Sol apartó la cortina apenas lo suficiente para espiar sin ser vista y confirmó que Jake seguía sentado en el bordillo de piedra junto a su madre, que gesticulaba mientras hablaba. Y aunque no alcanzaba a escuchar nada desde el segundo piso, la forma en que él se pasaba la mano por el cabello cada pocos segundos lo delataba.
Tenían que estar hablando de ella. Suspiró audiblemente al recordar el espectáculo que protagonizó anoche, en plena calle principal de Everwood.
Su teléfono vibró en su mano y dio un saltito, agradecida porque Charlotte hubiera visto el mensaje de SOS que le envió en cuanto entró a la casa.
—Char, necesito que me digas que no estoy enloqueciendo.
—Buenos días para ti también —respondió su amiga—. Oye, ¿es verdad que golpeaste a Jake frente a la farmacia?
Miró a su amiga a través de la pantalla con la ceja arqueada y resopló.
—¿Crees que si le hubiera hecho algo seguiría en Everwood? Me habrían venido a linchar o estaría en prisión.
—Cuánto extrañaba tus estupideces —dijo su amiga riendo antes de bostezar.
—¿No has dormido?
—Esa palabra ya no existe en mi vocabulario. Escucha mi consejo: nunca tengas hijos, te absorben el alma como un Dementor. Y bien, ¿cuál es la emergencia?
—Me invitó al autocinema —soltó de golpe.
Esperaba que su amiga, su casi hermana, la que la conocía casi mejor que a sí misma, tuviera el mismo colapso que ella sufrió hace un rato. Pero no. Charlotte suspiró y la miró como si fuera tonta.
—Sol, eso es una cita. No una sentencia de muerte.
—Es el autocinema. En Everwood. Con Jake Mitchell. —Se dejó caer en la cama, mirando el techo—. Es como anunciar oficialmente a todo el pueblo que somos... lo que sea que somos.
—¿Pareja?
—No digas esa palabra. Te reprendo en el nombre de…
—No blasfemes, Solange —la interrumpió, riendo de nuevo. La vio salir al exterior de su casa y sentarse en una tumbona con una taza de café—. Dime algo: ¿quieres ir con él?
—Sí —admitió sin pensar, y luego se tapó la cara con la mano libre—. Pero no quiero que piense lo que no es. Además, el lunes tengo una reunión importante que definirá el rumbo de mi carrera. No sé si debería estar yendo a citas cuando mi vida profesional pende de un hilo y...
—Respira —le dijo y se aclaró la garganta—. ¿Qué te dijo Ana?
—Ella no sabría de qué hablo.
Charlotte sonrió satisfecha.
—Entiendo. Ahora escúchame bien. —Su voz cambió a ese tono de mejor amiga que no acepta tonterías—. No estás firmando un contrato matrimonial. Cuando fui con David, nosotros…
—Ay no, cállate, no quiero escuchar sobre ustedes dos. Con lo poco que vi, necesitaré terapia por el resto de mi vida.
—Eres una ridícula —se burló—. Lo que quiero decir, es que no tienes que decidir toda tu vida hoy. El autocinema de esta semana es el jueves, así que haz lo que mejor sabes hacer: organízate, haz tus famosas listas y enfrenta un tema a la vez.
—Pero Clara está ahí abajo y probablemente le está preguntando sobre mis intenciones...
—¿Estás espiando otra vez?
—Estoy mirando por la ventana.
—Esa es la definición de espiar, Sol. Le quitarás el puesto a la señora Roberts.
—Graciosa… No, ¿sabes qué? Te has hecho sabia Charlotte Bennett.
—Tú nunca elogias a nadie gratis —murmuró—. Habla.
—¡Oye, lo dije en serio! —Pero como su amiga le hizo un gesto para que continuara, porque la conocía demasiado bien, agregó—: Quiero trabajar en mis cosas, y necesito tu ayuda para librarme de ir a la iglesia.
Charlotte se carcajeó tanto que creyó que le iba a dar algo por ponerse tan roja, y un deje de molestia se filtró en su pecho.
—Si no me quieres ayudar… —dijo ya a punto de colgar.
—Es que no puedes faltar mañana a la iglesia y para esto invoco nuestro Pacto de Amistad.
Abrió la boca para protestar, pero su amiga la señaló con el dedo a través de la pantalla.
—¿Sabes cuánto tiempo he esperado que David cocine un domingo? Ayúdame a hacerlo sufrir públicamente.
—Haré más que eso —dijo con una sonrisa.
—¡No, Solange! No te estoy pidiendo que intervengas, te conozco...
—Te prometo que no haré sufrir a tu hombre perfecto. Al menos no mucho. Pero solo porque invocaste el pacto.
—Gracias. Y deja de entrar en pánico por cosas que no han pasado. Jake es lo que querías desde que te conocí y ya lo tienes. Disfrútalo.
La tensión en su pecho aflojó un poco.
—Gracias por ayudarme con esta maldita crisis —dijo al mismo tiempo que él susodicho apareció en la puerta y la miró con sorpresa.
—Para eso están las mejores amigas. Ahora ve a ducharte y quítate ese jersey, estúpida o no creerá cuando le digas que no estás obsesionada con él.
Charlotte colgó antes de que pudiera defenderse, y él no se movió de su lugar, aunque una leve sonrisa se dibujó en sus labios.
—¿Me llamaste maldita crisis?
Se quedó con el teléfono en la mano mientras el calor subió por su cuello hasta las orejas.
—¿Por qué diría algo así? Pff —Iba a pasar por su lado, pero él puso el brazo impidiendo el paso.
—¿Y de qué hablaban exactamente?
—De tampones, cólicos menstruales y las deposiciones de los gemelos. Puedo llamar a Char otra vez para que le des tu opinión. Me los mostró, ¿puedes creerlo?
Lo vio abrir y cerrar la boca, pero ella aprovechó su silencio para tomar la ropa que había buscado antes, la toalla y le apartó el brazo.
—Necesito bañarme.
Pasó junto a él antes de que pudiera responder y cerró la puerta del baño para luego apoyarse contra el lavabo y poder respirar. Sí, era un recurso para cobardes, pero muy efectivo.
Cuando salió, él seguía ahí, sentado en el borde de la cama mirando su teléfono.
—¿Tienes hambre? Podríamos hacer almuerzo.
—¿No acabamos de desayunar? —preguntó mientras se ponía sus cremas para el cuidado de la piel y se maquillaba.
—Pero tengo hambre. Tranquila, has cocinado para media cuadrilla toda la semana y mereces un descanso, así que hoy me toca a mí.