El cacique Aruma, guiado por el chamán, encontró la cueva. Al ver a su hija agonizando en brazos del español, la ira lo atravesó. Levantó su lanza dispuesto a matarlo.
Pero Yara, con sus últimas fuerzas, se interpuso. “Padre, no me quites lo que me da vida. Este hombre es mi alma”.
Aruma vio en sus ojos la verdad: su hija amaba con pureza, más allá de la sangre y las guerras. Con dolor, bajó la lanza. Entendió que a veces los dioses pedían sacrificios no de sangre, sino de orgullo.
Permitió que Alonso cuidara de Yara, aunque sabía que ese amor estaba condenado.
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Editado: 01.09.2025