Las palabras de la reina ardían aún en su memoria como la carta consumida por el fuego. Desde aquel encuentro, Élise ya no caminaba por Versalles, sino que navegaba por él como un barco entre arrecifes invisibles, cada gesto medido, cada palabra calculada. Sabía que la red se estaba cerrando, y que el menor error podía costarle no solo su reputación… sino la libertad del único hombre que le había hablado con el alma.
Gabriel.
En los días que siguieron, Élise evitó todo contacto directo. No hubo más cartas, ni flores ocultas. Pero en las noches sin luna, se acercaba al borde del jardín secreto, y allí, en la penumbra, Gabriel aparecía, solo para mirarla desde lejos. Sin tocarla. Sin hablarle. Era su pacto silencioso: permanecer cerca sin traicionar el delicado equilibrio que los protegía.
Pero Élise sabía que eso no bastaría.
Una tarde, mientras la corte celebraba la llegada de nuevos invitados en una cacería real, Élise se escabulló hasta la biblioteca del conde de Saint-Beaumont. Allí, en el despacho cubierto de cuero y polvo, hurgó entre documentos, mapas, nombres. Y lo encontró: una lista de pagos regulares a los jardineros del palacio… y una marca junto al nombre de Gabriel Lefevre.
La suma era mínima. Pero el conde lo sabía. Y si lo sabía, podía usarlo.
Entonces comprendió que debía actuar antes de que él lo hiciera.
Volvió a su habitación con un plan en la mente y un nudo en el estómago. Esa misma noche, escribiría una carta no a Gabriel… sino al conde.
Mi estimado conde Saint-Beaumont:
En días pasados, habéis mostrado un interés innegable en mi persona. No pretendo ignorarlo ni subestimarlo. Al contrario, lo reconozco.
Sin embargo, si realmente deseáis mi favor —mi verdadera alianza—, deberéis confiar en mi criterio. Permitidme libertad para moverme en la corte como desee. Sin preguntas. Sin vigilancia.
A cambio, os aseguro mi lealtad futura. Y algo más importante: os ayudaré a ganar influencia donde más la anheláis.
No me subestiméis. No todo lo que brilla en Versalles es joya… a veces, es veneno.
É. de Marigny
Fue una jugada arriesgada. Un farol envuelto en perfume y tinta. Si el conde aceptaba, tendría tiempo. Si no… tal vez no tendría segunda oportunidad.
Pero al día siguiente, en medio de la misa matinal, Élise recibió una nota sellada con cera negra. Breve. Sin cortesía.
“Acepto. Pero no confundáis libertad con poder. Ni belleza con astucia.”
Firmado: SB.
Élise guardó la nota con el corazón latiendo como un tambor de guerra. Había ganado tiempo. No protección, no seguridad. Solo un respiro. Un espacio para pensar cómo salvar a Gabriel… y quizás, cómo destruir al conde sin destruirse a sí misma en el intento.
Esa noche, mientras la luna ascendía, volvió a su ventana y miró hacia el invernadero oculto. Una luz titilaba débilmente desde dentro, como un latido que respondía al suyo.
No se verían esa noche.
Pero ambos sabían que la batalla había comenzado.