Bajo el ruido de la fama.

CAPÍTULO 17. Lo que no debía sentir. (Davien).

La noche cayó sobre la ciudad y el apartamento estaba en silencio. Rylan ya se había encerrado en su cuarto, como siempre, con su bajo apoyado contra la pared y esa actitud de quien no necesita compañía. Yo me quedé en mi habitación, incapaz de concentrarme en nada.

El recuerdo me perseguía.

La sala de música, la tela que nos cubría, la pared fría contra la espalda de Harris. Y yo, demasiado cerca.

No había planeado nada. Solo quería escapar de aquella chica que me seguía por los pasillos, insistente, con esa sonrisa que no se apagaba. No quería escenas, no quería atención. Necesitaba desaparecer. Y Harris estaba allí.

Lo tomé de la mano, lo arrastré detrás de la tela, lo presioné contra la pared. Mi mano sobre su boca.

Y entonces lo sentí.

Su respiración acelerada, sus ojos abiertos de sorpresa, la tensión en su cuerpo. Y, por un instante, la suavidad de sus labios bajo mi mano.

Me estremecí al recordarlo. No debía haberlo hecho. No debía haber estado tan cerca. Pero lo estuve. Y ahora no podía dejar de pensar en ello.

Me tumbé en la cama, cerrando los ojos. Lo veía de nuevo, mirándome con esa mezcla de miedo y confianza. No dijo nada, no protestó. Solo me miró. Y en esa mirada había algo que me desarmó.

¿Qué me pasa?

Siempre había sido el líder, el invencible, el que mantenía la fachada. Nunca me permitía sentir nada que pudiera mostrar debilidad. Pero con Harris… algo era distinto.

Me levanté y caminé por la habitación, nervioso. El suelo crujía bajo mis pasos, y cada movimiento parecía marcar un ritmo que no podía ignorar. Tomé el cuaderno de ensayos y lo abrí, intentando distraerme. Canciones, horarios, notas. Todo organizado, todo bajo control.

Pero mi mente volvía a él.

La forma en que me miró. La forma en que se quedó en silencio, confiando en mí. La forma en que, por un instante, compartimos algo que nadie más podía entender.

No debía sentir esto. No debía pensar en él de esa manera. Pero lo hacía.

El teléfono vibró sobre la mesa. Era un mensaje del agente.

“La chica ya no será un problema. La hemos transferido a otro instituto.”

Suspiré, aliviado. Esa insistencia me estaba agotando, y no podía permitirme distracciones. El agente siempre se encargaba de todo: contratos, presentaciones, incluso problemas como ese. Ahora estaba resuelto.

Pero el verdadero problema seguía aquí, dentro de mí.

Me senté de nuevo, guitarra en mano. Toqué un acorde suave, apenas audible. La música siempre había sido mi refugio, pero ahora parecía un recordatorio de lo frágil que era todo.

Pensé en Harris. En cómo se había integrado poco a poco en la banda. En cómo había propuesto un solo de batería, tímido pero decidido. En cómo me había mirado durante el ensayo, sorprendido al escucharme cantar.

Y pensé en lo que pasó detrás de la tela.

No era solo un escondite. No era solo un momento de tensión. Fue algo más. Algo que me hizo sentir vivo de una manera que no podía explicar.

Me mordí el labio, indeciso. ¿Y si él también lo sintió?

No podía saberlo. No podía preguntarle. Pero la duda me quemaba.

Me tumbé de nuevo, mirando el techo. Las sombras se movían con la luz tenue de la lámpara, como máscaras que me observaban. Yo también llevaba una máscara. La del líder invencible, la del chico que nunca duda, la del músico que siempre tiene las respuestas.

Pero detrás de esa máscara, estaba yo. Un chico que había sentido demasiado cerca a alguien que no debía.

Cerré los ojos y lo vi de nuevo. Harris, con su mirada sincera, con su respiración acelerada, con sus labios bajo mi mano.

Y supe que, aunque intentara olvidarlo, no podría.




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