Los tacones de Sol repiquetearon contra el piso de madera mientras esquivaba a Hades, que se enrollaba alrededor de sus tobillos como una serpiente doméstica.
—¡Jake, en serio! Si el padre Collins me vuelve a mirar como si fuera a lanzarme rayos láser por llegar tarde, te haré pagar.
Desde el baño, su voz sonó ahogada por el agua.
—Cinco minutos.
—¡Eso dijiste hace diez minutos! —gritó mientras se ajustaba el vestido azul marino que había rescatado de una caja polvorienta, sorprendida de que aún le quedara bien—. ¡Y no pienso ser tu escudo humano contra Clara!
La puerta del baño se abrió de golpe. Jake emergió con el cabello todavía goteando sobre los hombros de una camisa que claramente no había visto una plancha en su vida. Sus dedos buscaron la corbata que colgaba del respaldo del sofá.
—¿Puedes...? —dijo frustrado, después de que el nudo se le deshiciera por tercera vez.
Sol arrancó la corbata de sus manos con más fuerza de la necesaria.
—Agáchate. No llego.
Cuando él se inclinó, ella contuvo la respiración mientras pasaba la seda alrededor de su cuello, concentrándose en la tela y no en su cercanía.
—Anoche insististe en que necesitabas dormir... —murmuró divertido, aunque la sonrisa terminó cuando le dio un tirón final que lo hizo toser, así que le atrapó las muñecas y le impidió retroceder—: Oye, la violencia no resuelve nada.
—Depende de a quién se lo preguntes. Ahora muévete o te dejo aquí.
—Tan romántica a las ocho de la mañana.
—Espera a que sea mediodía.
Lo empujó suavemente por la espalda hacia la puerta, y él sonrió como si disfrutara de la ridícula dinámica. Aunque ella también lo hizo cuando no la miraba.
***
El aire olía a lluvia reciente y tierra mojada cuando estacionaron frente a la iglesia y Sol bajó del auto con una sonrisa de suficiencia al mostrarle la pantalla del teléfono.
—Tres minutos de sobra. Milagro, considerando que volviste a la casa por tu billetera... que tenías en el bolsillo trasero.
—Y sigo creyendo que dejé la cafetera encendida —respondió, ajustándose la corbata en una camisa que no entendía como se alisó sobre sus biceps.
Charlotte estaba en los escalones con uno de los gemelos en brazos y cuando los vio, miró el reloj en su muñeca.
—Vaya, llegaron antes de que empezara el sermón. Pensé que serías el segundo castigado, pero creo que hoy David recibirá ración doble. ¿A qué hora se fueron de tu casa? —le preguntó a Jake.
—¿No ha llegado? —Jake buscó su teléfono, pero el chirrido de llantas contra el pavimento les hizo volver la cabeza. El auto de David se estacionó en diagonal, ocupando dos plazas.
—Espero que no haya olvidado las flores que le encargó Clara —Charlotte le entregó el bebé a Sol sin previo aviso—. Sostenlo un momento, ¿sí?
Sol miró al pequeño ser en sus brazos como si le hubieran puesto un arma biológica en las manos.
—Espera, no sé qué hacer con esto.
—Es un bebé, no un artefacto explosivo. —Jake le quitó suavemente al niño y lo acomodó contra su hombro con naturalidad—. Solo respira y no lo sueltes. Vamos, antes de que mamá envíe un escuadrón de búsqueda.
Al entrar, Sol tuvo que morderse el labio para no reír. Los miembros del club de póker ocupaban la tercera banca, con gafas de sol y expresiones de sumisión junto a sus novias o esposas.
Jake le dio un beso a su madre y le señaló a Sol el mismo lugar de la semana pasada mientras David se deslizó junto a su hermano como si el cuerpo le pesara toneladas.
—Te ves terrible —susurró Jake.
—Cállate. Esto es tu culpa —masculló David hundiéndose en el asiento.
Clara carraspeó sin volver la cabeza y ambos se callaron al instante haciendo que Charlotte y ella intercambiaran una mirada divertida. Pero sus sonrisas se desvanecieron cuando el padre Collins subió al púlpito y cuando su mirada barrió la congregación, se detuvo en los Mitchell con la satisfacción de un gato ante una presa suculenta.
—Hoy hablaremos sobre responsabilidad ante los excesos —anunció, y David se hundió tanto que casi desapareció del banco—. Y las consecuencias de nuestras decisiones.
Jake ahogó una risa con una tos, pero Sol no fue tan discreta y su chillido ahogado llegó justo cuando Clara, sin mover un músculo, pellizcó el muslo de David.
Él saltó como electrocutado, causando un efecto dominó en la banca que hizo que Charlotte lo mirara mal, pero a ella le guiñó el ojo, señal inequívoca de que estaba disfrutando el momento.
—Mamá —dijo con voz estrangulada—, creo que voy a...
—Respira por la nariz —ordenó Clara sin mirarlo.
—Pero...
—Por. La. Nariz.
David obedeció, cerrando los ojos con expresión de mártir y Jake se inclinó hacia ella para susurrar:
—Diez dólares a que no aguanta hasta el final.
—Veinte a que Clara lo mantiene aquí aunque reviente —respondió, notando cómo miraba sus labios mientras se daban la mano para cerrar el trato.
Cuando el servicio terminó, David salió disparado como si las bancas estuvieran en llamas. Jake deslizó un billete de veinte en la mano de Sol con una sonrisa y ella guardó el dinero con un guiño.
Clara le sonrió a Sol con el otro gemelo dormido contra su hombro, pero ella fue más rápida y se detuvo a saludar a al esposa de Miguel para agradecerle los tacos que envió con él la noche anterior. Aunque sabía que no podría escapar de ella para siempre, porque iban rumbo a su casa para almorzar.
***
Media hora después, estacionaron frente a la mansión de Clara en lo alto de la colina y con el lago del pueblo detrás, como una estampa idílica del pueblo. Ellos eran como la realeza del lugar y su casa olía a vainilla y limpieza obsesiva cuando entró.
Fotos familiares cubrían cada superficie y pudo identificar a Robert en muchas de ellas.
—Solange, bienvenida. Espero que esta visita cambie tu percepción de la educación que les di a mis hijos —Señaló a David, que se derrumbaba en el sofá con un gemido.