Sol
Despertó a las cinco y media con el idiota de Marcus todavía ocupando espacio en su cabeza, y cada vez que cerraba los ojos lo veía en el bar, sonriendo y haciéndola sentir culpable por no haberlo golpeado como su hermano le enseñó.
¡Robert!
Se levantó con cuidado para no despertar a Jake y envolvió a Hades en una manta para evitar que siguiera sus pasos al bajar a la cocina. Si iba a estar despierta, al menos sería productiva.
Una hora después, la encimera parecía zona de guerra: panqueques a medio hacer, tocino friéndose, café listo. Ahora exprimía naranjas con fuerzas renovadas.
Jake bajó las escaleras, despeinado y con los ojos entrecerrados, usando solo unos pants de pijama. Se detuvo en seco y Hades chocó contra su pantorrilla, lo que lo hizo bufar.
—¿Qué hora es? —Bostezó y se estiró casi al mismo tiempo que el gato.
—No sé, pero pensé que podríamos... —Gesticuló hacia el caos—, ya sabes, estar preparados.
—¿Para qué? ¿Alimentar a un regimiento?
No le respondió, pero recibió de buen agrado un beso en la sien y dejó que le quitara la espátula.
—Déjame ayudar.
Ella retrocedió, pero se distrajo explicándole el menú mientras él intentaba voltear los panqueques. El primero se quedó pegado y el segundo, aunque salió bien, voló y aterrizó en el suelo, donde Titan lo devoró en dos segundos.
—¡Jake!
—¡Lo siento! Estos trastos no cooperan, pero todo el mundo sabe que los primeros siempre salen mal.
Hades eligió ese momento para materializarse sobre la encimera y empujar el frasco de mermelada sin quitarle los ojos de encima. Antes de que pudiera rescatarlo, el vidrio explotó contra el piso.
Titan corrió hacia ellos, pero resbaló sobre el charco pegajoso haciendo carambola con Jake, que se quejó por la rodilla. Sol soltó una carcajada que sonó al borde de la histeria mientras perseguía a Hades para sacarlo de la casa, y Jake atrapaba a Titan por el collar para asearlo.
Se agachó para recoger los vidrios cuando tres firmes golpes resonaron en la puerta principal, y miró a Jake con ganas de desaparecer.
—Respira. Abre la puerta y yo limpio esto.
Luchó por quitarse las manchas del delantal, pero cuando abrió la puerta y se encontró con Robert, en un jean y camiseta polo, impecable, y a Melissa igual, pero sonriendo, se dio por vencida.
Robert le llevaba cabeza y media, así que no tuvo problema en mirar por encima de ella. Su ceja derecha subió milímetro a milímetro, y entrecerró los ojos con esa frialdad de hermano mayor que usaba desde que ella tenía diez años... Sintió la garganta cerrada y fue incapaz de articular ni un saludo.
Jake apareció detrás de ella y deslizó una manta por su cuello con una naturalidad que la congeló.
—Tenías mermelada, bebé —Sol giró la cabeza como el exorcista y estuvo a nada de darle una patada cuando lo vio guiñarle el ojo. E incluso se atrevió a pasarle un brazo por los hombros, y luego añadió, campante—: Muy buen día y bienve…
Iba a darle un codazo en el estómago, pero su hermano se le adelantó al empujarlo por el pecho con una facilidad pasmosa que estuvo a punto de arrastrarla también, si Jake no la hubiera soltado a tiempo.
—Espero que no hayamos llegado en mal momento —dijo Robert con calma, mientras Melissa negaba y reprimía una sonrisa.
* * *
La cocina olía a café fresco en lugar del desastre anterior, gracias a Melissa, quien había logrado que los hombres salieran mientras ella y Sol limpiaban los vidrios y la mermelada.
Ahora Robert se sentaba en el extremo de la mesa con esa postura inflexible y de pocos amigos, mientras Jake ocupaba la silla de enfrente, tranquilo como si desayunara con francotiradores todos los días.
Fingió estar muy ocupada sirviendo jugo de naranja y Melissa parecía ajena a la tensión en la mesa.
—Buen desayuno. No esperaba algo tan… coordinado —Robert dio un sorbo a su café sin apartar los ojos de Jake—. Se nota la práctica.
Sol casi se atragantó con el jugo de naranja cuando Jake apoyó los codos sobre la mesa, relajado.
—A veces cocinamos juntos. Bueno, ella cocina. Yo hago desastres.
Perfecto. ¿Qué sigue, Jake? ¿Usar un megáfono en la plaza del pueblo?
Melissa sonrió, intentando suavizar el ambiente, pero le lanzó una mirada a Robert, de esas que decían baja el tono o duermes en el sofá.
—Este “protocolo de evaluación de campo” para alguien que conoces de toda la vida está un poco de más...
—De casi toda la vida —aclaró sin desviar la mirada—. Y cuando se trata de mi hermanita, no hay comparación.
Sol tragó saliva. ¿Podía abrirse la tierra, por favor?
—Melissa, de verdad lamento haber gritado en la calle —intervino Sol, solo para aligerar el ambiente—. Pero tengo que preguntar: ¿cuánto hace que se conocen de verdad? ¿Es serio o lo de esta mañana solo fue un examen de amígdalas?
Robert se atragantó con su café y Jake soltó una risa ahogada que disimuló con una tos. Ella casi se hunde en sí misma cuando su hermano negó en su dirección.
Melissa, en cambio, se rio genuinamente y le dijo a Robert:
—Te lo dije. Es de las mías. —Luego se volvió hacia ella, con una sonrisa cómplice—. Y sí, es muy serio. ¿Pasa lo mismo entre tú y Jacob?
La pregunta golpeó a Sol con la fuerza de un panqueque volador, pero a diferencia de la cara de estreñido de su hermano, ella se echó a reír y Melissa le guiñó el ojo. Y eso bastó para que estuviera segura de que se llevarían bien.
Robert tamborileó los dedos sobre la mesa y luego se enfocó en ella, como siempre que tenía argumentos válidos para debatir con ella.
—No me preocupa lo que digan en el pueblo, sino lo que ustedes decidan hacer con eso.
—Soy adulta, Rob.
—Lo sé. Por eso estamos teniendo esta conversación en lugar de que simplemente te suba a mi camioneta y te lleve de regreso a la ciudad.