Bajo el ruido de la fama.

CAPÍTULO 14. Entre paredes y máscaras. (Davien).

El apartamento estaba en silencio, salvo por el zumbido lejano de la nevera y el ruido ocasional de la calle que se filtraba por la ventana. Vivir con Rylan no era fácil, pero al menos me recordaba que no estaba solo. Él ocupaba la habitación del fondo, siempre con su bajo apoyado contra la pared, siempre con esa mirada crítica que parecía juzgar incluso el aire que respiraba.

Yo me quedé en mi cuarto, sentado en el borde de la cama, mirando la guitarra apoyada en la silla. El ensayo había terminado hacía horas, pero mi mente seguía atrapada en un momento: cuando le dije a Harris que tenía miedo.

No debería haberlo hecho.

Me repetía esa frase una y otra vez, como un mantra. Yo era el líder, el que debía mantener la fachada de seguridad, el que no podía mostrar debilidad. Y sin embargo, frente a él, frente al chico invisible que apenas empezaba a formar parte de nuestro mundo, me derrumbé.

¿Por qué?

Quizá porque me sentía cómodo a su lado. Harris no me miraba como los demás, no esperaba de mí perfección ni éxito. Solo me escuchaba. Y en ese silencio, en esa mirada sincera, encontré un espacio donde podía ser humano.

Pero no debía.

Me levanté y empecé a caminar por la habitación, nervioso. El suelo crujía bajo mis pasos, y cada movimiento parecía marcar un ritmo que no podía ignorar. Tomé un cuaderno y lo abrí sobre el escritorio. Allí estaba el plan para el próximo ensayo: canciones, horarios, notas. Todo organizado, todo bajo control.

O al menos, eso era lo que debía parecer.

Rylan golpeó la puerta suavemente.
—¿Estás despierto?
—Sí —respondí, sin ganas.
—No te obsesiones demasiado. El ensayo salió bien. Harris no está mal.

Su voz era seca, pero en ella había un reconocimiento que rara vez mostraba.
—Lo sé —dije, aunque no estaba seguro.
—Entonces deja de pensar tanto. —Se alejó, y el silencio volvió.

Me quedé mirando el cuaderno. Planeaba el próximo ensayo con precisión: empezar con una canción sencilla para que Harris se adaptara, luego pasar a una más compleja, y finalmente probar algo nuevo, algo que nos desafiara a todos. Escribía cada detalle, cada indicación, como si al hacerlo pudiera controlar el caos que me consumía por dentro.

Pero la verdad era otra.

Por dentro estaba destrozado.

El peso del concierto me aplastaba. Las expectativas, los contratos, los fans, todo parecía demasiado grande. Y aunque intentaba mantener la fachada de líder seguro, sabía que cada día me costaba más.

Me tumbé en la cama, cerrando los ojos. Recordé la mirada de Harris cuando le confesé mi miedo. No fue de burla ni de sorpresa. Fue de comprensión. Y eso me dolía más que cualquier crítica. Porque significaba que había visto algo que nadie más debía ver.

¿Y si me equivoco?
¿Y si no puedo sostener esto?

Abrí los ojos y miré el techo. La luz tenue de la lámpara dibujaba sombras en las paredes, como si fueran máscaras que me observaban. Yo también llevaba una máscara. La del líder invencible, la del chico que nunca duda, la del músico que siempre tiene las respuestas.

Pero detrás de esa máscara, estaba yo. Un chico con miedo.

Me levanté de nuevo y tomé la guitarra. Toqué un acorde suave, apenas audible. La música siempre había sido mi refugio, pero ahora parecía un recordatorio de lo frágil que era todo.

Pensé en Harris. En cómo me miró durante el ensayo, sorprendido al escucharme cantar. En cómo propuso un solo de batería, tímido pero decidido. En cómo, poco a poco, empezaba a integrarse.

Quizá por eso le dije lo que le dije. Porque necesitaba que alguien entendiera que detrás de todo esto había más que fama y aplausos. Había miedo, había presión, había un peso que me estaba rompiendo.

Pero no debía haberlo hecho.

Cerré el cuaderno y lo guardé en el cajón. El plan para el próximo ensayo estaba listo, al menos en papel. Ahora solo quedaba mantener la fachada, mostrar seguridad, liderar como siempre.

Me tumbé de nuevo, mirando la oscuridad. El silencio del apartamento me envolvía, y por un instante, sentí que las paredes me aplastaban.

La música no espera.

Esa frase, la que tantas veces repetí, ahora me parecía un recordatorio cruel. Porque aunque la música no esperara, yo sí necesitaba un respiro.

Pero no podía.

Soy Davien. El líder. El invencible. El que nunca muestra miedo.

Y aunque por dentro esté destrozado, mañana volveré a ponerme la máscara.




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