Jake
Respiró hondo para calmar la molestia que le provocaba la estúpida sonrisa de Robert. Porque era su culpa, suya y de su boca que no podía mantener cerrada con él.
Se llenó los pulmones con el aroma reconfortante del pino cortado y barniz fresco de la puerta de la cocina que pusieron ayer y miró a Robert con su reloj militar, frunciendo el ceño.
—¿A qué hora llega tu gente?
—No tardan… —Jake no iba a revelarle la razón por la que no estaban ahí desde temprano.
Si le contaba que Marcus estuvo ahí no se lo iba a perdonar. No después de que le enviara un extenso mensaje de voz detallando las múltiples torturas a las que lo sometería si se acercaba a Sol de nuevo. Además, él ya tenía planeado como ponerle un alto a ese idiota.
Robert abrió la boca, estaba seguro que para interrogarlo, pero el rugido de la camioneta de Miguel lo obligó a cerrarla y salir de la casa.
Lo siguió divertido hasta que se plantó junto al montón de vigas en el porche cruzado de brazos, con esa expresión de tipo duro que solo haría reír al grupo.
Eddie bajó del asiento del copiloto con los ojos hinchados y el cabello desordenado, seguido por Miguel que arrastraba los pies, y un Rick con lentes de sol.
Jake se deslizó entre su amigo y su gente antes de que se ganara una visita al lago por pedante.
—Buenos días, chicos. Hoy no hay tiempo de descanso para nadie o no saldremos a tiempo con este proyecto.
—Hermano, habla más bajo. —Eddie se presionó las sienes—. Creo que mi cerebro se está derritiendo.
Pero entonces levantó la vista y se enderezó como si alguien le hubiera presionado un botón de reseteo.
—¡No jodas! ¿Rob Richmond? ¡Mira nada más al soldadito!
Miguel se quitó las gafas de sol y silbó bajo.
—Joder, Rob. Te pusiste enorme —Miguel le pegó en el hombro—. ¿Qué les dan de comer en el ejército?
—Te ves bien —dijo Rick antes de señalar al grupo de trabajadores que acaban de estacionar, dónde dejar el material que traían.
Los hombros de Robert bajaron cuando Eddie se acercó para darle unas palmadas en la esplada que habrían derribado a cualquiera.
—Parsons, sigues siendo un desastre —dijo Robert con una sonrisa—. Y Santos, ¿todavía intentas convencer a las mujeres de que eres encantador?
—¡Oye! —Miguel se llevó la mano al pecho en gesto dramático—. Mi encanto es legendario en tres condados, pero no se lo digan a mi mujer.
—Hanson... —Robert estrechó la mano de Rick—. No has cambiado nada.
Esto era Everwood en su forma más pura: no importaba cuánto tiempo pasara o qué tan lejos llegaran, la hermandad permanecía.
Justo en ese momento, Titan trotó hasta Robert y se sentó a su lado con el lomo recto y las orejas tiesas, como un soldado raso esperando órdenes.
—Traidor —masculló Jake.
Miguel se aclaró la garganta y sonrió con picardía al señalar a su amigo.
—Donde lo ven, una vez se comió treinta y dos hot dogs en el concurso del condado.
—Eso fue hace mucho tiempo —musitó en su defensa.
—Díselo a las azaleas de mi mujer. Nunca más volvieron a crecer donde vomitaste.
—Dios, recuerdo eso. Tuvo ese tono verdoso como por una semana —dijo Eddie entre risas.
—¿Y lo de las avispas en el campamento? —añadió Rick divertido—. Era casi un delincuente juvenil.
—¿Quién les contó eso?
Todos se carcajearon, su amigo incluido, pero pararon de golpe cuando la puerta del porche se abrió y Sol salió con las manos en las caderas.
Barrió con la mirada el material recién descargado que creaba un laberinto caótico y entrecerró los ojos antes de ir hacia ellos.
—¿Pero qué es este desastre? ¿Interesante plática? Robert, deberías estar ayudándoles a ordenar, en lugar de retrasarlos. Tomando en cuenta que no han sido los más madrugadores de la semana.
—Sí, señora —musitó Rick. Se agachó para girar una caja de herramientas que estaba apoyada en la entrada y que no molestaba a nadie sin importarle la burla de los demás.
Todos, incluido Jake, se pusieron en marcha sin quejas, ni excusas. Ella ya formaba parte de sus vidas sin planearlo, sin importar que horas atrás dijera que no se quedaría.
* * *
La mañana se fue volando entre el trabajo de construcción y su teléfono, que no paraba de vibrar con consultas sobre los muebles.
Eddie lo miró mal de nuevo cuando movió el nivel sin querer por contestar una llamada.
—Mitchell, si no dejas ese cacharro, le lanzaré este martillo —gruñó, mientras ajustaba el mueble de cocina que les faltaba.
—Un segundo. Este es de Sol —Le dio la espalda y lo escuchó refunfuñar.
Ella le envió una confirmación de envío de un armario y luego una foto de él, con la camiseta pegada al torso por el sudor, cargando un saco de cemento.
🔥 El contratista más atractivo del condado 🔥 , decía el texto junto a al texto entre paréntesis (Lista para publicar).
Melissa y ella llegaron con jarras de limonada fresca y sus hombres cayeron sobre ambas como moscas. Y cuando se acercó, le mostró la pantalla con fingida indignación antes de centrarse en otro mensaje.
—Me estás convirtiendo en un objeto, Richmond.
—Cállate y sonríe. Subimos un veinte por ciento el engagement desde la última vez.
Ella se había convertido en su salvación en muchos sentidos y ahora, con ese casco de obra que le quedaba ridículamente grande, le guiñó un ojo y el sonido del obturador lo hizo alzar la vista.
—¿En serio? —Jake dejó de secarse el sudor de la frente con el antebrazo y se enderezó—. Parezco un vagabundo.
—Eres… un hombre trabajando. Es sexy —Ella bajó el teléfono con una sonrisa pícara—. Tus clientas van a comentar más de un: Excelente Servicio.
Miguel tosió violentamente desde la escalera, fingiendo ahogarse.
—Déjame en paz, Santos —gruñó Jake, pero su sonrisa se asomó cuando Sol le guiñó un ojo antes de tomar el camino hacia el taller.
Tenía horas queriendo un momento a solas con ella, lejos de los ojos de la cuadrilla y su hermano. Así que la siguió casi por instinto y la encontró revisando unas facturas mientras cerraba con cuidado.