El vínculo entre Yara y Alonso comenzaba a notarse. Ella regresaba con la mirada perdida en el horizonte; él, distraído, escribía cada noche con letras temblorosas que sus compañeros no entendían.
El guerrero Nahuán, prometido de Yara por decisión de su padre, la vigilaba con recelo. “Tus pasos no son los mismos”, le dijo una tarde, mientras ella recogía flores. “El río te llama demasiado… ¿o alguien más?” Yara no respondió, pero sus ojos brillaron con una chispa que Nahuán reconoció: amor por otro.
Al mismo tiempo, el capitán Velasco interrogaba a Alonso. “He visto cómo te apartas del grupo. ¿Qué encuentras en esa selva? ¿O acaso juegas con fuego con los salvajes?” Alonso disimuló, alegando curiosidad cartográfica, pero en su pecho la verdad ardía como hierro candente.
El chamán del poblado advirtió a Aruma: “Tu hija camina entre dos mundos. Si no eliges pronto, perderás lo que amas o tu pueblo caerá en desgracia”. El cacique, preocupado, comenzó a vigilarla más de cerca.
El destino afilaba sus cuchillos.
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Editado: 01.09.2025