La biblioteca siempre fue mi refugio. Entre estantes polvorientos y mesas que casi nadie usa, me siento invisible, y eso me gusta. Aquí no hay risas de pasillo ni miradas que juzgan. Solo silencio, páginas que crujen y ese olor a papel viejo que me recuerda que todavía existen lugares donde uno puede respirar sin sentirse observado.
Hoy vine acompañado. Stellie camina a mi lado, con esa energía que siempre contrasta con mi forma de ser. Ella habla, sonríe, se mueve como si el mundo entero le perteneciera. Yo, en cambio, prefiero escuchar. Supongo que por eso nos entendemos: ella llena los vacíos que yo dejo.
—¿Otra vez aquí? —me dice con una sonrisa mientras deja su mochila sobre la mesa más apartada.
—¿Dónde más? —respondo, encogiéndome de hombros.
—Podrías intentar socializar un poco más, ¿no? —insiste, aunque su tono es más juguetón que serio.
No le contesto. Ella sabe que no es tan fácil. No soy de los que encajan en grupos grandes, ni de los que disfrutan las conversaciones superficiales. Apenas tengo amigos, y Stellie es la única que realmente me entiende.
Nos sentamos. Ella empieza a sacar libros, cuadernos, como si estuviera preparando una especie de ritual. Yo me acomodo, mirando los estantes cercanos. Siempre me gusta observar los títulos, imaginar qué historias se esconden detrás de cada lomo.
De pronto, escucho un golpe suave. Un libro cae de una estantería cercana, como si hubiera decidido escapar de su lugar. Stellie se levanta rápido, curiosa, y lo recoge. Lo mira, y sus ojos se iluminan.
—Mira esto —dice, mostrándomelo.
El título me sorprende: es un manual sobre batería. Técnicas, ritmos, consejos para principiantes y avanzados. Lo tomo entre mis manos, y no puedo evitar sonreír.
—Vaya coincidencia —murmuro.
—Coincidencia o destino —responde ella, con ese tono misterioso que siempre usa cuando quiere hacerme pensar más de la cuenta.
Paso las páginas. Reconozco algunos ejercicios que ya practiqué, otros que me parecen demasiado complicados. Pero lo que más me impresiona es que justo este libro haya caído frente a nosotros. Como si alguien, o algo, quisiera recordarme que la música sigue siendo parte de mí, incluso cuando intento esconderlo.
—Sabes que deberías tomártelo más en serio —me dice Stellie, apoyando el codo en la mesa y mirándome fijamente.
—¿La batería?
—Sí. Tienes talento, Harris. No lo digo por decir. Cuando tocas, se nota que sientes cada golpe, cada ritmo. No todos pueden hacerlo.
Me quedo callado. Ella siempre me anima, siempre me recuerda que la música es más que un pasatiempo. Pero yo no estoy tan seguro. A veces pienso que no soy lo suficientemente bueno, que nunca saldré del aula de música escondida en el instituto.
—No sé… —respondo al fin—. Tal vez no sea para mí.
—Claro que lo es —replica ella, casi ofendida—. Solo necesitas creerlo.
Sus palabras me hacen sonreír, aunque no lo demuestre demasiado. Stellie es la única que me empuja hacia adelante, la única que cree en mí cuando yo mismo no lo hago.
Mientras hablamos, noto que sus ojos se desvían hacia otro estante. Parece nerviosa, como si buscara algo. No le doy importancia, pero me llama la atención.
—¿Qué pasa? —pregunto.
—Nada, solo... estaba viendo si encontraba un libro que me interesa —responde rápido, demasiado rápido.
No insisto. Pero sé que me oculta algo. Ella siempre me cuenta todo, excepto cuando se trata de música. Hay algo en su mirada, una chispa que aparece cada vez que alguien menciona bandas famosas o conciertos. Nunca me lo ha dicho directamente, pero sospecho que es fan de alguien importante. Quizás de esa “super estrella” de la que tanto hablan en el instituto.
Yo, en cambio, nunca me interesé demasiado. Para mí, esos músicos son arrogantes, gente que se cree superior solo porque tienen fama. No me atrae ese mundo. Prefiero mi batería, mis silencios, mis rincones escondidos.
Stellie vuelve a sentarse, y seguimos hojeando el libro. Me señala un ejercicio complicado, insiste en que debería intentarlo. Yo me río, le digo que no soy tan bueno. Ella me golpea suavemente en el brazo, como siempre hace cuando quiere que deje de subestimarme.
—Prométeme que lo intentarás —me dice, seria esta vez.
—Lo intentaré —respondo, aunque no sé si lo cumpliré.
El tiempo pasa rápido en la biblioteca. Entre páginas y conversaciones, siento que este lugar nos pertenece. Nadie nos interrumpe, nadie nos juzga. Solo somos dos amigos compartiendo un secreto que, de alguna forma, nos une: la música.
Antes de irnos, vuelvo a mirar el libro. Lo dejo en su lugar, pero me quedo pensando en lo extraño que fue que cayera justo frente a nosotros. Como si fuera una señal.
Quizás Stellie tenga razón. Quizás la música sí sea mi camino. Aunque todavía no lo sepa, aunque todavía dude.
Lo que no imagino es que ese camino pronto se cruzará con alguien que representa todo lo que desprecio: fama, arrogancia y luces de escenario. Pero por ahora, en este rincón de la biblioteca, sigo siendo solo Harris. El chico que toca la batería en silencio, acompañado por la única persona que cree en él.