Bajo el Sol de Versalles

Capítulo 9 – La Sangre Bajo la Tierra

La primavera avanzaba en Versalles como un ejército silencioso: flores estallaban en los setos, las fuentes resplandecían, y los salones bullían con rumores de bodas, duelos y escándalos recién nacidos. Pero en el corazón de Élise, solo crecía una pregunta: ¿quién era realmente Gabriel Lefevre?

Una tarde, mientras paseaba por la galería de los espejos fingiendo interés en la conversación de dos marquesas, escuchó un nombre que la hizo detenerse:

—…Lefevre. Sí, sí, como aquel teniente del sur. Caído en desgracia tras la masacre de Toulon.

—¿Masacre? ¿No decían que fue un complot político?

—Quién sabe. Pero su viuda desapareció. Se decía que tenía un hijo muy pequeño.

Élise sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No tardó en excusarse y alejarse de la conversación. Aquella noche, acudió a Margot con una petición inusual:

—Necesito los archivos antiguos de los soldados del rey. Y un nombre: Jean Lefevre, teniente de infantería.

Margot, siempre discreta, tardó dos días en regresar. Le entregó un pequeño cuaderno, con páginas envejecidas y un aroma a polvo y secretos sellados. En él, encontró lo que temía… y lo que no había imaginado.

Jean Lefevre: Teniente. Destacado por conducta ejemplar. Acusado de traición durante la insurrección de Toulon. Ejecutado sin juicio. Esposa: Isabelle Moreau. Hijo desaparecido. Nombre del niño: Gabriel.

Élise dejó caer el cuaderno. Su pecho ardía.

Gabriel no era un simple jardinero. Era hijo de un traidor… o quizás de un mártir.

Lo entendió todo: su silencio, su cautela, su mirada siempre alerta. Vivía bajo una identidad prestada, sobreviviendo entre los muros de quienes habían destruido a su familia. Y aún así, no pedía venganza. Solo tierra. Paz. Una flor con su nombre.

Esa noche, lo buscó.

Lo encontró junto al jazmín, su jazmín, regando en silencio bajo la luna.

—¿Por qué no me lo dijiste? —susurró.

Gabriel se irguió con lentitud, pero no mostró sorpresa.

—Porque cada persona que lo sabe… puede destruirme.

—¿Y crees que yo podría hacerlo?

Él la miró largo rato. Luego bajó la vista.

—No. Pero podrías salvarte si no lo supieras.

Ella avanzó un paso.

—No vine a salvarme, Gabriel.

Y sin pedir permiso, lo abrazó.

Fue un abrazo silencioso, sin palabras, sin lágrimas. Dos almas rotas entre raíces y sombra. Dos corazones atados no por lo que deseaban, sino por lo que habían perdido.

Cuando se separaron, Élise murmuró:

—Ya no puedo protegerte desde lejos. Ahora sé lo que arriesgas. Lo que arriesgamos.

Gabriel asintió.

—Y lo que podemos perder.

Y en ese instante, entre la humedad de la noche y el perfume del jazmín, ambos entendieron que el amor ya no era refugio. Era guerra.



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En el texto hay: romance, secretos, intrigas

Editado: 01.05.2025

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