Bajo el mismo techo

Capítulo 12

Sol

La semana había sido perfecta. Tan perfecta que Sol empezó a sospechar que algo andaba mal con ella, mejor dicho, con su adicción recién descubierta por el hombre que dormía a su lado.

Ni siquiera le importaba despertar temprano y hacer ejercicios con él. La Sol de Atlanta, que mandaba emails a las dos de la madrugada y comía cereal directo de la caja mientras veía series de asesinos seriales habría odiado a esta nueva versión domesticada. Pero esta Sol despertaba con café recién hecho y notas en portugués que terminaban en: "Meu lindo raio de sol."

Y lo peor de todo era que le encantaba. Sobre todo, la parte de acurrucarse viendo series donde ella podía burlarse de los protagonistas mientras él reía por sus ocurrencias.

—Buenos días —murmuró ella con una sonrisa disfrutando de su abrazo.

Él respondió acercándola más, pero entonces hizo una mueca de dolor y se tensó antes de alejarse bruscamente y salió de la cama, cojeando hacia el baño.

—¿Estás bien? —Golpeó la puerta con los nudillos.

—Sí, perfecto. Es que… olvidé que tengo reunión con la empresa y voy tarde. Te lo compensaré —gritó bajo el chorro de agua.

Pero no era verdad. Charlotte le había mostrado el video de la lesión que destruyó la rodilla de Jake en su temporada debut como profesional. Todo el país vio caer al Halcón Mitchell esa noche. Y ahora, cinco años después, él seguía fingiendo que no le dolía. Lo vio salir sin mirarla, cojeando apenas.

—¿Cuándo fue la última vez que viste a un médico?

—No necesito uno.

—Jake... —Ella debió dejarlo así. Debió asentir, cambiar de tema, tal vez bromear sobre cómo arruinaron un momento perfectamente bueno. Eso es lo que habría hecho la nueva Sol, pero las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas—. Tal vez deberías hablar con alguien sobre el dolor, porque claramente no...

—No necesito que me cuides como si fuera un inválido.

—¡No te estoy tratando como uno! Estoy preocupada.

—Pues no lo estés. —Se puso la camiseta de un tirón—. Puedo manejar mi propia mierda, gracias.

Sol sintió el calor subir por su cuello, esa mezcla familiar de vergüenza y rabia que siempre la hacía decir exactamente las cosas equivocadas.

—Claro, porque escondes el dolor de maravilla. Ni se nota cuando haces muecas cada vez que subes escaleras o...

—¿Sabes qué? No. —Jake levantó las manos—. No voy a hacer esto ahora.

—¿Hacer qué?

—Pelear contigo sobre algo que no es tu problema.

—Perdón por preocuparme —respondió riendo con ironía, pero sus palabras la golpearon como bofetada.

—Perdón por no necesitar que lo hagas.

Y entonces hizo algo que Sol nunca creyó posible: Jake Mitchell, el hombre del sol perpetuo, el que sonreía hasta en los peores momentos, salió de la habitación, bajó y cerró la puerta principal de un portazo que hizo temblar las paredes. Sol se quedó sentada en la cama, mirando el pasillo por mucho tiempo.

***

Para el mediodía, Sol había decidido que, si iba a tener un día de mierda, al menos sería productiva al respecto. En efecto, Jake no trabajó en la casa de sus abuelos y la cuadrilla se fue temprano, así que decidió que necesitaba salir.

Caminó al mercado del pueblo en compañía de Titan. Se detuvo frente al puesto de frutas y unos segundos después el perro arrancó de sus manos la correa y se lanzó hacia algo antes de salir corriendo. La señora Pattel iba tras ella, con una agilidad impresionante para sus setenta años.

—¡Ese maldito perro tiene mi bolso!

Sol no se detuvo porque el perro ya iba dos calles adelante, zigzagueando entre peatones sorprendidos como si esto fuera un deporte para él. Cuando dobló la esquina temió perderlo o que le pasara algo.

—¡Titan! ¡Te voy a matar! —gritó.

Los pulmones le ardían y en algún momento perdió una de sus ballerinas, pero no podía detenerse. Casi chocó con un grupo de señoras saliendo del café The Roasted Bean con el Padre Collins entre ellas. Y el maldito perro se detuvo frente a ellos con el bolso a sus pies, meneando la cola como si nada.

—¡Tú! —jadeó—. Maldito saco de pulgas del infierno, te…

Se contuvo al notar las caras horrorizadas del grupo.

—Solange. —El padre se aclaró la garganta—. ¿Estás... bien?

Miró hacia abajo y se dio cuenta lo terrible que debía verse con un solo zapato, sudada y furiosa.

—Sí... ejercicio matutino. Ya sabe.

Titan soltó un ladrido alegre, y ella cerró los ojos para no salirse de personaje. Se agachó, recogió el bolso de la señora que acababa de llegar, también sin aliento, y se dio cuenta que tenía babas de perro por todas partes.

—Lo siento muchísimo, señora Pattel. —Le extendió el bolso—. Titan es... está en entrenamiento.

—¡Este perro es una plaga! —dijo la mujer sosteniendo el bolso con fuerza como si temiera que el perro fuera a hacerlo otra vez—. ¡Deberían ponerle bozal!

Se arrodilló frente al perro, pero este intentó lamerle la cara.

—No. Eso no funciona conmigo, señor. Fuiste muy malo.

Bajó las orejas y puso esos ojos de cachorro abandonado que seguro habían salvado su trasero peludo más veces de las que podía contar, porque ella también cayó. Sacó una de las galletas de avena que había horneado la noche anterior y se la dio.

—Esto no significa que te perdoné.

Lo vio devorarla en dos segundos y ladró.

—¿Ahora me extorsionas?

Otro ladrido. Sacó otra galleta.

—Dame la pata. Hijo de... ¿Todo este tiempo solo querías sobornos? Titan, vamos.

El perro la siguió como si los últimos veinte minutos no hubieran sucedido, pero escuchó a Ruthie Kemp susurrar muy fuerte:

—Esa pobre chica necesita ayuda profesional.

Sol no podría estar más de acuerdo.

***

De regreso en casa, su teléfono vibró contra su cadera con el nombre de Ana.

—Por favor, dime que tienes buenas noticias.

—Depende de ti: Tu jefe de departamento me interceptó en el pasillo. Quiere verte el lunes a las diez por videollamada, con alguien de RH.



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En el texto hay: humor, romance, segundasoportunidades

Editado: 30.10.2025

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