Nos miramos fijamente y puedo asegurar que nunca antes nadie ha sonreído así por mí. Su sonrisa estaba desplegada por todo su rostro solo por verme, ¡Esto no puede ser real!
Aun ambos estábamos parados enfrente uno al otro, aun nos mirábamos y al reaccionar me atreví a confesar—Estaba a punto de irme.—enseguida cause decepción en él y se alejo de mí.
El señor A, camino a una mesa donde tenía varias botellas de alcohol y se sirvió un trago.
Lo seguí con la mirada.
—¿Quién, o qué te detuvo? —expresó con dureza, su voz se colocó áspera y seca. Todo su rostro transmitía molestia, sus cejas estaban inclinadas haciendo lucir su ceño fruncido. —Tú. —exprese suave y ligera haciéndolo sonrojar, enseguida sus cejas se suavizaron y sus mejillas se ruborizaron.
Me acerqué sutilmente a donde estaba él y tomé sin permiso la botella de alcohol.
Tome un vaso y me serví whisky.
Señor A.
Su confesión me dejó perplejo, creí que me abandonaría por completo y no fue así.
Esa rudeza y seguridad con que se expresa me hace vibrar, cada minuto más me queda claro que no es como Sabrina, Renata es diferente... Cien por ciento original.
El silencio entre nosotros se estaba volviendo incomodo así que reaccione, me deslice hacia la gran ventana que posee mi despacho junto a mi escritorio de madera. Bebí un sorbo de mi trago. Y viendo fijamente a través de ella, comenté. —Lo siento por mi comportamiento, no quise encerrarte. Solo no quería dejarte ir pues desde hace tiempo no había experimentado el sentimiento del amor hasta que te vi.—me sinceré. Era el momento y el momento exacto para confesarme ante ella, al menos eso pensé.
Renata no respondió.
No quería voltear pero luego de dos minutos de silencio iba hacerlo hasta que sentí una delicada y pequeña mano tocar mi hombro suave.
—Si decido quedarme, debes prometer que no me tocaras si yo no te lo pido—propuso Renata y una emoción se despertó en mí causando explotar mi corazón. —¡Nunca tocaría ni un cabello de tu hermosa cabellera si no lo quieres!—indiqué totalmente serio respondiendo a su pregunta.
Ella sonrió.
Y yo dentro de mí.
Jamás algo me había hecho tan feliz como esta noticia, realmente esta chica me gusta. Y no, no porque se parece a Sabrina, ya me di cuenta que no son iguales... Me gusta porque me desafía y me habla con rudeza, no todas tienen esa valentía.
—¡Hablo en serio! —resaltó fría—No puedes hacerlo si no te lo pido.—me miró fijamente— Puede que ande en ropa intima o desnuda por los pasillos, puede que me veas y aún así no puedes tocarme—expresó seriamente sexy.
¡Esta mujer está jugando conmigo y lo hace muy bien!
Renata.
Se acercó sutilmente a mí.
—Juró no tocarte hasta que me lo ruegues. —Me agarró por la cintura jalándome hacia él.—Pero si al final del invierno no he logrado enamorarte.—suspiró nostálgico—Deberás marcharte de mi vida para siempre, volverás a tu vida normal—advirtió. Dejándome pensativa; ¿Volveré a mi vida normal? Hace horas atrás quería pero ahora que lo he conocido me llena de inquietud saber quién es él en realidad, porque su nombre real no es el señor A.
Suspiré.
Hipnotizada estaba por nuestra conversación.
—No puedes tenerme aquí para siempre si no puedes tocarme, eso lo entiendo. —Seguíamos mirándonos fijamente—Pero... si al final de invierno no estoy completamente loca por ti, juró que yo misma me marcharé en silencio. —le dije dulcemente segura. Nunca había usado tan sexy y bajita voz con alguien, admito que me encantó.
Nos mirábamos fijamente.
El silencio se apoderó de nosotros mientras jugábamos a quien parpadea primero. Juró que estaba a punto de ganar pero en eso la puerta del despacho se abrió violentamente y nos interrumpió, al instante ambos fijamos nuestras miradas hacia allá y era Hellen quien había abierto.
—Señor A... —su voz sonaba preocupada—Tenemos problemas ¡Graves problemas! —le notificó abrumada.
Señor A.
Maldición.
Cuando estaba teniendo una grata conversación con mi amor, volvieron los problemas para atormentarme pero así es este negocio no debo quejarme.
Enseguida y con rudeza abro una gaveta de mi escritorio donde guardo mi arma, la sacó y me la coloco en mi espalda baja.
Camino hacia la puerta y por un momento olvido que Renata estaba ahí.
Giró hacia ella y la veo preocupada, no deja de mover sus dedos y morder sus labios. Sus pequeños y carnosos labios.
—No te preocupes. Espérame en la habitación.—Le ordene firmemente.
Renata.
Uso conmigo un tono fuerte y áspero, luego se marchó.
¿De verdad él cree que seguiré sus órdenes? Él no es mi jefe, no es mi dueño.
Su partida tan repentina llamó totalmente mi atención ¿A dónde va el señor A? ¿Qué problemas son esos? Esas dos preguntas invadieron enseguida mi mente.
Lo que me dio la valentía de seguirlo.
Señor A.
Iba con Hellen rumbo a la entrada de mi casa.
—¿Qué sucede ahora? —le pregunté furioso mientras caminábamos.
—Eliecer te ha traicionado. —su tono de voz reflejaba rabia—Le ha vendido el barco de coca que iba rumbo a China a Christopher alias “El verdugo” —expresó apretando sus dientes. Hellen no suele molestarse pero cosas así la emputan rápido.
La noticia no me sorprendió pero si me enfureció.
Hace un par de días lo conseguí inhalando la cocaína que tenía que repartir por las calles de la ciudad, le advertí que para trabajar conmigo debe dejar de consumir, si no en un ataúd lo iba a colocar.
Y por lo visto no lo tomó nada bien pues fue con mi peor rival.
—¡Qué bonito! —reí cínicamente al verlo ahí de rodillas y amarrado enfrente de mí. Él lloraba suplicando por su detestable vida, en este momento mi corazón estaba más duro y frío como una piedra. Lo que más detesto es una persona desleal y más cuando no tiene motivos. —¿Qué pensaste? ¿Que nunca me enteraría? —mi nariz comenzó a latir por la rabia que estaba dentro de mí.