La noche era suave en Susa. Las estrellas brillaban sobre el palacio como si observaran con intriga lo que ocurría dentro de los altos muros dorados. En las habitaciones interiores, una joven de rostro sereno se preparaba para presentarse ante el rey. Su nombre: Ester.
Llevaba un vestido de seda ligera, color perla, ceñido en la cintura con un cinturón de plata. Su cabello, oscuro y ondulado, caía en suaves rizos sobre sus hombros. No llevaba adornos ostentosos ni perfumes exagerados como las demás. Ester había pedido consejo a Hegai, el eunuco encargado del harén, y él, con ojos sabios, había sonreído.
—Ester, tú no necesitas más que ser tú —le dijo—. Y el rey lo sabrá en cuanto te vea.
Mientras tanto, en el trono, Asuero estaba aburrido. Había visto decenas de jóvenes: todas bellas, todas distintas, todas demasiado iguales en su ambición. Ninguna había despertado en él algo más que admiración pasajera. El peso de la corona lo hacía más solitario que nunca.
Hasta que la puerta se abrió… y ella entró.
No caminó como una mujer que busca conquistar. Caminó como quien se sabe digna y no lo grita. Sus ojos no suplicaban, pero tampoco desafiaban. Simplemente, miraban con calma, como si pudiera ver más allá del trono.
El rey sintió que el aire se detenía.
—¿Tu nombre? —preguntó, con la voz más suave de lo habitual.
—Ester, majestad —respondió ella, haciendo una pequeña reverencia.
No hubo música. No hubo palabras grandilocuentes. Pero en ese silencio cargado de algo invisible, los corazones hablaron.
Asuero se inclinó hacia adelante.
—¿De dónde vienes? —preguntó lleno de intriga.
—De una casa humilde… pero llena de valores. Fui criada con amor y respeto, y eso es lo que traigo al palacio —respondió sin temblar.
El rey sonrió. Por primera vez en mucho tiempo, su sonrisa fue genuina. No sabía por qué, pero sintió que esa joven no venía a buscar su corona… sino a transformar su soledad.
Esa misma noche, ordenó coronarla. El rey amó a Ester más que a todas las otras mujeres, y ella hayo gracia y bondad con él.
El decreto fue publicado en todo el reino: Ester fue declarada Reina de Persia, y se celebró un nuevo banquete, esta vez en su honor. Fue llamado La Fiesta de Ester, y a diferencia de las anteriores, tenía una dulzura especial.
Desde el balcón de su nuevo aposento, Ester observó la luna. Pensaba en Mardoqueo. Pensaba en su pueblo. Pensaba en su nuevo esposo, que parecía fuerte… pero también necesitado de algo más que poder.
Ella aún no sabía el tamaño del plan que el cielo tenía para ella. Pero algo en su pecho le decía que su historia apenas comenzaba.
Editado: 27.07.2025