Rylan siempre había dicho que no creía en el amor. Era serio, reservado, alguien que prefería la disciplina a los sentimientos. Pero Stellie cambió todo eso.
El flechazo que sintió al verla por primera vez se convirtió en una historia que creció con el tiempo. Stellie lo acompañaba en cada ensayo, en cada concierto, y poco a poco derribó las murallas que él había construido.
Años después, vivían juntos en una casa tranquila, lejos del ruido de la ciudad. Stellie pintaba y escribía, mientras Rylan practicaba su bajo en el estudio. Aunque seguía siendo serio, con ella aprendió a sonreír más, a dejarse llevar.
Un día, mientras ella le mostraba un cuadro recién terminado, él la abrazó y susurró: —Nunca creí en el amor… hasta que te vi.
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