fijamente—. Si estás tan preocupada por eso, es porque inconscientemente deseas hacer travesuras con el Halcón Mitchell. El chico dorado de Everwood.

Sol abrió la boca.

—¡Ay, cállate! —Fue hasta la nevera para no tener que verlas ni escuchar sus carcajadas.

—Y déjame decirte algo —dijo Charlotte con suficiencia—. Cuando un hombre quiere, créeme, ni se fija en eso. Es más, para Jake Mitchell será la selva más indómita y maravillosa del planeta.

—No puedo creer que acabas de decir eso —murmuró negando.

—Charlotte tiene razón —dijo Ana—. Pero Sol, en serio, si no estás segura, piensa bien…

—¡De eso nada! —Charlotte se levantó del sofá—. Mira, solo relájate, ponte algo sexy y disfruta. Es más, me marcho. No voy a ser la razón por la que no tengas la noche que mereces con mi cuñado.

Charlotte agarró su bolso.



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En el texto hay: humor, romance, segundasoportunidades

Editado: 30.10.2025

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