Bajo el Sol de Versalles

Capítulo 15 – La Jaula Invisible

Elise pasó el día en una tensión casi insoportable. Caminaba por los pasillos de Versalles como una sombra más entre los tapices, fingiendo interés por los comentarios triviales de los cortesanos, mientras en su interior la ansiedad crecía como una tempestad encerrada.

No tenía noticias de Gabriel. Ni de la reina. Solo silencio. Y ese era el ruido más aterrador.

Hasta que, al caer la tarde, Margot entró corriendo a sus aposentos.

—Una nota. Sin firma. Sin sello. Pero… con esto —dijo, entregándole un pañuelo bordado con hilo dorado. En una esquina se leía, discretamente: É.L.

Élise lo reconoció al instante: era uno de los pañuelos que solía dejar en el invernadero, donde solían encontrarse con Gabriel. Su corazón se aceleró mientras abría la nota, escrita con una letra disimulada, probablemente alterada a propósito.

“No está lejos. Está bajo tierra.

Donde el vino duerme y los secretos se callan.

No vengas sola. Él escucha bajo las piedras.”

El mensaje era críptico, pero no para ella. Lo entendió de inmediato.

Las bodegas del ala norte. Antiguas. Cerradas desde el incendio de 1774. Ahora apenas usadas para almacenar barriles y rarezas olvidadas. Y perfectas para ocultar a alguien que debía desaparecer sin ruido.

Pero el mensaje advertía algo más: “Él escucha bajo las piedras.”

¿El conde? ¿O alguien más? ¿Había un traidor entre quienes decían ayudarla?

Esa noche, una figura familiar la abordó en los jardines: el capitán Morel, uno de los guardias de la Reina, discretamente leal a ella.

—Majestad desea que no vayáis sola —le susurró—. Esta noche, a la medianoche, os acompañaré. Y si lo encontramos… lo sacaremos de ahí.

Élise asintió. No podía arriesgarse a perder esa oportunidad.

A la hora acordada, descendieron por un corredor oculto que nacía detrás de una vieja estatua de Juno. Las antorchas proyectaban sombras inquietantes en las paredes de piedra. El aire era húmedo, cargado de siglos.

Al llegar a la bodega, el silencio era absoluto. Solo se oía el eco de sus propios pasos… hasta que, al fondo, algo crujió.

—¿Gabriel? —susurró Élise, con la voz rota por la esperanza.

—Élise… —fue la respuesta, débil, pero viva.

Lo encontraron encadenado a una columna de mármol, deshidratado, golpeado pero consciente. En sus ojos, aún brillaba la llama.

—Sabía… que vendrías.

Élise cayó de rodillas a su lado, mientras Morel comenzaba a cortar las cadenas con una herramienta escondida.

—Vas a estar bien. Lo juro —murmuró ella, sin poder contener las lágrimas.

Pero justo cuando creían haber logrado escapar, una voz se alzó desde las sombras.

—El amor… siempre ha sido un obstáculo en la política.

El conde de Saint-Beaumont.

Acompañado por dos hombres armados.

Morel levantó su espada. Élise se interpuso frente a Gabriel, como un escudo humano.

—¿Esto es lo que sois ahora, conde? ¿Un carcelero en sótanos oscuros?

Saint-Beaumont sonrió, sin vergüenza.

—No. Soy un jugador que no tolera perder. Pero no temáis, Élise… aún os ofrezco una salida.

—¿Cuál?

—Entregadme el diario. Y os dejaré marchar con vuestro amante. Sin él, vuestra verdad no tiene fuerza. Solo es una historia más.

Élise apretó los labios.

Y respondió, con una calma que ni ella sabía que tenía:

—Ya es tarde. No tengo el diario. La reina lo tiene.

Por primera vez, el rostro del conde perdió su color.

—Mentís.

—Id y preguntadle vos mismo.

Un silencio peligroso flotó en el aire. Finalmente, el conde bajó la mano, haciendo una seña a sus hombres. No atacó. Pero no era una rendición. Solo un repliegue estratégico.

—Esto no ha terminado —dijo antes de desaparecer entre las sombras.

Gabriel cayó en brazos de Élise, débil pero a salvo. Morel los escoltó de regreso por el túnel.

Aquella noche, mientras el palacio dormía, un rumor comenzaba a crecer.

Una sombra poderosa había comenzado a resquebrajarse.

Y la verdad, finalmente, tenía nombre.



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En el texto hay: romance, secretos, intrigas

Editado: 01.05.2025

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