Bajo el mismo techo

Capítulo 27

Jake

Robert detuvo la camioneta frente a su casa, y por un momento Jake se resistió a bajarse, porque esa simple acción daba luz verde al resto de uno de sus peores días y vaya que había tenido varios en su haber.

Por eso no quiso formar parte del séquito de despedida de Solange en la comisaría. Y la indiferencia que fingió se derritió en cuanto su hermano sugirió que volviera a Atlanta ese mismo día.

Melissa giró una vez más hacia ellos y lo miró con lástima antes de asentir en dirección a su novio. A la vez, este dijo como si fuera un guión aprendido:

—Vamos al pueblo por comida mientras prepararas tus cosas. ¿Quieren algo en especial?

Ambos negaron antes de que ella abriera la puerta sin mirar a nadie, y al bajar, se detuvo entre las dos casas, como si no supiera a cuál ir primero.

Cuando él bajó, tomó su mano y la llevó a la suya, aunque atravesar esa puerta le costó más de lo esperado.

—¿Tienes hambre? —Su único propósito era dilatar tanto como pudiera aquel momento, pero cuando volteó a sus espaldas ella ya subía las gradas.

Se comió los restos de un pastel de chocolate que ella hizo hacía unos días mientras reunía el valor de subir y ofrecerle ayuda. Pero cuando lo hizo, la escena que encontró al abrir la puerta de su habitación le arrancó, a pesar de todo, algo parecido a una sonrisa.

Sol estaba en el suelo, librando una batalla campal contra Titan, quien, panza arriba y con las patas al aire, se había encajado en el medio de la maleta abierta. A pesar de ello, dejaba una prenda dentro y el perro la sacaba.

—¡Titan, no! —Sol recuperó la blusa, la sacudió, la metió otra vez y Titan repitió el proceso, moviendo la cola. Ella giró para mirar a la puerta y se sentó sobre los talones con una expresión mezcla exasperación y cariño—. No puedo con este perro. Cree que es un juego.

Jake se apoyó contra el marco de la puerta, cruzando los brazos sobre el pecho.

—No quiere que te vayas —dijo dándole voz a lo que le había dicho anoche y por lo que ella no respondió tras esa celda.

Sol le lanzó una mirada asesina al perro.

—Pues soy capaz de llevarlo dentro si sigue así. Y en Atlanta serás la vergüenza de los K9, te lo aseguro.

Titan gimió, como si entendiera el insulto, y se hundió más en el interior.

Sol intentó meter el suéter amarillo (ese que odiaba porque decía que la hacía parecer un pollito enfermo) luchando con el animal. Entonces, Jake se acercó y se lo quitó con suavidad a ambos y le ordenó que saliera, pero este lo ignoró.

—¿Y ahora cómo lo sobornaré sin tus galletas?

—Tendrás que aprender a hacerlas —dijo sin mirarlo mientras tomaba otra prenda de la pila que todavía faltaba doblar—. O seduce a la señora Roberts para que te las haga, porque la receta es suya. Ella se la compartió con la abuela.

Jake tomó otra camiseta de la pila, y empezó a doblarla con la misma torpeza con la que lo hacía con su propia ropa y se sentó en la cama.

—Hmm, vaya. Lo voy a considerar —respondió con un deje de picardía por el que recibió un manotazo.

Cuando él alzó la vista, la encontró mirándolo y cualquier rastro de humor se desvaneció de su rostro.

—No quiero despedirme —susurró.

—Yo sí. ¿Cuánto tiempo tenemos a solas?

Ella abrió la boca para protestar, pero él la atrajo consigo sobre el colchón y cuando intentó besarla, ella se rio.

—¡Jake! Hablo en serio —Hizo un mohín tan tierno que quiso morderle el labio—. Estos no eran los planes que tenía. Yo...

—Claro. Lo tuyo son las huidas, ¿no?

—Muy gracioso —dijo evitando sus ojos.

—Mírame. —Las palabras salieron más ásperas de lo que pretendía y cuando vio sus ojos brillantes por la humedad confesó—: Tengo miedo, Sol.

Ella parpadeó y sus labios se separaron, pero él puso uno de sus dedos en ellos para que le permitiera hablar.

—No me atrevo a pedirte que te quedes y lo hagas. Y que en unos años me señales como el tipo que te atrapó en este pueblo. Como le pasó a Rick.

—No somos ellos, Jake. Pero entiendo lo que quieres decir. Mira, Atlanta no es para siempre, aun tengo semanas de vacaciones y esta reunión es de un día para otro, volveré y…

—Y te irás de nuevo —la interrumpió.

—Lo haremos funcionar, ¿recuerdas? Eso le dijiste a mi hermano y confío en ti.

—Oh, Dios, no digas esas cosas, porque entonces…

—Cállate y dame un beso —le dijo ella haciéndolo reír.

Nunca había dado un beso tan sentido, tan doloroso y que lo hiciera sentir aleteos como un crío.

—Es tarde… —susurró contra sus labios y él suspiró y la ayudó a levantarse.

—Deja, doblo esto y tú ve por las cosas del baño.

Sol se levantó sin decir nada más y Jake escuchó el agua correr. Silencio y luego sollozos ahogados detrás de la puerta cerrada.

Se concentró en doblar la ropa, aunque deseaba echar la puerta abajo para consolarla, pero la única solución para evitarse ese dolor era justo lo que no podían tener. Así que siguió llenando la maleta con sus cosas y un pedazo de su corazón que sabía que nunca recuperaría.

Quería acurrucarse con ella en ese sofá viejo de la sala y hablar hasta quedarse dormidos. Preguntarle cómo terminaba esa serie de escoceses. Ser parte de su vida ahora, no después, no cuando la distancia y el tiempo decidieran que era el momento.

Pero no tenía el valor de ser un obstáculo para sus sueños.

* * *

El regreso de Robert y Melissa con las bolsas de comida marcó el fin de su burbuja. El almuerzo fue una tregua tensa, con conversaciones forzadas sobre el clima y la carretera. Hasta que ella dejó el tenedor y lo miró.

—Actualiza tus redes. Puedo ayudarte vía remota si quieres.

—Claro —respondió en lugar de decir que lo que menos le importaba era eso.

Robert se levantó y, con un gesto casi imperceptible, le indicó que lo siguiera al patio, y con eso supo que había llegado el momento. Lo vio apoyarse en la barandilla de madera.




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