Nunca pensé que después de aquel ensayo terminaría sentado en una mesa de café con ellos. La idea me parecía surrealista: yo, Harris, el chico invisible del instituto, compartiendo una tarde con la banda que todos admiraban. Pero ahí estaba, rodeado de guitarras apoyadas contra las sillas, risas que llenaban el aire y el aroma del café recién hecho.
El lugar era pequeño, con mesas de madera gastada y luces cálidas que daban la sensación de estar en un refugio. Nos acomodamos en una esquina, lejos del ruido de la calle. Davien fue el primero en sentarse, como siempre marcando el ritmo de todo. Los demás lo siguieron, y yo me quedé un segundo parado, inseguro, hasta que Donwho me hizo un gesto para que me acercara.
—Vamos, Harris, no muerde —dijo con una sonrisa.
Me senté, intentando parecer tranquilo.
Rylan pidió un café negro, sin azúcar. Su gesto serio no cambió ni un segundo, pero noté que escuchaba cada palabra de los demás, como si analizara todo.
Damon pidió un té, y mientras esperaba, empezó a hablar de acordes y melodías, como si no pudiera desconectar de la música ni siquiera en un café.
Donwho pidió un capuchino y bromeó con el camarero, sacando una risa de todos.
Davien, en cambio, pidió lo mismo que yo: un café con leche. Me sorprendió ese detalle, aunque no lo dije.
La conversación empezó ligera. Donwho contaba anécdotas de conciertos pasados, Damon hablaba de cómo había aprendido piano de niño, y Rylan soltaba comentarios sarcásticos que hacían reír a los demás aunque él nunca sonriera del todo.
Yo escuchaba, observando. Era extraño verlos así, sin instrumentos, sin la presión del ensayo. Eran personas normales, con bromas, con historias, con gestos cotidianos. Y Davien… Davien parecía distinto.
No era el líder arrogante que todos conocían en los pasillos. Aquí estaba relajado, riendo con Donwho, respondiendo a las preguntas de Damon, incluso aguantando las críticas de Rylan sin perder la calma. Se veía cómodo, como si este fuera su verdadero lugar.
—¿Qué piensas, Harris? —preguntó de pronto Damon, sacándome de mis pensamientos.
—¿Yo? —me sorprendí.
—Sí. ¿Qué te parece todo esto? —insistió, con esa voz tranquila.
Me quedé callado un momento.
—Es… diferente. Nunca imaginé estar aquí.
—Pues acostúmbrate —dijo Donwho, riendo—. Ahora eres parte de esto.
Davien me miró, serio pero con un brillo en los ojos.
—No tienes que decidirlo todo hoy. Pero quiero que sepas que aquí no eres invisible.
Sus palabras me golpearon fuerte. Invisible. Esa era la palabra que siempre me había definido. Y ahora, sentado en esa mesa, rodeado de ellos, empezaba a sentir que quizá podía dejar de serlo.
La conversación siguió. Rylan habló de lo difícil que era mantener la disciplina en la banda, Damon contó cómo componía en las noches, Donwho hizo bromas sobre los fans que lo confundían con Davien. Yo escuchaba, y poco a poco me fui relajando.
En un momento, Davien empezó a tararear una melodía. No era un ensayo, no era una canción completa, solo un fragmento. Pero su voz llenó el espacio, suave, natural. Me sorprendí mirándolo, como si nunca lo hubiera escuchado cantar de esa manera. Él notó mi mirada y sonrió apenas, como si supiera lo que estaba pensando.
—Siempre está cantando —dijo Donwho, riendo—. No puede evitarlo.
—Es parte del trabajo —respondió Davien, encogiéndose de hombros.
Yo bajé la mirada, nervioso. Había algo en su voz que me hacía sentir que la música era más que notas y ritmos. Era vida.
La tarde pasó entre risas, historias y café. Cuando nos levantamos para irnos, sentí algo extraño: comodidad. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía parte de algo.
Mientras caminábamos de regreso, Davien se acercó a mí.
—¿Qué piensas ahora? —preguntó, en voz baja.
—No lo sé —respondí, sincero.
—Está bien. No tienes que saberlo aún. Solo… sigue tocando.
Lo miré, intentando descifrarlo. Por dentro, sabía que estaba feliz de tenerme allí, pero no lo demostraba. Mantenía su fachada, su papel de líder seguro. Y yo, aunque aún dudaba, sentía que había dado un paso hacia algo que no podía ignorar.