Bajo el mismo techo

Capítulo 10

Sol

Subió los escalones del porche con las piernas como gelatina y se apoyó contra la puerta cerrada. Todavía podía sentir la presión de sus labios, y se puso las manos en las mejillas sin poder concentrarse en otra cosa.

—Dios, Solange, contrólate —murmuró intentando ordenar el caos de su mente.

Habían pasado menos de veinticuatro horas desde que despertó en sus brazos y ya se sentía como si cayera por un precipicio sin red de seguridad. Y lo peor era que no quería que la atraparan. Pero necesitaba hacer algo que no fuera quedarse ahí parada con una sonrisa boba pensando en él.

Hornear. Eso siempre funcionaba. Revisó los ingredientes y decidió replicar la receta de brownies de su abuela. Pero mientras precalentaba el horno y medía ingredientes, su mente reprodujo la conversación en el auto.

Dejó caer la cuchara con un suspiro frustrado. Quería seguir con Jake sin reglas, olvidando a propósito que él era diferente. Que llevaba años comparando cada relación con el chico de ojos azules que le había dicho que se veía preciosa una noche de Halloween.

La verdad es que Marcus ni siquiera había cruzado su mente hasta que David lo mencionó. No podía creer que pasó tres años a su lado y lo único que sentía ahora era alivio. Debería sentir más, ¿no? Rabia, tristeza, algo, pero solo había culpa por no sentir lo suficiente, porque fuera tan fácil olvidarse de él.

Pero tarde o temprano ese escenario que estaban montando caería y debía dejarle claro que solo estaba de paso. De cierta manera, David tenía razón al querer proteger a su hermano de ella.

—Patético —murmuró mientras vertía la mezcla—. Eres patética, Solange.

Metió la bandeja al horno y programó el temporizador. No quería ni pensar en la iglesia y agradecía que Charlotte tuviera cosas más importantes en qué pensar que seguir burlándose de ella.

Veinte minutos después bajó con uno de sus shorts más cómodos y disfrutó el aroma a chocolate que llenaba la casa. Sacó los brownies del horno y preparó café mientras se enfriaban.

Cuando miró por la ventana, sonrió con cierto pesar ante la imagen del sol descendiendo detrás de los árboles, tiñendo la cocina de naranja y dorado. Nunca pensó en volver a ver ese paisaje, menos sentirse cómoda haciéndolo cuando antes solo la hacía sentirse atrapada, inadecuada.

La luz del taller se encendió y dudó en interrumpirlo, pero igual cortó un cuadrado de brownie y se preparó mentalmente. Solo iba a llevarle postre como muestra de agradecimiento. Nada más. Así que cruzó el jardín y empujó la puerta al mismo tiempo que música baja llenaba el espacio y él cantaba al compás. Tragó con fuerza, porque su voz siempre le provocaba nostalgia.

El olor a madera recién lijada la recibió, y se detuvo en seco al darse cuenta de que el taller era mucho más grande y mejor abastecido de lo que esperaba. Pero no fue eso lo que la inmovilizó, sino la docena de muebles dispersa por el lugar.

Una mesa de centro con incrustaciones de resina azul que parecían ríos, una estantería curva que desafiaba la geometría, y otras piezas con patrones intrincados que la invitaban a deslizar la mano por su superficie.

Él estaba en el centro, inclinado sobre un escritorio a medio terminar, con unos jeans gastados y una camiseta gris que se ajustaba a sus biceps, todo él salpicado de aserrín. Una visión que le obligó a recordar que debía respirar.

—Hey —dijo para llamar su atención.

Él levantó la vista con una sonrisa que le provocó volteretas a su estómago cuando dejó la lija a un lado y se limpió las manos en los jeans.

—¿Es para mí?

—Brownies de paz —respondió ella, acercándose para dejar el plato en un espacio despejado de la mesa—. Por arruinar tu almuerzo familiar.

—No. Convertiste un domingo más en Everwood en algo… diferente.

Le pegó en el brazo, juguetona y él se rio. Pero ella giró de nuevo para poder encontrar más detalles en lo que veía.

—Esto es… increíble.

—Es solo algo que hago cuando tengo tiempo libre —dijo encogiendo un hombro sin mirarla a los ojos.

Sol se acercó a la estantería curva, pasando los dedos por la madera pulida.

—Oh, no. Esto es... no sé ni cómo describirlo. ¿Artesanía de lujo? ¿Magia?

—Exagerada. —Jake soltó una risa corta—. Ya te dije que te perdono, no tienes que…

—Es en serio, Jacob Mitchell. —Se giró hacia él—. Esto podría venderse por cientos o miles de dólares en la ciudad o en cualquier lugar con gente que aprecie el diseño único. Si lo hicieras en colección…

—No estoy interesado en vender.

—¿Por qué no?

—Porque son... No sé. —Él se pasó una mano por el cabello, desviando la mirada—. Me gusta hacerlos, pero no significa que sean lo suficientemente buenos para eso.

—Podrías venderlos —insistió y lo miró fijamente. ¿En serio no se daba cuenta?—. Y yo podría ayudarte.

—Sol...

—Soy experta en el tema, amigo. Sé cómo posicionar productos. Cómo crear narrativa y llegar a la audiencia correcta.

—¿Y cómo harías eso? —Cruzó los brazos, apoyándose contra la mesa de trabajo con una sonrisa escéptica—. Ni siquiera tengo redes sociales públicas. Es más, solo abrí las cuentas porque en el equipo se exigía, pero creo que ni fotos tiene.

—La haremos crecer, y yo tengo... —Sacó su teléfono del bolsillo—. Tengo un canal pequeño, pero leal. Doce mil seguidores que confían en mis recomendaciones y siguen mis consejos religiosamente. He ayudado a lanzar varias marcas para que lo sepas. Marketing y branding mientras hago skincare.

—Hablas en otro idioma para mí.

—Suena raro, pero funciona. Tu contenido sería sobre artesanía local, diseño sustentable, piezas únicas. Lo veo.

La estudió por un momento largo, y Sol sintió el calor subir por su cuello bajo esa mirada azul e intensa.

—No sé...

—Una sesión de fotos —propuso rápidamente—. Solo eso. Unas fotos de las piezas, tal vez un video corto de ti trabajando. Nada comprometedor. Si no te gusta el resultado, no lo subimos.



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En el texto hay: humor, romance, segundasoportunidades

Editado: 30.10.2025

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