El recuerdo del amanecer seguía persiguiéndome. Harris, dormido a mi lado, su respiración tranquila, mi brazo rodeándolo. No podía apartar esa imagen de mi mente. Pero ahora era tarde, y todos estábamos juntos en el apartamento, intentando distraernos de la presión que nos aplastaba.
Damon había preparado té, Donwho sacó bolsas de patatas y palomitas que habían sobrado de la noche anterior, y Rylan se sentó en el sillón con su bajo, tocando notas sueltas como si necesitara mantener las manos ocupadas. Harris estaba en la esquina, con las baquetas en la mano, golpeando suavemente contra su pierna, como si no pudiera dejar de pensar en el ritmo.
—Dos días —dije, rompiendo el silencio—. Solo dos días para el concierto.
Donwho levantó una patata y la señaló como si fuera un micrófono.
—¡Y el público nos va a comer vivos si fallamos! —bromeó, arrancando una risa de Damon.
Rylan, en cambio, frunció el ceño.
—No es momento de bromas. Necesitamos repasar la canción final otra vez.
—Ya la ensayamos esta mañana —respondió Damon, con calma.
—Y no nos salió perfecta —insistió Rylan.
Harris levantó la mirada, serio.
—Podemos repasarla después de cenar. Ahora creo que necesitamos respirar un poco.
Me sorprendió escucharlo hablar con tanta firmeza. Los demás también lo notaron. Donwho sonrió, Damon asintió, y hasta Rylan se quedó en silencio por un momento.
La conversación se fue relajando. Donwho empezó a contar anécdotas de conciertos pasados, Damon habló de cómo había compuesto una melodía en plena madrugada, y Rylan, aunque serio, terminó participando con comentarios sarcásticos que hicieron reír a todos.
Yo observaba a Harris. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, sentía un latido distinto. Él aún estaba algo enojado, lo sabía, pero había algo en su gesto que me hacía pensar que no todo estaba perdido.
—¿Recuerdan la primera vez que tocamos juntos? —preguntó Donwho, riendo—. Fue un poco desastre.
—No tanto como ahora —replicó Rylan, seco.
—¡Eh! —protestó Damon, divertido—. Ahora tenemos a Harris, y eso cambia todo.
Harris se sonrojó, bajando la mirada. Yo lo vi, y sentí mariposas.
El reloj marcaba las cinco de la tarde. El sol entraba por la ventana, iluminando el salón con una luz cálida. Pero esa calidez no borraba la tensión.
—Dos días —repetí, más para mí que para ellos.
—Sí —respondió Damon, con voz tranquila—. Pero estamos listos.
—¿Lo estamos? —preguntó Harris, en voz baja.
Todos lo miramos. Su pregunta quedó flotando en el aire.
—Lo estaremos —dije, intentando sonar seguro. Pero por dentro, la duda me quemaba.
Mientras hablábamos, Donwho se levantó para traer más refrescos. Damon lo siguió, y Rylan se quedó afinando su bajo. Harris y yo quedamos más cerca, en silencio.
Él golpeaba las baquetas contra su pierna, nervioso. Yo lo miraba, queriendo decir algo, pero no encontraba las palabras.
—No debiste decir lo que dijiste el otro día —murmuró, sin mirarme.
—Lo sé —respondí, sincero.
El silencio volvió, pero esta vez no era tan pesado. Era como si, poco a poco, la distancia empezara a reducirse.
La tarde siguió entre risas, discusiones y silencios. El concierto estaba a dos días, la presión era enorme, pero por un instante, sentí que estábamos juntos en esto. Harris aún estaba enojado, pero ya no tan distante. Y yo, aunque intentaba mantener la fachada de líder invencible, sabía que lo que había pasado esa mañana seguía marcando cada latido de mi corazón.