Sol
Cuando el otro oficial la hizo salir de la patrulla, el aire frío de la madrugada la golpeó en la cara, pero al entrar a la modesta comisaría, el aroma a café recalentado le pareció asfixiante y casi retrocedió para congelarse en la calle.
Su mirada se encontró con la de Jake poco después, pero no pudo decirle nada porque varios oficiales lo rodearon, haciendo preguntas y con expresiones preocupadas queriendo saber qué le había ocurrido.
—¡Halcón! —Un oficial joven se levantó de un salto—. No puede ser.
—Aiden Moore —Jake sonrió como si estuvieran en el mercado un sábado por la mañana—. ¿Cómo sigue tu madre?
—Bien, gracias por acercarla a casa el otro día. No puedo creer que... O sea, ¿qué pasó?
—Un malentendido.
Sol lo miró con incredulidad al verlo encogerse de hombros con calma y conversar con todos, como si esto fuera una maldita reunión social, mientras el chico de antes sacaba su teléfono con disimulo.
—Moore, guarda eso —ordenó Billy sin girarse, pero lo dijo segundos después de que ella escuchara el sonido del obturador.
Cerró los ojos un instante. En un par de horas, todo Everwood tendría su propia versión de lo sucedido esta noche. ¿Por qué no podía mantenerse alejada de los escándalos?
Siguió las directrices del procesamiento con torpeza, pero quién podía culparla. Ella ni siquiera había sido llamada a la oficina del director. El chico de oro del pueblo, en cambio, posó para la foto como si fuera para su perfil de LinkedIn.
—¿Esto quedará en mi registro? —preguntó al oficial mayor que manejaba el papeleo.
—Depende del juez.
El pánico le subió por la garganta, pero se resistió a desmoronarse frente a las miradas curiosas que seguían rodeándolos.
—Respira —murmuró Jake—. Cuando me den mi llamada, arreglo esto. Tienes que relajarte.
Estaba por decirle por donde se podía meter su consejo, porque estaba ahí por su culpa, pero Billy se acercó a ellos y dejó caer un libro grueso sobre el escritorio antes de sentarse.
—A ver, vamos a escuchar su versión de los hechos.
—¿No se supone que debías preguntar en el estacionamiento? —soltó ella con ironía.
—Cállate o agregaré desacato a tu ya extenso historial, Richmond —replicó Billy sin inmutarse.
Jake suspiró con cansancio mientras miraba a los oficiales.
—Ya conocen a Max Carter —comenzó, y Billy se removió incómodo cuando el grupo se dividió entre asentimientos y negaciones—. Le faltó el respeto a mi novi... amiga, la señorita Richmond. Y… reaccioné de manera equivocada.
Escuchó chasqueos de dientes, uno que otro jadeo y aunque aún estaba procesando la degradación al oír cómo corregía "novia", algo más se le vino a la cabeza.
—Oiga, oficial —se dirigió al agente mayor—. Nunca nos leyeron nuestros derechos.
El hombre miró a Billy con sorpresa y los agentes más jóvenes musitaron un "uhhh" incómodo y se dispersaron como un montón de cobardes. Pero Billy no se amilanó, y con la cara roja enumeró las supuestas faltas cometidas por ambos y él mismo los guió hacia las celdas.
Caminaba detrás de él por el pasillo estrecho y sin poderse contener más, murmuró con voz tensa:
—¿Estás aceptando esta arbitrariedad? No tengo tiempo para esto, Jacob.
Esa fue la segunda vez que la miró desde que llegaron y se retrasó para responder en voz baja:
—Esto no es la ciudad, Solange. Aquí todo se trata de llevarse bien con la gente.
—Ah, gracias por la clase Everwood 101 —Le dedicó una sonrisa que él bloqueó con una ceja arqueada y en dos zancadas la dejó atrás de nuevo.
—¡Oye, no he terminado!
—Yo sí —respondió sin volverse—. No quiero empeorarlo.
—Hasta aquí, tortolitos. Mitchell, aquí. Tú en la otra celda —dijo Billy separándolos.
La reja se cerró tras ella con un sonido metálico y cuando le quitaron las esposas, se acercó a los barrotes.
—¿Empeorarlo cómo, Jake?
El silencio se alargó hasta que escuchó a alguien acercarse y sintió su colonia cerca.
—Como terminar suplicando que no te vayas. Y no estaría haciendo lo correcto.
Esperó que siguiera hablando, pero no lo hizo. Así que se sentó en la esquina del frío banco de cemento adosado a la pared que una mujer roncando ocupaba casi en su totalidad.
Algo se movió en la esquina opuesta y ella subió los pies al banco. No iba a pensar en qué era. No, señor.
Las horas pasaron en un limbo de incomodidad hasta que escuchó que abrían su celda y luego su voz se alejó por el pasillo.
Quería gritar que no la abandonara allí, aunque una leve esperanza se posó en su pecho. Hasta que fue sustituida por un deseo irrefrenable de gritarle que se hundiera en el infierno. Pero Billy apareció frente a su celda.
—Dijo que te diera esto —le pasó la chaqueta de Jake entre los barrotes—. Que hace frío, pero conociéndote...
Sol se la arrebató.
—¿Y crees que me voy a morir de frío por orgullo? Qué poco me conoces, Buba.
El oficial miró a su alrededor como si temiera que alguien lo hubiera oído y la señaló con el dedo. Pero ella se rió a pesar de las circunstancias.
—Eres la bruja de siempre —susurró él—. Ese hombre es un santo y no lo mereces.
—¿Y me llamas bruja? No puse tu nombre en ese proyecto, porque no trabajaste. Te busqué en tu práctica de la banda, algo que no tenía que hacer y te burlaste de mí delante de tus amigos fingiendo que éramos más que compañeros.
Él enrojeció y ella le dio la espalda antes de envolverse en la prenda aún caliente, y olió con satisfacción la loción y el aroma indefinible de Jake. Y cerró los ojos. Quizás Billy tenía razón en todo y por eso tenía que salir de allí, de Everwood, y de esta situación donde no entendía las reglas.
* * *
Horas después, un ruido metálico la sobresaltó y se dio cuenta de que estaba bien abrazada con la mujer borracha, ambas arropadas con la chaqueta de Jake y se quejó por lo que la posición le hizo a su cuello mientras se levantaba.