Bajo el ruido de la fama.

CAPÍTULO 9. El peso de una decisión. (Harris).

No podía sacarme de la cabeza lo que Davien me había dicho. Sus palabras, tan directas, desesperadas, seguían resonando en mí como un eco imposible de apagar. “La música no espera.” Esa frase me perseguía desde que nos vimos en la sala de música.

Siempre había pensado en él como alguien arrogante, un chico que se alimentaba de los halagos y que disfrutaba de la atención como si fuera oxígeno. Lo veía en los pasillos, rodeado de gente, repitiendo su “gracias, gracias” como si fuera un actor en un escenario. Pero aquella vez, frente a mí, no era el mismo. No tanto. No había arrogancia en su mirada, ni esa sonrisa ensayada que tanto me molestaba. Había algo distinto: desesperación, necesidad.

Y eso me confundía.

Caminaba por los pasillos del instituto con la cabeza baja, intentando ignorar las voces, los murmullos, las risas. Pero todo me recordaba a él. Cada vez que alguien mencionaba la banda, cada vez que veía un póster con su nombre o la banda, sentía un nudo en el estómago.

Me refugié en la biblioteca, como siempre. Ese lugar era mi escape, mi rincón seguro. Entre estantes altos y mesas silenciosas, podía pensar sin que nadie me interrumpiera. Pero ese día, incluso allí, la tranquilidad me parecía frágil.

Me senté en la misma mesa de siempre, cerca de la estantería donde había encontrado aquel libro de batería la primera vez. Saqué mis cuadernos, intenté concentrarme en las tareas, pero mis pensamientos volvían una y otra vez a Davien.

¿Y si aceptara?
La idea me asustaba. Yo no era como él. No buscaba fama, ni aplausos, ni luces de escenario. Solo quería tocar, sentir la música en silencio. Pero al mismo tiempo, había algo dentro de mí que me decía que quizá estaba desperdiciando una oportunidad.

Suspiré, cerrando los ojos. El silencio de la biblioteca me envolvía, pero no lograba calmarme. Sentía nervios, como si algo estuviera a punto de suceder.

De pronto, escuché un golpe suave. Un libro cayó de la estantería cercana. Abrí los ojos y lo vi en el suelo. Me levanté, curioso, y lo recogí.

Era el mismo libro. El manual de batería.

Lo sostuve entre mis manos, incrédulo. ¿Coincidencia? ¿Destino? No lo sabía. Pero el hecho de que ese libro volviera a caer justo frente a mí me hizo sentir que alguien, o algo, estaba intentando decirme algo.

Lo abrí y pasé las páginas. Ejercicios, técnicas, consejos. Todo lo que siempre había querido dominar. Recordé las palabras de Stellie, su insistencia en que tenía talento, en que debía creer en mí. Recordé también la mirada de Davien, esa mezcla de desesperación y esperanza.

Me senté de nuevo, con el libro abierto frente a mí. Mis manos temblaban un poco. Sentía nervios, como si estuviera a punto de tomar una decisión que cambiaría todo.

¿Y si lo intentara?
La pregunta me golpeó fuerte. No era solo sobre tocar la batería. Era sobre salir de mi escondite, sobre atreverme a ser parte de algo más grande.

Pensé en Stellie. En su misterio, en cómo evitaba hablar de ciertas cosas conmigo. Quise llamarla, contarle lo que pensaba. Pero no lo hice. No quería que supiera que estaba dudando, que estaba pensando en aceptar esa idea. No quería que me viera débil.

El libro seguía abierto frente a mí. Mis ojos se detuvieron en un ejercicio complicado, uno que siempre había evitado. Tomé un lápiz y empecé a marcar el ritmo sobre la mesa, como si estuviera golpeando los parches de la batería. El sonido era suave, apenas audible, pero dentro de mí resonaba con fuerza.

Cada golpe era una decisión. Cada ritmo, una respuesta.

Me quedé así durante varios minutos, perdido en el sonido de mis propios pensamientos. Y entonces lo supe.

No podía seguir escondiéndome. No podía seguir negando lo que sentía. La música era parte de mí, y aunque me asustara, debía darle una oportunidad.

Cerré el libro y lo guardé en mi mochila. Me levanté, respirando hondo. El silencio de la biblioteca me parecía distinto ahora, como si me estuviera empujando hacia adelante.

Voy a hacerlo.

La decisión estaba tomada. No sabía cómo, ni cuándo, ni qué pasaría después. Pero sabía que no podía seguir ignorando lo que Davien me había mostrado.

Salí de la biblioteca con el corazón latiendo rápido. Cada paso era un recordatorio de que estaba entrando en un mundo nuevo, un mundo que siempre había evitado.

Y aunque no lo admitiera en voz alta, sabía que todo había empezado con ese libro. Ese libro que caía una y otra vez, como una señal imposible de ignorar.




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