Jake
El reloj marcaba las seis y media de la mañana cuando se dio por vencido después de pasarse toda la noche dando vueltas en la cama y mirando el móvil con la obstinada esperanza de recibir al menos un emoji.
—Dios, ya no tengo edad para esto. Y ni siquiera bebí —se quejó cuando la rodilla se le trabó al estirarse y tuvo que masajearla sentado en el borde de la cama.
Casi terminó arrastrándose hasta la cocina, pero necesitaba cafeína antes de emprender ese viaje de hora y media. Abrió la alacena y se topó de frente con la taza de gnomo mostrando el dedo medio con la frase "No es Bipolar, es Bicafetera" que Sol compró en el mercado para ella, y no pudo hacer otra cosa que cerrar con un golpe seco.
Miró el teléfono y estuvo tentado a revisarlo de nuevo, pero se resistió, porque el mensaje era claro. Ella había vuelto a su vida y él tenía que aprender a hacer lo mismo. Y ahora ya no podía más que agradecer el gesto de su cuñada al idear el plan de cubrir a David, porque era justo la distracción que necesitaba.
El trabajo era algo que podía controlar cuando todo lo demás se desmoronaba.
Salió de la casa a las siete, con los ojos ardiendo por el desvelo, pero el traqueteo del motor de la Silverado fue un ruido bienvenido. Condujo los pocos minutos hasta el centro del pueblo, donde la cafetería ya tenía las luces encendidas.
El aroma a café recién molido fue un bálsamo para sus sentidos, pero el efecto se esfumó en cuanto vio a Diane detrás del mostrador.
—Jake, cielos, ¿estás bien? —Le pasó una taza de café antes de que pudiera pedir—. Pareces... un zombi.
—Café. Negro. El más fuerte que tengas —la vio abrir la boca y se apresuró a cortarla—. Para llevar.
Mientras ella asentía y se giraba hacia la cocina, él fingió estudiar el menú escrito con tiza, aunque lo conocía de memoria. Pero su mirada se desvió hacia el espejo detrás de la barra y entendió la reacción de Diane. Ojeras y la barba de dos días le daban un aire de derrota, y tuvo que apartar la vista.
Diane le entregó el vaso de cartón humeante y cuando él metió la mano en el bolsillo para pagar, ella negó con la cabeza.
—Invita la casa. Jake, si quieres hablar…
—Estoy bien —mintió, esbozando lo que esperaba que fuera una sonrisa tranquilizadora—. Pero, gracias, Di.
Agarró el vaso y se subió a la camioneta antes de dar un sorbo.
—Por los clavos de Cristo —siseó cuando se quemó la lengua—. Solo falta que me cague un…
En efecto, un pájaro dejó caer su regalo justo en el centro del parabrisas. La mancha blanquecina se esparció con lentitud, como si el universo insistiera en recordarle su pésima racha. Maldijo entre dientes una vez más y se dirigió a la salida del pueblo.
Llegó a la obra a las ocho y media y parecía ser el primero, así que decidió echarle una mirada al proyecto mientras llegaba el cliente.
* * *
Era una estructura comercial de dos pisos de ladrillo rojo con ventanas amplias que necesitaba muchos arreglos. El tipo de proyecto que exigía supervisión constante si el cliente no quería que la obra se convirtiera en un desastre.
Sacó la caja de herramientas y empezó a tomar medidas y anotarlas en su tableta. Se concentró, o al menos lo suficiente para no pensar en ella.
Un ladrido lo hizo girar justo a tiempo para ver una masa blanca y peluda lanzarse directamente hacia él. Retrocedió un paso, pero el animal ya había plantado las patas delanteras en su pecho, moviendo la cola como un helicóptero.
—¡Luna! ¡Ven aquí! —gritó un hombre desde afuera.
—Hola, preciosa —murmuró Jake, dejando que el animal le lamiera la barbilla mientras le rascaba detrás de las orejas con una sonrisa.
—¡Déjalo! Disculpa…
El sujeto venía caminando desde una camioneta blanca estacionada junto a la suya. Cincuenta y tantos años, barba gris, y una expresión de sobrecarga existencial que no auguraba nada bueno.
—No pasa nada. Es muy dulce. —Jake se incorporó pero siguió acariciando a Luna, que se había sentado entre ambos moviendo la cola.
El hombre suspiró, pero su expresión se suavizó al ver la interacción.
—Parece que le caes bien. —Extendió la mano—. Bernard Finch. Puedes llamarme Bernie.
—Jacob Mitchell, de Mitchell & Sons. —Le estrechó la mano—. De hecho tengo un macho de la misma raza pero de otro color. Se llama Titan.
—¿En serio? ¿Tienes fotos? He querido cruzarla, pero no he encontrado…
—Yo no lo había pensado —admitió Jake mientras le mostraba algunas fotos y respondía preguntas sobre sus padres y su pureza.
Le contó lo básico de su época como perro policía y dejó fuera lo otro; no iba a espantarle pretendientes a Titan confesando por qué lo habían dado de baja.
Intercambiaron números de contacto mientras Luna se movía entre ambos expectante.
Bernie suspiró mirando a Luna con algo parecido a ternura.
—Cuando esté lista te llamaré —Bernie se giró hacia el edificio—. Pero bueno, suficiente de perros. David te explicó el proyecto, ¿verdad? Necesito este lugar listo en tres meses, con inspecciones hechas y sin sorpresas. Tengo otros dos proyectos en el norte de Georgia, zona de Blue Ridge, que requieren supervisión externa. Y si esto sale bien, podríamos hablar de una colaboración a largo plazo.
Bernie siguió hablando de inspecciones y cronogramas, pero él apenas procesaba las palabras. Blue Ridge estaba a una hora y media, dos horas máximo de Atlanta. De Sol.
Y algo en su pecho, tenso desde el jueves en ese maldito estacionamiento, se aflojó un poco con esa dosis de esperanza.
—Entendido —Hizo un esfuerzo por mantener el tono neutro y no evidenciar su emoción—. Podemos ajustar el cronograma para priorizar las áreas comunes primero. Si el clima coopera, no habrá problemas.
Bernie asintió, mirando hacia el oeste donde las nubes se acumulaban en el horizonte.
—El clima aquí es traicionero. Y la señal de teléfono se va al infierno cuando llueve. ¿Tú eres el casado o es tu hermano?