Jake
El estacionamiento del O'Malley's estaba lleno de camionetas mientras las risas se filtraban a través de las paredes del bar. Adentro celebraban el cumpleaños de Eddie, pero Jake estaba solo en su camioneta con el motor apagado.
Tenía el teléfono en las manos y el pulso acelerado al ver el tercer Live de Sol en el que por fin se atrevió a escribirle. Pero verla desmoronarse en pantalla... fue la confirmación que necesitaba.
El chat explotó en corazones y preguntas, pero Jake solo tenía ojos para ella. Y bajo esa angustia, encontró algo más. Esperanza.
—Todavía me ama… —susurró, mientras escribía un segundo mensaje: "Te amo, meu Sol."
Pero las palabras no se enviaron, porque ella cortó la transmisión de forma apresurada y él se removió angustiado en el asiento hasta que cayó en cuenta:
—¿Qué estás haciendo, idiota? Si vas a decirle esto, tiene que ser en persona, mirando esos ojos color miel.
Bajó de la camioneta con las piernas más firmes de lo que esperaba y entró al bar en busca de David. Eddie lo interceptó y le rodeó el cuello con el brazo y gritó algo sobre shots de tequila y una chica, pero él negó zafándose al ubicar a su hermano cerca del juego de dardos.
Esquivó sillas y cuerpos mientras la adrenalina le martillaba en las sienes hasta llegar a su mesa.
—Necesito hablar contigo. Ahora.
No hizo falta decir más, porque David se puso de pie y lo siguió hasta la esquina más tranquila que encontraron entre el baño y la máquina de hielos.
—Me voy a Atlanta… Por la mujer que amo.
David no sonrió y aunque eso lo hizo tragar con fuerza, no bajó la mirada.
—¿Estás seguro?
—Nunca he estado más seguro de nada en mi vida.
Entonces David asintió y le palmeó el hombro con fuerza.
—Haz lo que tengas que hacer, Jake. Ya eres un adulto y me has demostrado que estás listo para dar ese paso. ¿Cuándo sales?
—Ahora mismo. Solo entré para pedirte que recibas a Titan mañana. Bernie se lo llevó para cruzarlo con Luna.
—No hay problema. ¿Pero qué hay del contrato? ¿De tus otros planes ampliando Mitchell & Sons?
—Lo haré funcionar. Confía en mí. Ya no soporto vivir así, sin…
—Ella —terminó David por él y le dio un empujón fraternal en el hombro—. Te entiendo mejor de lo que crees, hermanito. Entonces, ¡vete ya, idiota!
Pero no sabía que sus amigos estaban tras él, como el grupo de entrometidos que eran y cuando se giró, Eddie silbó tan fuerte que medio bar volteó.
—¡El Halcón vuelve al juego!
Todos lo siguieron a la salida con consejos ridículos como llevarle flores gigantes, mariachis, hasta que coincidieron en un oso de peluche gigante.
—Si hago cualquiera de esas cosas, Solange me disparará, y Robert le dará el arma —Sacó las llaves de la camioneta—. Solo necesito que me cubran.
—Tráela de vuelta. Everwood está demasiado tranquilo sin ella —dijo Eddie.
Jake asintió, sintiendo un nudo en la garganta.
—¿Qué más necesitas? —preguntó Rick.
—Solo ir por el anillo.
El silencio que siguió duró un segundo antes de que los gritos casi tumbaran el techo del bar. Jake salió de allí con las palmadas de sus amigos ardiéndole en la espalda y se sorprendió cuando lo siguieron en sus camionetas sin preguntar, formando una caravana improvisada hasta su casa.
Empacó lo primero que encontraba, le pidió a David y a otros dos que le ayudaran a subir el mueble que hizo para Sol en la camioneta. Y luego, con un suspiro entrecortado, abrió la gaveta de la mesa de noche.
Sacó la pequeña caja de terciopelo blanco que dejó ahí desde que Sol lo llamó para contarle que obtuvo el trabajo en Atlanta. Como un idiota pensó que volvería, porque aún le faltaban un par de semanas de vacaciones.
Y él aprovecharía su regreso para declararle su amor en la fiesta de la cosecha, que era mañana. Pero su Sol no volvió.
La caja pesaba menos de lo que recordaba. La abrió para verificar y el anillo seguía ahí. Era de platino con un diamante corte marquesa que estaba seguro se vería perfecto en su delicada mano.
Se cambió la camisa a la azul que a ella le gustaba y metió la caja en la chaqueta de piel que se puso después. Bajó las escaleras con la maleta y se encontró con David en el porche con los brazos cruzados.
—Jake.
—Dime.
—¿Estás seguro de esto? Son seis horas de camino y en medio de la noche. Sin saber si te va a recibir. Sin saber si...
—No voy a dejarla ir otra vez. —Jake dejó la maleta en el porche—. Y si me da una patada en el culo para que regrese, al menos sabré que lo intenté.
Se abrazaron con esas palmadas torpes en la espalda que eran lo único que los Mitchell sabían hacer con las emociones grandes que no cabían en palabras.
—Gracias, muchachos —dijo conteniendo la risa cuando vio el mueble en la parte de atrás de la camioneta envuelto con un listón mal hecho con cinta azul de embalar que tenía en el taller y cubierto por una lona.
A medianoche, la Silverado de Jake rugió en la carretera vacía, dejando atrás el letrero de "Bienvenido a Everwood" y devorando kilómetros hacia el sur. Hacia ella.
* * *
La carretera estaba oscura y vacía esas primeras horas del sábado, pero él no estaba preocupado por las horas que le faltaban, sino en lo que diría al tenerla de frente.
Las palabras nunca habían sido lo suyo y necesitaba que esta vez salieran perfectas. Pero todas esas frases sonaban ridículas cuando las decía en voz alta.
—Sol, sé que Everwood no está en tus planes y que Atlanta es tu carrera, pero... —gruñó y negó con la cabeza—. No, eso no.
—Toda construcción necesita buenos cimientos, y lo nuestro... —Se calló, frustrado—. Genial, Jake. Ahora parece manual de obra. Te cerrará la puerta en la cara.
Esa fue la chispa que encendió la mecha de la duda. ¿Y si no quería verlo? Él fue el último que canceló una de las tantas citas que seguían posponiendo. Peor aún, ¿y si había conocido a alguien más en Atlanta? Alguien que estuviera siempre cerca y que no viniera con una maleta llena de problemas y un pueblo entero pegado a los talones.